
En el lenguaje de la ciudad de Zagreb hoy, hay dos marcas en el tiempo que invocan al pasado. La primera, la guerra, se ha vuelto ahora algo turbio, como el pantano primigenio del que brotan vagamente nuevas tradiciones, y tras el cual se esconde ese desolado bosque de la historia gris donde sucedieron tantas cosas que hasta hace poco parecía que ya no valía la pena discutir. La segunda marca es el recuerdo del terremoto que azotó la ciudad hace dos años en mitad de una pandemia. Las lesiones de este marcador en el tiempo se pueden ver en cada extensión de piel que la ciudad pela al sol, así como adentro en sus pasillos internos y habitaciones cerradas.
El tiempo vuelve sobre sí mismo.
Cuando hablamos de daño irreparable, insinuamos que nuestro deber es conservar, devolver las cosas a su estado anterior. Tal pretensión niega la única presencia absoluta que conocemos: la del tiempo. Estoy de nuevo en la ciudad de Zagreb después de tres años y veo las muecas del tiempo por todas partes.
El tiempo es una mano que se mueve sobre todo, acariciándolo.
El movimiento es como un torbellino que reúne mis pensamientos. Estoy aquí en esta ciudad para contemplar un acto de traducción, de una cultura a otra y de un idioma a otro. La palabra traducción significa “trasladarse”. En esencia, un terremoto es movimiento solo por moverse. Quiero ser capaz de entender este cambio. Miro a mis alrededores para ver qué de la ciudad presente es capaz de sobreponerse al pasado y qué ha cambiado y comienza a moverse hacia algo nuevo. Zagreb es una serpiente que muda su piel y avanza.
El tiempo gira en espiral hacia los espejos.
Estoy viviendo en un tercer piso sin ascensor. El edificio es de color mostaza y de planta rectangular. Tiene dos puertas que conducen a dos edificios de apartamentos discretos. Siempre entro por la primera puerta que encuentro. Este día no me doy cuenta que vengo en la dirección opuesta. El código de la puerta no funciona, pero ayer esta misma puerta se negó a cerrar. Quizás el mal funcionamiento ha pasado de no cerrarse nunca a no abrirse nunca. Afortunadamente, una mujer joven está saliendo del edificio. Abre la puerta, sonríe y me saluda como si nos conociéramos de toda la vida. Me las arreglo para colarme en el edificio y pienso que debo mencionar la condición de la puerta a mis anfitriones. Ya en la entrada, me alegra ver que los trabajadores se han llevado una pila de cartón yeso que había estado allí el día anterior. Solo cuando empiezo a subir las escalas hacia mi apartamento me doy cuenta que algo anda mal. Las escalas curvan en la dirección que no es. En lugar de subir en espiral en el sentido de las agujas del reloj, las escalas en las que estoy giran en sentido contrarreloj. De alguna manera estoy atrapado en la imagen espejo del edificio donde vivo, como si M.C. Escher o Lewis Carroll estuviera esbozando mi realidad, y ya vivo solo en la reflexión.
Cuando finalmente comprendo que en realidad estoy subiendo por las escalas del edificio justo al lado, se me ocurre que tal vez esta ciudad ya lleva mucho tiempo haciendo traducciones de sí misma, incluso antes que el terremoto le pidiera crear una versión completamente nueva.
El tiempo nos levanta y nos deja caer.
Salimos de una ciudad y en algún momento del futuro tenemos la impresión de que volvemos a ella. Pero es la ciudad la que se ha movido, la que se nos escapa. Hemos cambiado de lugar en ese momento determinado que estamos viviendo. La ciudad, en cambio, se ha dejado llevar por la corriente del tiempo. Tendríamos suerte de vislumbrar sus fragmentos, sus ruinas todavía flotando y alejándose sobre el agua.
El tiempo profundiza el momento para incluir las sombras de otros momentos.
A veces, la transformación repentina causada por la traducción se mueve por el aire. Entro a la plaza y un aroma me envuelve en una palabra familiar: chócolo. Un anciano asa mazorcas y las vende a los transeúntes, tal como se sigue haciendo en los pueblos y en los paraderos fuera de la ciudad donde vivo. Milagrosamente, este olor transmite la sensación de verano y de cosecha. Este mismo fuego abierto ilumina la noche a mil millas mientras que un cliente se acerca y el vendedor envuelve el maíz tibio en una servilleta. De alguna manera, ahora estoy simultáneamente allá y acá.

El tiempo es algo golpeado a algo más y haciéndolo vibrar.
Una tormenta repentina se mueve por la ciudad, golpeando un kilómetro cuadrado a la vez. Permanece media hora en un sitio antes de continuar. Su viento y lluvia torrenciales barren las mesas del bistró al aire libre de manteles, servilletas, cubiertos y clientes mientras nos llevan adentro al hotel contiguo para terminar nuestras comidas. Este hotel, apropiadamente llamado Esplanade, daba servicio a la Estación Zagreb del Orient Express, entre Trieste y Belgrado, en la línea inaugurada en 1919. ¿Qué es la historia? La historia es una debacle que marca un punto en el tiempo. Es la manera que tiene el tiempo de marcar la puntuación con los desastres. Mientras camino por esta vieja ciudad renovada por la catástrofe, me pregunto si las grietas y las fisuras en las fachadas deben alisarse, o será que ¿se está reparando innecesariamente al camino que se debe seguir hacia una nueva versión?
El sedimento del tiempo crea laberintos con espacios inaccesibles.
La devastación causada por el terremoto había sido peor de lo que había pensado originalmente. La cantidad de lugares en los que había estado en mi visita anterior que ahora estaban dañados e inaccesibles era mucho mayor de lo que esperaba. Estos lugares ahora estaban sellados en el tiempo como fragmentos perdidos de un vocabulario que había considerado esencial para mi nuevo texto. La calamidad había hecho otra ciudad, que de nuevo era idiomática para mí, y ahora estaba menos seguro de lo que estaba viendo y más cuidadoso en mis exploraciones. Mientras intentaba descubrir la ciudad de nuevo, me encontré recorriendo mis recuerdos con las yemas de los dedos, buscando la telaraña para pegarme a esta nueva tela extendida ante mí.
El tiempo no se detendrá para ti.


¿Es posible suturar una ciudad a sí misma? ¿O cada visita crea una nueva ciudad? Como en tantas cosas que tienen que ver con la experiencia, la memoria y la traducción, comprender la forma en que intentamos leer la realidad puede darnos pistas y abrir puertas sobre la forma en que seguimos viviendo.
Los jóvenes todavía están listos para cualquier aventura. Sus ojos se llenan de risa. Los amigos todavía convierten sus alucinaciones, flores resultantes de una experiencia dura, en chistes largos y elaborados. La poeta de la hermosa sonrisa torcida sigue siendo amable y agradable. La anciana con el paraguas de Mickey Mouse todavía parece irritada por todo lo que la rodea. Los grafitis de los edificios ahora parecen humanos, casi tiernos al lado de indignidades más severas que han sobrevivido. Todas las formas que puede tomar una caricia. En su convalecencia, está claro que esta ciudad es silenciosamente añorada.
El tiempo lava la memoria.
La estatua de Tesla está triste. Con la cabeza gacha, Tesla parece estar lleno de melancolía y derrota. Su mirada oscura parece alejarse de la calle que lo rodea y mirar hacia adentro, hacia preocupaciones y recuerdos privados. A pesar de que su madre les ha prometido un regalo especial, el niño de seis años parece distraído. Ella lo lleva a él y a sus dos hermanas a comer un helado. Tiene que devolverlo a su asiento en la heladería. Hay tanta gente pasando, aquí en el centro de la ciudad. Dos ingenieros se paran frente a la estatua de Tesla, tratando de recordar los logros del gran hombre. El niño se separa de la mesa. Todavía tiene helado en la cara. Él sabe exactamente para dónde va. Su madre se distrae un segundo. El niño se sube al regazo de la estatua de Tesla. Se monta sobre una pierna. Como toda idea impulsiva, sus hermanas inmediatamente se contagian con la idea de subirse a la estatua. Su madre les grita que tengan cuidado. Una de las hermanas se acurruca contra el pecho de la estatua mientras que la otra se cuña bajo un brazo. De repente, la expresión de la estatua parece cambiar completamente. Ahora Tesla ya no está triste. Más bien, la expresión de la estatua se ha convertido en la de un padre, cuya vigilancia es expresión de su ternura por sus hijos. Parece estar abrazándolos y protegiéndolos. Estos niños han traducido históricamente a Tesla, un hombre que nunca tuvo hijos en su vida privada. Dondequiera que voy en Zagreb hoy, siento el cuidado y la preocupación de padres y madres por sus hijos. Estos niños son de alguna manera la herencia de una vida vivida en sacrificio a la independencia y la integridad. Una generación de innovación y productividad se levanta para asumir nuevos retos. Me pregunto si los hijos de Tesla saben que él los está cuidando.

El tiempo puede describirse como una red de puentes que conducen a la necesidad.
Mi atención flota delicadamente sobre la ciudad. Soy muy consciente de que hay aspectos de este lugar y de esta gente que no estoy viendo. Mi imaginación solo extiende un pie a tierra donde encuentra resonancia. La brutalidad, la estupidez y la crueldad son, por desgracia, universales. Estoy aquí para encontrar las voces, las manos, el cuidado, la atención al detalle que, para empezar, hizo que esta ciudad fuera hermosa. Todo eso todavía está aquí y me acerco y descubro que el espíritu de generosidad todavía responde a mi saludo.

El tiempo es el fragmento que queda de un salmo.
Oh alma mía, no me dejes caer en el descuido Mantenme despierto a la verdad de que a lo largo de esta extensión de tiempo caótico algo dentro de mí puede haberse derrumbado.
El tiempo ocurre a muchos niveles diferentes a la vez.
Y, sin embargo, un toque de brisa alivia, los árboles son grandes y verdes, anclados al suelo y continúan creciendo como lo han hecho durante miles de años, mientras una cálida risa prepara la mesa para una comida. Nada se queda quieto en el tiempo. Una paloma se descompone en la tierra frente a mi edificio. Ahora es solo un bulto sobre la tierra, como uno de esos misteriosos levantamientos en el piso de parqué de madera de las casas antiguas aquí. Poco a poco, lo que era el pájaro se convierte en un cascarón hueco de plumas. La vida se lleva sus vísceras, se alimenta de ellas, remodela y traduce la sustancia del ave al lenguaje de los gusanos, al pesado olor dulzón de la putrefacción.
El tiempo es la tensión entre las cosas.
Arriba, los cuervos insisten en que todos los gritos son iguales, que cada uno debe luchar por la sobrevivencia, por la miga de pan, por los restos de una mazorca. A mi lado, las cálidas voces de los amigos me llaman a permanecer en buena compañía, la generosidad como una brisa abierta y envolvente.
El tiempo es el alma de la melancolía y del asombro.
Los tranvías azules se deslizan bajo la lluvia. Las banderas intentan repetidamente sacudirse el peso que cargan sobre figuras encorvadas que corren y arbustos que tiemblan frenéticamente como testigos de una calamidad gris. La luz que cae del cielo es blanca y el pavimento se encharca.
El tiempo no obedecerá.
Ahora, llega otro Zagreb. Es gris y lleno de viento, lleno de lluvia que dura días y días. Curiosamente, la anciana con el paraguas de Mickey Mouse vuelve a pasar. Ahora, parece estar divertida.
Se sabe del tiempo, que en alguna ocasión, dejó caer un gorrión.

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