Por: Ernst Bloch (1895-1977)
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MANSEDUMBRE Y LA “LUZ DE SU FUROR” (WILLIAM BLAKE)
Por naturaleza existen corderos que se doblegan fácilmente y además con placer. Ello radica en su talante, a éstos no les ha predicado Jesús de manera violenta, según se dice en la Escritura. Jamás y en absoluto fue él dulce, como piensan los gansos suaves, y sobre todo como lo preparan los lobos para las ovejas, con la intención de que éstas lo sean doblemente. Su supuesto Pastor es presentado tan tranquilo, tan ilimitadamente paciente, como si realmente no hubiera sido ninguna otra cosa. El fundador, pues, debería haberlo sido desprovisto de toda pasión; pero poseía una de las más fuertes: la ira. Así, a los cambistas les volcó las mesas en el Templo, ni siquiera olvidó allí el látigo. Jesús sólo es paciente cuando se trata del tranquilo círculo de los suyos, parece que no ama en absoluto a los enemigos de éstos. El Sermón de la Montaña no trata de excitar a los hombres unos contra otros, por razón de Cristo, ni como si Jesús, cual fanático, hubiera recomendado esto a sus discípulos (Mt, 10, 35 s). El Sermón de la Montaña, con sus bienaventuranzas de los manos, de los pacíficos, no se refiere a los días del combate, sino al fin de los días, que Jesús creía cercano conforme a la predicación del mandeo Juan; y así explica la relación vigente, quiliástica inmediata el Reino de los Cielos (Mt 5,3). Sin embargo, para la lucha, para la Realización del Reino surge la expresión: “No ha venido a traer la paz, sino la espada” (Mt, 10,34). Entendida no sólo totalmente interiorizada, sino con realidad exterior, ardientemente devastadora: “Fuego he venido a encender en la tierra, y que más quiero sino que prenda” (Lc 12,49). Justamente lo mismo expresan los versos de William Blake en la conclusión que se refiere a 1798: “El espíritu de rebelión dispara desde el Redentor / y en el viñedo de Francia apareció la luz de su furor.” Ciertamente que tanto la espada como el fuego, que no sólo destruyen, sino que purifican, alcanzan en la predicación de Jesús a algo más que los simples palacios; conciernen al antiguo eón que debe desaparecer. Sin embargo, delante se hallan los enemigos de los afligidos y oprimidos, los ricos, que entrarán en el Reino de los cielos tan difícilmente –con absoluta ironía sobre su imposibilidad- como el camello pasará a través del ojo de una aguja de coser. La Iglesia posteriormente ha ensanchado tanto y de tal manera el ojo de la aguja que sustraído su Jesús de la perspectiva de la rebelión. Triunfó entonces la suavidad contra los autores de injusticia y no la ira de Jesús. Sin embargo, el propio Kautsky, que sólo veía todavía “el abriguito religioso”, debía conceder en El origen del cristianismo (1908): “El odio de clases del moderno proletario apenas ha logrado formas tan fanáticas como el de los cristianos.” Y desde otro lado totalmente distinto, precisamente el lado del “abrguito religioso” de Chesterton, malgré lui y por lo tanto de forma particularmente sorprendente, de una explicación sobre la aparición del querido Jesusito y sobre la posterior concreción del cristianismo, reducido exclusivamente a la honestidad en el ámbito ético y a sus formas. A esta versión le da su merecido en El hombre inmortal, de la siguiente forma “Aquellos que culpaban a los cristianos de haber dejado a Roma en ruinas mediante un incendio, eran calumniadores, pero habían captado la naturaleza del cristianismo mucho más correctamente que aquellos modernos que nos cuentan que los cristianos habían sido una comunidad ética, y habían sido martirizados lentamente hasta la muerte porque explicaban a los hombres que tenían que cumplir un deber con respecto a sus prójimos o porque su mansedumbre les había hecho explicablemente despreciables.” No es posible dejar de escuchar también de esta manera el elemento subversivo del primitivo cristianismo que resuena fuertemente de forma que debe acabar de una vez con lo que hasta ahora se ha hecho de él y con su represión. Ahí se encuentra un antídoto contra el simple zumo de las formas piadosas de pensar, un contragolpe adverso a la humildad que se arrastra. Jesús quería expulsar de su boca a los tibios; ninguna expresión de Jesús se acomoda ideológicamente a nuestras sociedades actuales, y todavía menos el Sermón de la Montaña; todo está encaminado a la expectativa del fin de los tiempos, más aún: a su preparación. Sus indicaciones morales no son comprensibles sin las apocalípticas: esto ya es así con mucha antelación con respecto a la posterior Apocalipsis de Juan: y esto no sólo de carácter jesuánico, pero siempre significado en la propia predicación jesuánica: “Quien resista hasta el final de este eón quebradizo se salvará” (Mc 13,13); se hacía así un severo complemento a las demandas del Sermón de la Montaña: “Y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Estad en vela! (Mc. 13,37). Esto no tiene en absoluto ningún carácter quietista, exactamente como dice William Blake, con la luz vinculada a este furor incontestable.
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Traducción de José Antonio Gimbernat.
El ateísmo en el cristianismo. La Religión del Éxodo del Reino. Madrid. Taurus. 1983. Págs. 120-121.