Por: Óscar Jairo González Hernández. Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín.
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La vida de Carroll es la vida de Alicia y la vida de Alicia es la vida en el País de las Maravillas, que es el País, en el cual ya no puede vivir Carroll. Es el libro maravilloso de la inversión de la perspectiva y de la transformación de la realidad desde la visión excitada o irritada. Carroll no puede acceder ni debe hacerlo (¿o no quiere hacerlo?), al País de las Maravillas y entonces se inventa a Alicia, para ello.
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De manera que Alicia es más real que Carroll. Cuando leí el libro de Carroll y de Alicia, lo que sentía allí, era esto; era mi sensación de ese libro. Alicia escribía su libro y Carroll insaciable la mira, la poseía, la sometía a su mundo, la contradecía, la trataba como él quería, pero sin destruirla; le proponía lo absurdo y ella se sometía y se reía de Carroll; le indicaba lo extraño y ella se hacia la extraña de sí misma; le exhibía desnudamente lo insólito y ella se iniciaba entonces en el conocimiento de lo insólito; le decía de la necesidad del humor, sin decirlo, y ella se movía inmediatamente sobre ese nuevo mundo que se instalaba allí, como un nuevo teatro, por decirlo de cierta manera; uno y otra se sometían a sí mismos, en este hermoso e indeleble relato que es y será para mí Alicia en el país de las maravillas.
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No se trata del no sentido, sino del sentido al revés, de lo insólito en otra realidad. Las invenciones se insinúan o se hacen realidad, se realizan; las relaciones se transforman de naturaleza invencional a naturaleza real, o lo mismo en lo mismo. Alicia en el país de las maravillas (1865) es excitante por el poder indestructible de su hermosa arbitrariedad.
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Es un tratado de la economía de los sentidos y economía crítica de la razón, excedidas. Alicia en el país de las maravillas es un libro que leo en todo momento y que nunca ha cambiado desde la inicial lectura; es la misma, siento lo mismo y yo también soy el mismo, y siento lo mismo.
Ni él ni yo hemos, como dicen, evolucionado ni cambiado. Y hoy que leo El hada de las migajas (1832), de Charles Nodier se me hace más poderoso su tentáculo misterioso que se extiende como la Caza de Snark.
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