
Harold Alvarado Tenorio
Hace algunas semanas el bailarín y coreógrafo cartagenero Álvaro Restrepo ofreció varios recitales de danza contemporánea en la capital. Restrepo hizo estudios de danza con Cuca Taburelli en Bogotá y con Jennifer Müller, Martha Graham, Merce Cunningham y Cho-Kyoo-Yyun en Nueva York. Entre sus realizaciones figuran los montajes Desde la huerta de los mudos, O-ilé y Rebis. También ha colaborado como solista y coreógrafo con la Orquesta Sinfónica Juvenil y la Compañía Colombiana de Ballet.


¿Cómo se inició usted en la danza?
En realidad por puro azar, en Colombia es muy difícil entrar en contacto con la danza, especialmente para un hombre. Yo estaba estudiando teatro en ese entonces, hace cinco años cuando vino a Colombia una compañía de danza de los Estados Unidos, la de Jennifer Müller, y necesitaron unos extras para una pieza, entre los cuales estuve. Había visto muy poco de danza contemporánea y me aluciné tanto con el trabajo de ellos que ese día entendí que eso era lo que siempre había querido hacer. Yo había estudiado piano durante varios años, estaba estudiando filosofía y letras y de repente sentí que en la danza o en el escenario podían empezar a confluir esos lenguajes, que podían ser aglutinados, y al día siguiente a esa presentación comencé mis clases con una maestra argentina que estaba aquí y me entregué por completo a todo ello. Tenía veinticuatro años y comenzaba tarde, tuve pues que dedicarme con mayor fervor a mis entrenamientos a fin de reconquistar para el cuerpo los años que le había ignorado.
¿Hay alguna diferencia sustancial entre danza y ballet?
El ballet es una forma de la danza, una más, que aparece en Europa en el siglo XVIII y que tiene unas reglas y unas posiciones establecidas, definidas, un vocabulario especial con el que se trabaja, mientras que la danza ha sido una expresión sin edad. La danza contemporánea lo que ha hecho es ampliar ese vocabulario, esa gramática del movimiento ofreciendo unas posibilidades más ricas en cuanto expresión y creación a partir del bailarín mismo. Claro que dentro de la danza contemporánea también han surgido escuelas y técnicas que la han sistematizado; pienso por ejemplo en las técnicas de Graham o Limón que se han convertido en una suerte de clásicos de las corrientes de danza contemporánea.
¿Usted estudió con ellos, pero también con algunos orientales…
Sí. He tenido contacto con danzas coreanas, con un maestro coreano que tuve en Nueva York. Hay una diferencia fundamental y es el trabajo interior que debe realizar el artista al tiempo que está haciendo un despliegue de sus habilidades y virtuosismo, hay todo un trabajo de meditación sobre el movimiento mismo. La danza occidental es muy externa mientras que la oriental es más reflexiva gracias a la respiración como ritmo interno y motivador del movimiento.
Usted es un “performer” en un país sin tradición en la danza…
Sin duda es un reto, un trabajo difícil puesto que tiene uno que enfrentarse con la incomprensión y el miedo que siente el espectador ante lo desconocido. De todas maneras he sentido que entre nosotros hay una actitud de apertura frente a propuestas nuevas. Eso ha sido alentador, pero hay una gran soledad porque no existe aquí este tipo de investigación…
Un “performer” es un ejecutante que quiere integrar diversos lenguajes, digamos escénicos, en torno a un concepto. No trata de limitar su trabajo solo al movimiento sino que utiliza la palabra y todos los recursos teatrales en busca de un lenguaje propio, de uno mismo.
Usted hizo un trabajo sobre un texto de Julio Cortázar, el capítulo 68 de Rayuela.
Este trabajo tal vez resume los intentos por aglutinar diversos lenguajes dentro de mi trabajo escénico. Por un lado hay una aproximación a un texto sonoro, musical, con ritmos internos, eufonías y neologismos y, por el otro, una disociación con el movimiento que trata que el movimiento se integre al texto sin ilustrarlo; de esa forma se consiguen varios niveles simultáneos de lectura ya que el texto tiene una variedad de sugerencias mientras que el movimiento tiene su propia vida independiente…


“Rebis” es un homenaje a García Lorca. ¿Comprende el espectador sus propuestas?
El objetivo no es tanto que el espectador entienda un mensaje sino más bien que se aproxime, con su intuición, a otro tipo de estructura narrativa. He querido recurrir a un lenguaje simbólico, poético, poesía visual, en el cual la sugerencia sea como el móvil para hacer sentir una atmósfera donde haya lugar a una interpretación más abierta de mi visión sobre García Lorca. Sobre Lorca se han hecho muchos trabajos, literales, que han utilizado su obra para hacer collages y no se ha ido a la sustancia del pensamiento lorquiano, que creo encontrar en una de sus obras más herméticas, como Poeta en Nueva York. En Rebis he tratado de aproximarme al espíritu más que a la obra de Lorca, hacia su persona, por eso he utilizado esa simbología que proviene de la alquimia. La coreografía se desarrolla sobre un símbolo de los alquimistas que representa al andrógino, al ser total, en últimas, a la piedra filosofal. Pienso que Lorca es un niño de la naturaleza al igual que Whitman, con quien Lorca tenía afinidades. Su espíritu trasciende cualquier encasillamiento lógico, su postura ante el mundo es de comunión con el cosmos.


Por: Carlos Mario Lema
Magazín Dominical. El Espectador. Nro 229. 16 de agosto de 1987. Pág. 5.
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