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Archive for May 2013

“Mis obras nacen de las emociones que experimento y estas no nacen del vacío. El estilo y la temática de mis obras son una respuesta directa a lo que sucede a mi alrededor. Todos los días veo en las revistas de fotografías de “superhombres”, guapos y bien vestidos. Por lo general, su aspecto no tiene nada en común con el promedio del hombre real. Sin embargo, no quiero decir que en mis obras, me encuentre en un extremo opuesto mostrando una deformidad o lesión. Trato de crear una capa rica y simbólica que despierta emociones profundas en el espectador. No tengo la intención de escandalizar a nadie por fotografiar una escena sin valor de una película de terror barata, donde se atrae la atención del espectador con charcos de sangre y heridas terribles …”

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COLETAZOS…

Por: Julio César Acevedo (1964-). Profesor Facultad de Comunicación. Universidad de Medellín.

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Julio César Acevedo

Julio César Acevedo

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Algunos viajan hasta donde sus sueños les permiten, sin imposibles a la vista. Otros, en cambio, siguen creyendo que son sus pies los que allanan el camino.

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No olvides que los viajes que emprendemos en la existencia han de estar motivados por propósitos firmes, y cuando alistes lo que requieras para ello, revisa muy tus alforjas, no sea que las culpas y el miedo pesen más que tus ideales. Pues mayor es la carga que deben soportar los hombres por sus culpas, que lo que las empinadas cumbres le exigen al avanzar.

Jamás pospongas lo que ya ha sido decidido en tu corazón, ni prometas cumplir lo que no se ha erigido en tu razón, porque al ir a la cama, como lo hacemos cada noche, los sueños pueden truncarse de tal modo que las decisiones y las promesas toman otro rumbo distinto al que hemos pensado realizar. Muy distintas son las palabras que salen por la boca, de las convicciones con que enfrentamos el día a día.

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Eso que algunos llaman REBELDÍA no es más que la imitación de un burdo cliché que revela en muchos las enormes grietas de la necesidad. No habrá efectivos manuales de Autoayuda cuando se ha perdido el sentido de tu identidad en la ridícula imitación de los demás. A veces, hasta para imitar lo admirable, es preciso tener carácter.

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Recuerda que lo que hoy nos maravilla, siglos o décadas atrás, era considerado una afrenta para la inteligencia de su época. Proporcionar el éxito a una idea no depende de quiénes la reciban, sino de cuánto creas en ella antes de darla a conocer.

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La debilidad de espíritu y de carácter define la incapacidad del sumiso ante los demás. Pero es más grave la osadía del irreflexivo libertino que justifica sus desmanes solo por el pretexto de querer contrariar lo que dentro de sí ya es inamovible. Queremos muchas veces desatar las cuerdas que nos amarran en ciertas orillas de la existencia, y se nos olvida casi siempre que los cimientos que nos sujetan, como mástiles vigilantes, han sido erigidos por nosotros. No se vencen por simple placer los retos, ni por la absurda manera de contrariarlos. Demasiados rebeldes hay en este mundo para causas tan improductivas e innecesarias.

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Dedicamos el tiempo justo para que muchos de nuestros sueños se hagan realidad, pero cuán poco es el esfuerzo que hacemos para visualizar quién merece enarbolar las conquistas que yacen en el corazón. Cualquier deseo de felicidad y éxito se pueden tornar en un puntapiés en nuestro trasero, cuando corremos con el infortunio de ponerlos en manos de cualquier desdichado egoísta e insensible.

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Tanto deseamos esquivar la rutina, que se nos olvida siempre que la existencia, como cualquier circunstancia entre los hombres, adquiere el talante de toda dialéctica irracional que soporta la necesidad urgente del cambio, en modos, formas y gustos, para volver de nuevo al inicio…haciendo y repitiendo siempre lo mismo.

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Cruel y merecido es el dolor que nos genera el remordimiento por haber rechazado un buen consejo a su debido tiempo… pero, qué va a saber el incrédulo arrogante de lo que le es o no propicio en su momento?

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Si usted es de los que se queja de su presente, considere estos dos aspectos: Primero, ¿qué dejó de hacer en el pasado para merecer lo que le aqueja y, segundo, a quién dejó ingresar a su vida que no mereciera su futuro? – Luego, no se queje, que en el universo existencial de cada uno, las malas decisiones y las inconvenientes acciones, traen como consecuencia una cadena de fatalidades que terminamos por experimentar. Ah, y lo de ciertas personas, es verdad, la mala vibra de algunos, entorpecen también nuestro futuro y se convierten en pesado lastre para nuestras metas.

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De la mano de la mujer, siempre ha de ser posible lo que el necio corazón del hombre considera imposible.

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Cuando permitimos que los demás valoren a su criterio lo que somos en realidad, cometemos el error de poner en la frágil cuerda del SI y el NO nuestra existencia. La balanza del gusto ajeno nunca podrá medir ni sopesar lo que invisiblemente le da aplomo y valor a nuestra vida, recuerda que los ojos a veces son ciegos y se ocupan más de lo exterior y fácilmente se deslumbran por los raros visos de la fantasía; en cambio, cuando horadamos en nuestro interior, nos damos cuenta que el mayor tesoro nos viene de adentro, y eso, jamás queda al libre albedrío de los demás.

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La eternidad de amor que algunos se prometen dura tanto como el torrente de lágrimas que bajan por los ojos, apenas se vuelve añicos el corazón. Porque una vez que se reparan sus frágiles pedazos, el iluso suspira de nuevo con esa fugaz eternidad.

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Si esperas que alguien llegue a tu vida para borrar las heridas de amargos amores en tu corazón, breves serán los momentos de placer que puedan causarte, porque cada vez que pretendas ser feliz con la complacencia de ese otro, emergerá implacable de tu memoria la dolorosa herida de un instante pasado que no se puede borrar. Si eres de los que “mide” y “compara” una relación con otra, estarás destinada a revivir, por temor, las penas y amarguras del pasado mientras anhelas un nuevo presente.

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Parece ser cierto que la fidelidad se expresa en algunos, dependiendo de la sed que los acosa. Y una vez saciada, se engullen los compromisos sin asomo de dolor.

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El estado más noble de la brutal condición humana es su ilimitada imaginación. Una idea logra alcanzar el infinito con las alas que el espíritu humano le otorga. Pero si no lees, jamás sentirás el aleteo de tus propias ideas.

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Soñar el futuro sin saber atesorar el presente, es como querer saber cuál es el infinito que nos espera, si no sabemos cuáles son los sueños que anhelamos.

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Si usted es de los que cree en primeras impresiones, le invito para que mire dentro de su corazón y determine por qué a veces atraes o por qué eres rechazado. Siempre he creído que entre dos o más personas hay un efecto de atracción que forma parte de las leyes del universo. Si recibes rechazo, es porque lo generas, y si atraes a otros, es porque hay un universo muy dinámico en tu corazón. ¿Qué prefieres?

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Como es imposible determinar cuál es el límite para la credulidad humana, asimismo es imposible determinar hasta dónde llega nuestra capacidad para amar o para odiar. No obstante, el amor siempre va un paso más allá del odio, porque en él siempre habrá espacio para lo instintivo y lo racional. Mientras que en el odio solo puede ser consecuencia de lo visceral que a muchos domina. Sólo el amor tiene el poder para hacer de nuestra vida algo excepcional. Qué desagradable e innecesaria es la vida de quien sólo se obstina en generar odio y dolor a los demás.

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Hay quienes capacitan para el ejercicio y realización de una actividad. Cosa muy loable. Pero quien es capaz de influir desde la virtud y el ejemplo, mayor será su enseñanza.

Los grandes aciertos de un buen maestro no se miden por el impacto en medios productivos, sino por la capacidad de transformar la vida de sus estudiantes a través de su ejemplo.

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Tenemos ideas, y muchas. Pero poco confiamos en ellas. Todas cruzan por la mente con la lógica de quien las concibe, pero sólo aquellas en las que creemos pueden lograr vida. No se trata de pensar más o menos que alguien, se trata de pasiones, y hasta las ideas que concebimos necesitan de nuestra pasión para que emerjan con gracia y vida…estéril es la imaginación de las mentes que no se apasionan por sus propias ideas.

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Las convicciones del hombre irracional sólo podrán ser medidas por la brutalidad de sus puños, pero las del hombre inteligente serán sopesadas por el valor de sus argumentos y en el espejo de su ejemplo.

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Son mercenarias de la condición humana, las plegarias que erigen como arma la verdad de un solo y único dios, para justificar la muerte del otro por la exclusividad de su fe.

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Jugar al simple vaivén de los deseos sin moderar la razón de sus efectos, causa tanto daño como el que nos causan los malos sentimientos.

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Quien suele pensar que todo responde a los designios del más allá, morirá esperando que la vida le otorgue su cuarto de hora feliz para tener el mundo entre sus manos. Pero en un instante, entre fervientes anhelos, los malos presagios, los vaticinios de una mente confundida, suelen tornar en polvo, idílicas quimeras, aquello que no fue exigido en vida. Pues hay quienes quieren de su vida lo soñado, mientras viven día a día infernales pesadillas.

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No hay estado (paria) de mayor desdicha que el de quien cree sentirse el centro del mundo, sin captar el desprecio de otros en su propia tierra.

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No dependen de mí tus días, ni el esfuerzo de tus horas, ni los sueños, ni tus gritos, ni silencios.

No depende de mí el infinito  de tus ojos, ni el sol que brilla en ellos, pero sí extenderte mis manos para que sientas que soy parte de ellos.

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Por: Oscar Jairo González Hernández. Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín.

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Sin título

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El teatro shakespeariano como bien lo sabemos, se involucra de manera muy íntima con la realidad, con lo real, con los hechos, las circunstancias de la historia; pero la historia en él, no es la imitación de los hechos, sino la transformación de los mismos, desde y por medio de la técnica barroca. El exceso entonces es su principio, y también la demostración, el hecho de poner en evidencia las cosas.

En esta obra, principalmente lo que lleva a la evidencia absoluta, son y obedecen estricta y exactamente a la relación con el poder. Ya que lo que vemos en ella, son las maniobras, los ocultamientos, las mentiras, el odio, que estas relaciones provocan, producen en los hombres. En medio de esa relación de poder, la muerte es la que tiene, podríamos pronunciarlo, el poder absoluto, irrevocable e insaciable. La muerte, en las condiciones en que la observamos, se hace entonces la medida del mundo, la medida de la realidad y la medida del orden y de la necesidad de esas relaciones. El poder en Eduardo III determina, establece, decide, y cuando no es obedecido destruye. Pero también él es destruido.

Esa reflexión sobre el poder, que nos propone aquí William Shakespeare, a través del el teatro La Hora 25,escandaliza, no por la muerte o la forma en que mueren los hombres que están dentro de las estructuras de un poder absolutista y por demás, lleno de extravío, locura “narcisista” – Yo mando, otro me obedece; Yo, poseo la razón, otro nunca la tiene, etc.-; están siempre, en todo momento existiendo en la proximidad de la muerte. Y muerte que no es la de ellos, sino que es decidida y determinada por otro: El Rey. Y este es un rey que como dice Bertolt Brecht: “Responde a la condición de tullido que es su destino”. Y observemos un poco más: destino en el que involucra a todos.

El poder sin principios determinados y concretos, ya no es poder, es una farsa, una obtusidad; provoca irrisión. Por eso  los principios son y se forman en la conciencialización sobre el mundo. Teatro del movimiento este que vemos aquí, de una técnica extraordinaria, de equilibrio en las luces -sin “barroquismos”-, de la medida, de la contención, inclusive, en lo que podría haber dado la sensación de excesivo: LA TRAGEDIA del hombre, del hombre del poder. Cuando el hombre, lo dice Max Kommerell (Lessing y Aristóteles. Investigación acerca de la teoría de la tragedia), expulso de su vida la relación íntima, hermosa y total con la TRAGEDIA, que es de su misma esencia y sustancia, ceso de experimentar en el deseo, la exuberancia de la belleza y de la muerte. Es evidente que en esta teatralización, lo que es esencial es más que nada, relacionar el teatro de Shakespeare con nuestra historia en este momento. Es allí donde radica su mayor fuerza y su mayor poder. La muerte, esa misma que en el barroco hablaba, es la misma que habla hoy, pero ya nosotros sin el arte y la ciencia, ni la sensibilidad para saberla llevar, y no para llamarla para otros, que es lo que ocurre, de muchas formas.

Teatro realista, que se desarrolla en Ricardo III: El Rey Matapríncipes del teatro La Hora 25, en el sentido de que hacer ver la realidad, no como extraña o como lo que solamente existe,sino que queda también el vacío necesario, el teatro del vacío como lo llamaba Yves Klein, para desde él, crear de nuevo el teatro. Este teatro nos mira y vuelan las máscaras, las nuestras sobre el escenario teatral: nuestra vida.

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Por: Richard Wagner (1813-1893.)

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Sin título

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(…)

El hombre es a la naturaleza lo que la obra de arte al hombre: todas las condiciones necesarias para la existencia del hombre produjeron el hombre; el hombre es el producto del alumbramiento inconsciente, rígido de la naturaleza; pero en él mismo, en su existencia y en su vida –en tanto se diferencia, a su vez, de la naturaleza- aparece la consistencia. De la misma forma que las condiciones, bajo los cuales se puede dar la obra de arte, de la vida rígida, inexorablemente modeladora del hombre, así también, la obra de arte emana pro sí misma, como producto consciente de esta vida; la obra de arte surge tan pronto como puede surgir, pero, entonces, también con inexorabilidad.

La vida es la inexorabilidad inconsciente, el arte es la inexorabilidad actualizada y representada por la consciencia: la vida es inmediata, el arte mediato.

Sólo allí donde es satisfecha una necesidad vital en la única forma posible –esto es sensorialmente- y, en consecuencia, su esencia se manifiesta sensorialmente, puede haber arte, pues sólo en la sensualidad hay consciencia total; el cristianismo fue, por el contrario, ajeno al arte, y los únicos artistas cristianos son en realidad los padres de la iglesia que reprodujeron con pureza y fidelidad la fe ingenua, popular, nucleica del pueblo.

La esencia de la razón es totalmente arbitraria porque la razón, de inmediato, refiere sólo a ella los fenómenos; sólo cuando la razón se disuelve en el entendimiento colectivo, quiere decirse, cuando descubre la inexorabilidad general de las cosas, es libre.

(…)

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Traducción de RAMÓN IBERO

Escritos y confesiones. Madrid. Editorial Labor. 1975. Págs. 127-128.

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HABLA, MEMORIA

Por: Vladimir Nabokov (1899-1977)

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Sin título

Elena Ivanovna, madre de Vladimir Nabokov. Retrato por León Bakst.

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Mi madre a los treinta años, un retrato al pastel (60 x 40 cm) de León Bakst, pintada en 1910, que colgaba en la sala de música de nuestra casa en San Petersburgo. La reproducción impresa aquí fue hecha el mismo año y bajo su supervisión. Experimentó tremendas dificultades con el fluctuante perfil de los labios, y a veces se pasó toda una sesión para elaborar un solo detalle. El resultado tiene un extraordinario parecido y representa una interesante fase de su evolución artística. Mis padres poseían también algunos de sus esbozos a la acuarela para el ballet Scheherazade. Unos veinticinco años más tarde, en París, Alexandre Bénois me dijo que poco después de la Revolución Soviética hizo trasladar todas las obras de Bakst, así como algunas de las suyas propias, como “Día lluvioso en Bretaña”, de nuestra casa al Museo Alexander III (actualmente museo estatal).

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Traducción de Enrique Murillo.

Habla, memoria. Una autobiografía revisitada. Barcelona. Editorial Anagrama. 1986.

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Por: Olga Orozco (1920-1999)

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Olga Orozco

Olga Orozco

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GÉNESIS

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No había ningún signo sobre la piel del tiempo.

Nada. Ni ese tapiz de invierno repentino que presagia las garras del relámpago quizás hasta mañana.

Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha entre las aguas de todo el porvenir.

Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que desemboca en nunca o en ayer.

Nada. Ni tierra prometida.

Era sólo un desierto de cal viva tan blanca como negra,

un ávido fantasma nacido de las piedras para roer el sueño milenario,

la caída hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.

Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan

y un lecho ensimismado en marcha hacia el final.

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Yo estaba allí tendida;

yo, con los ojos abiertos.

Tenía en cada mano una caverna para mirar a Dios,

y un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y mi cabeza.

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Y alguien rompió en lo alto esta tinaja donde subían a beber los recuerdos;

después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición,

y destrozó las tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las historias muertas.

Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos,

y en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.

Yo estaba suspendida en algún tiempo de la expiación sagrada;

yo estaba en algún lado muy lúcido de Dios;

yo, con los ojos cerrados.

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Entonces pronunciaron la palabra.

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Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz de la piedra,

y su proa celeste avanzó entre la luz y las tinieblas.

Abrieron las compuertas.

Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún deshabitada,

y las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se ha mirado jamás,

y hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre por primera vez.

Descorrieron de pronto las mareas.

Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del destino,

para envolver en hierba sedienta la caída y el reverso de cada nacimiento,

para encerrar de nuevo en cada corazón la almendra del misterio.

Levantaron los sellos.

La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol

con tal que todo nuevo cautiverio del tiempo fuera deslumbramiento en la mirada,

con tal que toda noche cayera con el velo de la revelación a los pies de la luna.

Sembraron en las aguas y en los vientos.

Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil sombras,

un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina hasta el fin la rampa de los sueños.

Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la más remota lejanía,

unas alas que vienen y se van en un vuelo de adiós a todos los adioses.

Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión.

Fue un roce contra el último fondo de la sangre;

fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;

y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma semejante a su imagen,

y la carne se alzó como una cifra exacta,

como la diferencia prometida entre el principio y el final.

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Entonces se cumplieron la tarde y la mañana

en el último día de los siglos.

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Yo estaba frente a ti;

yo, con los ojos abiertos debajo de tus ojos

en el alba primera del olvido.

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LAMENTO DE JONÁS

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Este cuerpo ya tan denso con que clausuro todas las salidas,

este saco de sombras cosido a mis dos alas

no me impide pasar hasta el fondo de mí:

una noche cerrada donde vienen a dar todos los espejismos de la noche,

unas aguas absortas donde moja sus pies la esfinge de otro mundo.

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Aquí suelo encontrar vestigios de otra edad,

fragmentos de panteones no disueltos por la sal de mi sangre,

oráculos y faunas aspirados por las cenizas de mi porvenir.

A veces aparecen continentes en vuelo, plumas de otros ropajes sumergidos;

a veces permanecen casi como el anuncio de la resurrección.

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Pero es mejor no estar.

Porque hay trampas aquí.

Alguien juega a no estar cuando yo estoy

o me observa conmigo desde las madrigueras de cada soledad.

Alguien simula un foso entre el sueño y la piel para que me deslice hasta el último abismo de los otros

o me induce a escarbar debajo de mi sombra.

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Es difícil salir.

Me tapian con un muro que solamente corre hacia nunca jamás;

me eligen para morir la duración;

me anudan a las venas de un organismo ciego que me exhala y me aspira sin cesar.

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Y el corazón, en tanto,

¿en dónde el corazón,

el tambor de nostalgias que convoca en tinieblas a todos los relevos?

Por no hablar de este cuerpo,

de este guardián opaco que me transporta y me retiene

y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la cabeza.

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Soy mi propio rehén,

el pausado veneno del verdugo,

el pacto con la muerte.

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¿Y quién ha dicho caso que éste fuera un lugar para mí?

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EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

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El Bosco (1450-1516). El Jardín de las delicias  (Hacia 1500-1510). El Prado. Madrid.

El Bosco (1450-1516). El Jardín de las delicias (Hacia 1500-1510). El Prado. Madrid.

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¿Acaso es nada más una zona de abismos y volcanes en plena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de la especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia y sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma? ¿O tan sólo quizás una región marcada como un cruce de encuentro y desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?

No. Ni vivero de la perpetuación, ni fragua del pecado original, ni trampa del instinto, porque que un solo viento exasperado propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo que huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.

A sola, sólo un número insensato, un pliegue en las membranas de la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.

Pero basta el deseo, el sobresalto del amor, la sirena del viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz de todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el árbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y sus secretas ciencias de extravío que se expanden de pronto de la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismo que una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, la corriente erizada reptando en busca del exterminio o la salida, escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que son como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible hasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda cayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica noche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, con jadeo de bestia fugitiva, con sus flancos azuzados por el látigo del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misterio de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosa maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas como labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la espuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su prado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girando locamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador que ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universo en expansión, con todo el universo en concentración para el parto del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la sangre la creación.

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El sexo, sí,

más bien una medida:

la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.

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Museo salvaje. Buenos Aires. Editorial Losada. 1974. Pags. 7-12, 13-16, 47-50.

MuseoSalvaje

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Por: Viola Papini (1908-1971)

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Viola Papini

Viola y Giovanni Papini

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La mañana de septiembre en que cumplía diecinueve años, en Bulciano, te encontré en la galería. Sonriendo un poco melancólico me felicitaste los días; sacaste del bolsillo de la chaqueta un sobre de color verde menta y me lo entregaste diciendo: “Ahí tienes el regalo de tu cumpleaños.” Y en seguida te escapaste corriendo a tu despacho.

Lo abrí y hallé dos páginas con tu poesía “A Viola que empieza los veinte años”.

Todo el valle desaparecía bajo la niebla. No había nada más que yo y aquellas dos páginas blancas. Al leerlas, el sol que se filtraba por la barrera cándida me escocía en los ojos.

Anegada en aquel mar de plata, creí que el aire lo había hecho así para recubrir el pueblo de mis primeros años; y aquellas nieblas se extendieron también sobre mi corazón.

Tiros de escopeta disparados por aquellos bosques, como desconocidos en aquel momento, parecían salvas que anunciaban mi nueva edad.

¿Y debo continuar… ahora?

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Florencia, octubre 1955

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Y tú hija miraba. Madrid. Ediciones Fax. 1963. Págs. 199-200.

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Por: Marina Tsvietáieva (1892-1941)

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Marina Tsvietáieva

Marina Tsvietáieva

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11.

Están mal los ricos y potentados,

siente el noble su hombro pesado.

Pero yo delante del soldado

no bajaré mi clara mirada.

La ciudad gime y se alborota,

en la nube de vino la luna se levanta.

A mí, personalmente, nadie me toca:

soy pobre y arrogante.

Feodosia, Crimea, fines de octubre.

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13. Moscú

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I.

Cuando aquel pelirrojo Impostor

Te hizo presa –no has perdido el coraje.

¿Dónde está, princesa, tu altivez? ¿tu rubor,

mi Belleza? –Mi juiciosa- ¿tu lenguaje?

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Cuando Zar Pedro, en contra de la ley

Tu primacía había codiciado-

con boyarda Morosota en el trineo-

a Zar Ruso así le has contestado

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No olvidaron de tu fuego el brebaje fatal

Los labios helados de Bonaparte.

No es la primera vez que hay establos en tus catedrales.

Soportará el Kremlin todos los embates.

.9 de diciembre 1917.

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II.

El ladrón Grishka no te “polonizó”, el Impostor,

Zar Pedro no pudo “germanizarte” tampoco.

¡Qué estás haciendo, mi palomita? –Lloro .

¿Dónde está tu orgullo, Moscú? –Queda poco.

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¿Dónde estarán tus palomas? –No hay comida.

¿Quién se la llevó? –El negro cuervo.

¿Dónde están tus cruces sagrados? –Abatidos.

¿Dónde están tus hijos, Moscú? –Muertos.

10 de diciembre de 1917.

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III.

El tañido débil, margro el tañido.

Para todos los lados –se inclina abatido.

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El grito del niño, de la vaca el mugido.

El Zar pronuncia la palabra atrevida.

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Zumbido de látigos, sangre en la nieve

La palabra oscura de Amor se eleva.

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De palomas el arrullo silencioso.

De la esposa de Streletz * los negros ojos.

10 de diciembre de 1917.

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* “Streletz”; miembro de la guardia del Zar Pedro, sublevada contra él y vencida, después de colgados los instigadores. (N. de T.).

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16.

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Se extiende por los prados la misa abierta.

El Libro de Génesis de Rusia, el libro secreto,

-donde los destinos del mundo se van ocultando-

se termina de leer, y se cierra con candado.

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Y corre el viento por la estepa, por el espacio:

-¡Rusia! -¡Oh, mártir! -¡Qué duermas en paz!

30 de marzo de 1918.

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23.

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El escudo de Móscú: el héroe ensarta a una alimaña.

Dragón ensangrentado. La luz ilumina al héroe. -Es la gran hazaña.

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Es nombre de Dios y del vivo espíritu del cielo,

¡Aléjate del portón, el Divino centinela!

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Devuélvenos la libertad, Guerrero, y a ellos –¡la vida!

Guardia fatal de Moscú -¡deja el portón enseguida!

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Y que demuestres –a todo el pueblo y al dragón-

Que si los varones duermen –pelean los íconos.

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28.

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¿Dónde están los cisnes? –Los cisnes se han ido.

¿Y los cuervos? –Los cuervos se quedaron.

¿A dónde se fueron? –Donde las grullas han huido.

¿Por qué se fueron? –Para que no les roben las alas, el aire.

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¿Y dónde está papá? –Duerme, el Sueño nos atisba,

vendrá el  Sueño, al corcel estepario montando.

¿Nos llevará adónde? –Al río Don de los Cisnes.

Tengo allí -¿tú sabes?- un Cisne blanco…

9 de agosto de 1918.

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32.

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Bajo el fragor de civiles tempestades,

en este año agreste,

te doy el nombre –la Paz,

te dejo en herencia –el Azul celeste.

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¡Retírate, retírate Enemigo!

¡Cuídala, Dios tri-unido,

A la heredera de bienes eternos,

A la niña de pecho, Irina! *

8 de septiembre de 1918

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*Irina en griego significa Paz. M. Ts.

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Traducción Irina Bogdachevski.

Cazador de ratas. Buenos Aires. Paradiso. 2007, pp. 259-261, 263, 267, 270, 272.

Cazadorderatas

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Por: Marta Traba (1930-1983)

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Lucy Tejada

Lucy Tejada

 

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Era inevitable que un pintor espléndido como Obregón embrujara a sus compañeros. Hemos visto a Grau, a Cecilia Porras, a David Manzur trabajar hipnotizados bajo la magia obregoniana. Ahora es Lucy Tejada quien debe soportar que se la considere hechizada, cuando la luz, los grises, las rosas, la manera relampagueante que tiene Obregón de pulverizar la forma, están tantas veces presentes en su exposición de la Biblioteca Nacional.

La historia del viento y la borrasca; las rocas números 1, 2, 3, pertenecen a la naturaleza elíptica y misteriosa que Obregón creó en sus cuadros. Sin embargo, esa naturaleza es personal y no parece posible traspasarla. No se puede transferir de maestro a discípulos porque no se trata de una fórmula ni de un truco particular, sino de una manera de sentir las cosas exteriores. El sentimiento es solitario, lo mismo que la percepción finísima de sonidos y voces naturales que solo Obregón escucha. Por eso he creído siempre que lo mejor que podrían hacer los pintores jóvenes de Colombia es desatender ese canto de sirena y, más precavidos aún que Ulises, pasar cerca suyo con los ojos y los oídos tapados.

Lucy Tejada, sin embargo, ha sido siempre en pintura un espíritu claro y fuerte. Sus “Mujeres sin hacer nada” premiadas en el Salón de 1952 y punto de partida de su buena colocación dentro de la pintura colombiana, eran la imagen misma de la fortaleza. Hasta llegar a las rígidas y descarnadas naturalezas muertas presentadas al Salón de este año, esa línea contenida, discreta, controlada por rigores explícitos y visibles continuó sin que pudiera preverse el enorme cambio de las obras actuales.

Estas obras no presentan tan solo una Lucy Tejada hechizada por las fosforescencias obregonianas. Su larga y seria práctica de la pintura le impiden ceder sin resistencia. En tres cuadros, «Gato comiendo mariposas”, “Juegos de luz”, “Niño de la maceta”, otra Lucy Tejada propone una fantasía personal. Imaginativa, brillante, entregada a la alegría directa del color, favorece sus estallidos imprevistos e inventa una luz feérica para darles cabida. La indisciplina le queda bien a pesar de ser notoriamente nueva para ella.

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Lucy Tejada. Sin título (2006)

Lucy Tejada. Sin título (2006)

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Lucy Tejada. Máquina Triste (1983 aprox.)

Lucy Tejada. Máquina Triste (1983 aprox.)

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En el camino beneficiado por la sorpresa de pintar en libertad, aparece una tercera Lucy Tejada que baja muy rápido, por la pendiente de eclipses, lunas y lunas ascendentes, a un terreno decorativo difícil, ingrato, lindante con lo cursi. Esta versificación obvia de una naturaleza ondulada no parece salir de la misma mano ligera que pintó los tres cuadros mágicos.

Entre los ensayos nuevos se advierte que el gusto profundo por la geometría que codificó duramente todos estos años la sinceridad de Lucy Tejada, no se ha perdido por completo. En “La tarde interior” reconocemos su orden ortogonal, la fría placidez de sus composiciones anteriores. Sin embargo, un cielo formado por una espesa nube rosa se rebela dentro del mismo cuadro y nos recuerda que otros valores sentimentales se han desencadenado ahora en su pintura.

Esto es, en resumen, la exposición, un desencadenamiento de fuerzas distintas, todavía desorientadas y sin saber muy bien qué hacer con la libertad: deslumbradas consigo mismas, pero dispuestas a fortalecerse en la anarquía y no en el orden. Corren serios peligros: el de instalarse en “la magia de dos centavos”, o en los recuerdos obregonianos, o en una decoración brillante e infantil. La esperanza reside en que Lucy Tejada ha sido hasta ahora una pintora estricta y prudente.

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1961

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Lucy Tejada. Sin título (1986)

Lucy Tejada. Sin título (1986)

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Mirar en Bogotá. Bogotá. Instituto Colombiano de Cultura. Biblioteca Básica Colombiana. 1976. Págs. 55-56.

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Por: Julia Kristeva (1941-)

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Julia Kristeva

Julia Kristeva

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LA PARADOJA: ¿MADRE O NARCISISMO PRIMARIO?

Si bien de una mujer no se puede decir lo que es (so pena de abolir su diferencia), tal vez no ocurra lo mismo con la madre, dado que esa es la única función del “otro sexo” a la que podemos atribuir, con absoluta seguridad, una existencia. Sin embargo, también aquí nos encontramos ante una paradoja. En primer lugar, vivimos  en una civilización en la que la representación consagrada (religiosa o laica) de la feminidad es absorbida por la maternidad. Sin embargo, si se mira con atención, esta  maternidad es la fantasía que alimenta al adulto, hombre o mujer, de un continente perdido: además, se trata menos de una madre arcaica idealizada que de una idealización de la relación que nos une a ella, ilocalizable, de una idealización del narcisismo primario. Ahora bien, cuando el feminismo reivindica una nueva representación de femineidad, parece identificar la maternidad con este error idealizado y, al rechazar la imagen y sus abusos, el feminismo soslaya la experiencia real que oculta esa fantasía. ¿Resultado? Negación o rechazo de la maternidad por ciertos sectores vanguardistas del feminismo. O bien aceptación –consciente o no- de sus representaciones tradicionales por la “gran masa”  de hombres y mujeres.

El cristianismo es indudablemente la construcción simbólica más refinada en la que la femineidad, en la medida en que se transparenta –y se transparenta sin cesar- se restringe a lo Maternal (1). Llamamos “maternal” al principio ambivalente que, por una parte, depende de la especie y, por otra, de una catástrofe de identidad que hace que el Nombre propio caiga en ese innombrable que imaginamos como la femineidad, el no lenguaje o el cuerpo. Así, Cristo, en Hijo del Hombre, sólo es “humano”, en resumidas cuentas, por su madre: como si el humanismo cristiano no pudiera ser más que un maternalismo (esto  es, por lo demás, lo que ciertas corrientes laicistas en su orbe no cesan de reivindicar con su esoterismo). Sin embargo, la humanidad de la Virgen madre no siempre es evidente, y veremos cómo María se distingue del género humano, por ejemplo, por sustracción al pecado. Pero, paralelamente, la más intensa revelación de Dios, que es la mística, sólo se da al que se asume “maternal”. San Agustín, San Bernardo, el Maestro Eckhart, por citar sólo a algunos, se contemplan en el papel de vírgenes esposas del Padre, cuando no reciben, como San Bernardo, directamente sobre los labios las gotas de la leche virginal. La actitud hacia el continente materno se convierte entonces en la plataforma sobre la que se erige el amor a Dios, de manera que los místicos, esos “Schrebers felices” (Sollers), iluminan con un fulgor extraño la herida psicótica de la modernidad: aparece como una incapacidad de los códigos modernos de domesticar lo maternal, es decir el narcisismo primario. Sus réplicas contemporáneas son raras y “literarias”,  pero siempre un poco orientales cuando no trágicas: Henry Miller, que se dice embarazado, Artaud que se imagina como “sus hijas” o “su madre”… Será la rama ortodoxa del cristianismo, por la boca de orote Juan Crisóstomo entre otros, la que consagre esta función de transición de lo Maternal, llamando a la Virgen ”vínculo”, “medio” o “intervalo”, y abriendo así la puerta a sus identificaciones más o menos heréticas con el Espíritu Santo.

Esta reabsorción de la femineidad en lo Maternal, reabsorción propia de numerosas civilizaciones, pero que el cristianismo lleva, a su modo, al apogeo ¿será simplemente la apropiación masculina de lo Maternal, que, según la hipótesis adoptada por nosotros, no es más que una fantasía que oculta el narcisismo primario? ¿O bien podríamos ver en ella, además, el mecanismo de la enigmática sublimación? ¿Quizá mecanismo de la sublimación masculina, pero sublimación al fin y al cabo, si es cierto que para Freud cuando imagina a Leonardo, y para el propio Leonardo, la domesticación de esta economía (de lo Maternal o de lo narcisista primario) es la condición de la realización artística, literaria o pictórica?

Sin embargo, desde esta óptica, hay dos preguntas que quedan sin respuesta: ¿qué es lo que, en la representación de lo Maternal en general, y en la representación cristiana, virginal, de lo Maternal en particular, que calma la angustia social y sacia a un ser masculino, satisface también a una mujer, de modo que la comunidad de los sexos se establece por encima y a pesar de su flagrante incompatibilidad y su permanente guerra? ¿Qué es lo que, por otra parte, en lo Maternal no tiene en cuenta lo que diría o querría una mujer, de modo que cuando las mujeres toman hoy la palabra su descontento se refiere fundamentalmente a la concepción y la maternidad? Más allá de las reivindicaciones sociopolíticas, esto conduce  el famoso “malestar en la cultura” a un punto ante el que Freud retrocedía: a un malestar de la especie.

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FIGURA DEL PODER

En su vertiente de “poder”, María Regina aparece en imagen desde  el siglo VI, en la iglesia de Santa María la Antigua de Roma. Es interesante señalar que es ella, mujer y madre, la que se encarga de representar el supremo poder terrenal. Cristo es rey, pero ni él ni su Padre son imaginados con coronas, diademas, ricos atavíos y otros signos externos de abundantes bienes materiales. Es la Virgen Madre la que centraliza esta opulenta infracción al idealismo cristiano. Más tarde, cuando tome el título de Nuestra  Señora, también será por analogía con el poder terrenal de la noble dama feudal de las cortes medievales. Esta función de María como depositaria del poder, frenada más adelante por la Iglesia, que comienza a desconfiar, perdura en la representación popular y pictórica, como lo atestigua el impresionante cuadrote la Madonna della Misericordia de  Piero della Francesca, condenado en su tiempo por las autoridades católicas. Sin embargo, no solo el papado venera cada vez más a la madre de Cristo a medida que se refuerza el poder del Vaticano sobre las ciudades y las comunidades, sino que identifica abiertamente su propia institución con la Virgen: María es oficialmente proclamada reina por Pío XII en 1954 y Mater Ecclesiae en 1964.

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EIA MATER FONS AMORIS!

Finalmente hay varios aspectos fundamentales del amor occidental que convergen en María. En un primer momento parece que el culto mariano que homologa a María con Jesús y lleva el ascetismo a su extremo, se opuso al amor cortesano por la noble dama, que, si bien representaba una transgresión social, no tenía sin embargo nada de pecado físico o moral. Ahora bien, desde el comienzo de la “cortesanía”, aún muy carnal, María y la Dama compartieron los rasgos comunes de ser los puntos de mira de los deseos y de las aspiraciones de los hombres. Por otra parte, por el hecho de ser única, de excluir a cualquier otra mujer, tanto la Dama como la Virgen encarnaban una autoridad absoluta tanto más atractiva por cuanto aparecía sustraída de la severidad paterna. Este poder femenino debía ser vivido como un poder negado, más agradable de tomar por ser a la vez arcaíco y secundario, una especie de sucedáneo del poder efectivo en la familia y la ciudad, pero no menos autoritario, doble solapado de la potencia fálica explícita. A partir del siglo XIII, con la ayuda de la implantación del cristianismo ascético y, sobre todo desde 1328, gracias a la promulgación de las leyes sálicas, que excluían a las hijas de la sucesión y hacían así más vulnerable a la amada, tiñendo el amor por ella con todas las tintas de lo imposible, la corriente mariana y la corriente cortesana confluyen. En torno a la Blanca de Castilla (muerta en 1252), la Virgen se convierte explícitamente en el centro del amor cortesano, uniendo las cualidades de la mujer deseada y las de la santa madre en una totalidad tan conseguida como inaccesible. Con lo que hacer sufrir a toda mujer y soñar a todo hombre. En efecto, encontramos es un Milagro de Nuestra Señora la historia de un joven que abandona a su novia por la Virgen: ésta se le aparece en sueños para reprocharle haberla abandonado por una “mujer terrenal”.

Sin embargo, al lado de esta totalidad ideal que ninguna mujer singular podía encarnar, la Virgen se convierte también en el punto de anclaje de la humanización de Occidente y de la humanización del amor en particular. Y es también hacia el siglo XIII, con San Francisco, cuando esta tendencia toma cuerpo con la representación de María pobre, modesta y humilde, madona de la humildad al mismo tiempo que madre abnegada y tierna. La célebre Natividad de Piero della Francesca de Londres, en la que Simone de Beauvoir ha visto demasiado apresuradamente una derrota femenina ya que la madre se arrodilla ante su hijo apenas nacido, condensa de hecho el nuevo culto de la sensibilidad humanista. Reemplaza la alta espiritualidad que asimila a la Virgen con Cristo por una percepción carnal de una madre completamente humana. Fuente de las más vulgarizadas imágenes piadosas, esta humildad materna se acerca a la “vivencia” femenina más que las representaciones anteriores. Pero, además, si bien es cierto que absorbe un cierto masoquismo femenino, expone también su contrapartida de gratificación y gozo. Pues la cabeza de la madre que se inclina ante su hijo no lo hace sin el orgullo inconmensurable de la que se sabe también su esposa y su hija. Se sabe prometida a esta eternidad (espiritual o de la especie) que ninguna madre ignora inconscientemente y con respecto a la cual la abnegación o incluso el sacrificio materno no es más que un precio irrisorio a pagar. Precio tanto más fácilmente soportable cuanto que, frente al amor que une a la madre y a su hijo, el resto  de las “relaciones humanas” estalla como un flagrante simulacro. La representación franciscana de la Madre refleja muchos aspectos esenciales de la psicología materna, produciendo así la afluencia del pueblo a las iglesias al mismo tiempo que un formidable  crecimiento del culto mariano, como lo demuestra la construcción a ella (“Nuestra Señora”). Esta humanización del cristianismo por el culto a la Madre conduce también a interesarse por la humanidad del hombre-padre: la celebración de la “vida de familia” realzará la figura de José a partir del siglo XV.

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  1. Para rellenar las lagunas de este artículo, cf. Marina Warner, Alone of all her sexe. The myth and cult of the Virgen Mary, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1976, e Ilse Barande, Le maternel singulier, Aubier-Montaigne, 1977, que son la base de estas reflexiones.

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Historia de amor. México. siglo veintiuno editores. 1987.Págs. 209-211 y217-219.

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