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Archive for May 2024

Ayer leí por primera vez la novela de Huysmans A contracorriente y la leí en Rabean. Este libro discutible sale de la moda aquí para incorporarse a la Historia. Jean Des Esseintes jamás vino a Rabean pero ¿qué importa? Los viajes no formaban parte de sus ejercicios espirituales. El personaje, cálidamente arropado en brocados, hubiera podido envolverse en esta ciudad como con un abrigo de piedra más resistente y más vasto, casi impermeable al aire del Tiempo. En estas calles de casas bajas, donde estalla de cuando en cuando el estrépito trivial de una fanfarria, donde las tiendas exponen sus incentivos pasados de moda, todo respira el aburrimiento de los días demasiado largos, de tareas monótonas, cuando la Envidia se convierte en el más mimado de los siete pecados. Solas, aquí y allá, disimuladas tras sus fachadas de ásperos ladrillos, casi subterráneas, accesibles únicamente a través de corredores tortuosos, las iglesias se abren como tragaluces de un mundo del alma. Aquí, Des Esseintes hubiera podido satisfacer ese deseo desesperado de fraternidad en la soledad, el único que aún une a los hombres con aquellos que, por propia voluntad o no, se han alejado del orden humano. A través de los siglos, hubiera podido comprobar aquí la existencia de cómplices de sueño, de silencio, de catalepsia.

Hipérbole de mi memoria…

La hipérbole y la palabra son aquí los dos sésamos matemáticos de los ábsides, las dos formas de la curva a las que obedece el peso de las piedras. Gramatical o geométrico, su empleo estalla en cada página de estos libros de cristal y oro. Parábolas de Cristo, lozanía de los objetos, sencillez infantil del alma. Hipérbole del lenguaje imperial, declamación pomposa entorno a los Césares. Aquí hubo emperadores que hilaron muy fino los dogmas, que violentaron verdades y trataron textos como si fuesen ciudades conquistadas, que infligieron al sentido de las frases de las Escrituras las mismas transposiciones de sexo que habían intentado los Césares. Todos los fuegos artificiales celestes fueron agotados sobre estos muros por una raza impaciente, decidida a malgastar, antes de tiempo, el pasto de las promesas de Dios. Es esa hierba paradisíaca la que pacen los doce corderos que simbolizan a los Apóstoles; es esa hierba la que alimenta desde hace siglos a los ciervos obligados a pastar en el techo de una tumba. Tras las pesadas paradas militares de la Roma imperial, sólo interrumpidas, en ocasiones, por el hermoso grito demente de un emperador, las procesiones humanas confiesan por fin lo que son: una teoría de mártires. Los gruesos bajorrelieves imperiales traspasan la muralla y se convierten en una procesión de sombras. El Imperio de Occidente, devorado úlceras, cubiertos de sanies fosforescentes, se revuelca igual que Job, pero lo hace sobre un estercolero de piedras preciosas. Los personajes ya no son sino pantallas de zafiro, fantasmas de rubíes en los que se transparenta la luz de un Dios.

No hay ciudad que acuse más que ésta el hiato entre lo de dentro y lo de fuera, entre la vida pública y la secreta vida solitaria. En la plaza, el sol calienta las sillas de hierro a la puerta de un café: niños sucios, mujeres que desbordan maternidad vociferan en las calles tristes. Pero aquí, en estas puras tinieblas que la costumbre hace pronto transparentes, resplandecen fulgores por aquí y por allá, límpidos como los de un alma donde se forman lentamente las cristalizaciones de la desgracia. Los pilares giran con la tierra. Las bóvedas giran con el cielo. Los Apóstoles danzan como derviches a los sones agudos de un vals lento. Manos divinas penden al azar, indefinidas como las que rozan los rostros en las sesiones de espiritismo, irrisorias como las manos dibujadas sobre las murallas para indicarnos el camino que no debemos seguir. Imponentes para recrear el mundo, esas manos se contentan con bendecirlo. Uno de los secretos de Rabean es que la inmovilidad linda con la velocidad suprema: conduce al vértigo. El segundo secreto de Rabean es el de la subida en profundidad, el enigma del Nadir. A la letra, los personajes de los mosaicos están minados: han cavado en sí mismos enormes cavernas donde recogen a Dios. Hundidos en las entrañas del éxtasis, parten en busca de un sol de medianoche, a las místicas antípodas del día. Su experiencia contradice el impulso gótico que tiende los brazos hacia Dios. Prisioneros de un sueño, cautivos bajo la campana de las bóvedas, escapan de la agitación del mundo en la serenidad del abismo.

No es verdad que esos hombres y esas mujeres huían en Dios de un mundo inundado de sangre, donde el paseante corría el riesgo incesante de recibir en la cabeza los escombros de un imperio. Esas épocas de enclaustramiento reflexivo y de tristeza ardiente suelen preparar las catástrofes, no deplorarlas. Las preceden, lo mismo que el pecado precede al castigo. Los ábsides de Rabean son las cuadras sublimes de los cuatro caballos de la Muerte. Si bastó, para hacer que se tambalease el Imperio, con un empujón de las razas bárbaras, fue quizá porque sus poseedores debilitados se desinteresaban de todo lo que no fuese sus alegrías tristes. Esos personajes embalsamados en perfumes se las arreglan para adelantarse a la tumba. Todos cometen con delicia ese supremo pecado contra la naturaleza que consiste en negarse a estar en el mundo. Su odio a la figura humana es tan grande que logran arrebatar a las imágenes santas todo su peso, todo su espesor y, en ocasiones, toda forma: se anticipan al Greco en el arte de las llamas que tiemblan. Su tímida ternura la destinan sobre todo a las telas suntuosas, a las que desean arrugar sin ofensa, a las piedras preciosas que, por lo menos ellas, arden sin sufrir. Ya crean o no en la realidad de Cristo, se las arreglan para dar de él la imagen más alejada de las realidades de la historia; le quitan al Mesías la falsa barba que ocultaba la eterna juventud de Dios. Devuelven al adolescente divino su figura de gran Ángel. Una vez más, los dogmas aquí no son más que una reja tras la cual aparecen las significaciones instintivas. Aquellos místicos creían que la renuncia es la única vía de salvación, que hay que huir del mundo, que el orden universal reposa sobre un cordero sacrificado. Todos los desgraciados les darán la razón.

Para el hombre que va más allá e las realidades humanas, sólo se pueden seguir dos caminos. Poseer la vida como se posee una mujer, conquistarla como se conquista un mundo, dominarla como a una fiera, devorarla como a una liebre, o escupir sobre esta podredumbre.

No hay más elección que entre la pura sensualidad y la perversidad pura, entre el realismo mágico que se asocia victoriosamente al ritmo mismo de las cosas y la renuncia mística que las rechaza para inventarse un cielo. Hay que elegir entre ser el César de Roma o soñar en el desierto. Des Esseintes y sus hermanos coronados de Bizancio o de Baviera eligen la pendiente interior. Esos personajes de pie al borde del abismo, pegados al muro, son otros tantos Khosroes que se las arreglan para tener su propio firmamento, su cruz, su sol. Locos, esos personajes del Bajo Imperio que tienen la manía escribidora, la repetición estéril, argucias sin fin, la indiferencia hacia todo lo que es su delirio, la incapacidad de crear. Pero poseen asimismo el don de las lágrimas, el privilegio de oír en sus celdas desconocidos conciertos de ángeles. Sus únicas obras maestras son precisamente los accesorios de su embriaguez solitaria, sus instrumentos, sus decorados. Sus Paraísos artificiales están pegados a la piedra misma, al tosco ladrillo: perdidamente hacen trampas valiéndose de trocitos de vidrio coloreados y de raspaduras de oro. Sus manos temblorosas dejan una huella confusa, pero sublime, en las paredes salpicadas de fósforo y de sangre. Son los castillos de Baviera a las orillas del Bósforo, las Selvas Negras de los pìnos de Rabean.

Byron medita en el Pinar y las lentas pisadas de su caballo son silenciosas sobre la pinocha caída en el suelo. Está cansado de Rabean, puesto que vive en ella. Los grandes senos de la Guiccioli ya no son para él más que dos odres vacíos. Los mosaicos de las iglesias de Rabean sólo interesan, sí acaso, a la parte más superficial de su alma, a esa noción de lo pintoresco que en él hace las veces de amor al arte. Puesto que todo tiene su compensación, es inevitable que Napoleón quiera escribir tragedias y Byron ganar batallas. La acción es el violín de Ingres de los poetas, al que saben como nadie extraer acentos desgarradores. El sublime Lord está cansado de vagabundear por el fondo de sí mismo, entre los frescos descascarillados de sus sueños y las inscripciones casi borradas de sus recuerdos. Estos personajes perdidos en una niebla de oro no han conseguido más que transformarse en fantasmas: Byron es más ambicioso; quiere hacer Dios. Aspira a morir, luego a vivir. Una vez más, el antiguo mito del Hombre-Dios sacrificado nace en las profundidades de una sangre dispuesta a derramarse. Los fuegos de la hoguera de Shelley aún humean al otro lado de los Apeninos. Sobre la arena de la playa, el galope del caballo pálido se hace aún más leve que sobre el musgo de los bosques. Las olas doblan su espinazo, dispuestas a ser cabalgadas. Byron vuelve la espalda a las marismas del alma y mira hacia Missolonghi.

Rávena, 1935

Peregrina y extranjera. Madrid. Santillana Ediciones. 2002. Págs. 105-112.

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¡Oh! –dijo el borrico:

¡Qué bien sé tocar!

¿Y dirán que es mala la música asnal?

Tomás Iriarte

ARDID DE ARDILLA

Pese a que sólo dispongo del título de la fábula del día, me precipito a escribirla. ¿No es lo mejor que podría sucederle al hilo? Ahora tiene la oportunidad de irse por las ramas, de estar por fin a la altura del personaje de turno. El tema obliga a dar pasos de animal pesado, así se trata de una mariposa o un colibrí. Su ausencia, en cambio, autoriza los experimentos, las fintas, los saltos; en suma, la irresponsabilidad…

Una ardilla demasiado presente podría ser tomada por una vaca o una roca, y a mí no me gusta defraudar al respetable.

(Si crees haberle visto nada más que la cola, o escuchado un mugido de vaca de Chagall, me daré por satisfecho).

LA ZORRA TIENE RAZONES QUE LA RAZÓN NO TIENE

Donde había uvas, allá estaba la zorra. Todas le llegaban; las verdes, las pintonas, las maduras; todas, hasta las que debían ser llamadas de otra manera. Y no le arredraba el hecho de que algunas de ellas se encontraran en zonas de alto riesgo (acantilados, callejones sin salida, selvas, etcétera). Las más de las veces no tenía suerte. Con todo, no se le caía el ánimo. ¿Era una optimista incurable? Si bien no tenía una buena opinión de las frutas esas, consideraba que el absurdo que imponían era el único que casaba con su manera de ser.

UN PRÍNCIPE DE LAS VOLUTAS

El maestro Ángel es de los que todavía piensan que poesía no rima con transpiración. Para él, ser poeta es levantarse tarde, fumar marihuana y matar la noche en sitios de mala muerte. Ah, y no usar desodorante. “Quien se preocupa por disimular su esencia de animal, es un farsante más”. Dice la Biblia que por sus obras los conoceréis. Como hasta el día de hoy nuestro poeta no ha hecho poesía, ni nada que medio se le parezca, tendremos que juzgarlo por sus volutas, que son de antología.

LA PESADILLA DEL CAMELLO

Por cada paso que doy, la arena da tres: cuando llegue al oasis, no encontraré ni agua ni pasto. MI viaje no tiene sentido. Lo lógico sería que desistiera, que me echara, pero las patas no me obedecen, y corren, y la arena, ay de mí, vuelta. A un paso del oasis, doy marcha atrás, y las hienas rompen a reír, y se rompe la ficción.

POR AMOR DE DIOS, UN MORDISCO

Dice la leyenda que los espejos se niegan a reflejarme. Ojalá eso fuera cierto. Cada día me sentiría autorizado para imaginarme distinto. Cada día sería otra historia. ¡Trescientas sesenta y cinco máscaras al año! Venecia en vez de la seriedad. Tú y los demás vivos en vez de rigor mortis… Si los espejos me pasaran por alto, o al menos me sorprendieran de tarde en tarde, no tendría que lanzar esta especie de S.O.S. No sé si me conozco a fondo, pero ya estoy al tanto de todos mis límites; sólo un gesto tuyo podría trastornar las cosas. No digo cambiar, porque ningún espejo vería con buenos ojos que un hombre entrado en años se hiciera grandes ilusiones.

No tendrás que bajar a la cripta: te esperaré en el vstíbulo.

POSITIVISMO A LA LUZ DE LA UNA DE TRANSILVANIA

Hoy más que nunca me gustaría creer en un ser perfecto –creer en el Creador-, para desahogarme a fondo, para volver a la normalidad… Oiga usted, esa sombra suya, esa sangre de su sangre… ¿Qué corre ahora por sus venas? Criaturas aguachentas, criaturas sin una gota de aguarrás… ¿La comida posmoderna? ¿El cine y la televisión?… Oiga usted, ¡qué falta de consistencia!, ¡qué falta de carácter!… La otra noche mordí el cuello de un poeta que impetraba el “aliento de Nosferatu”, y saltó un chorro de babas… ¡Yo que usted me decidiría por el papel de Destructor!

Hoy más que nunca creo que todo fue cosa del azar.

EL EVANGELIO SEGÚN VOLTAIRE

Y el cuarto rey mago, que no era rey ni mago, se postró a los pies del primogénito de José y María, y depositó su presente: la linterna de Diógenes.

CON SANGRE, POR FAVOR

¿Sabías que Drácula sólo lee libros que han sobrevivido por lo menos cincuenta años? Nuestro eterno convaleciente sostiene que si al cabo de ese tiempo todavía circulan, es que fueron escritos como manda la Literatura: con sangre.

(Ya lo sabes, señorito escribidor: si quieres que tu obra haga parte de la biblioteca de Transilvania, vas a tener que deshacerte de cinco litros de aguachirle).

DE LA IMPORTANCIA DE NO SER IMPERTINENTE

Y la babosa llegó a Roma. Y lo bonito del cuento es que para llegar tan lejos no tuvo que cambiar de naturaleza (volverse águila o zorra). La babosa, para salirse con la suya, sólo tuvo que ser babosa a todas horas. Me explico: no ser en ningún momento.

UNA LECCIÓN DE SENSATEZ

Cuando Narciso empezó a verse feo, supuso que las aguas le estaban jugando sucio para obligarlo a ahogarse. ¡Para tenerlo en su seno por los siglos de los siglos! Supuso un amor loco. Pero él no amaba la irracionalidad. Así que rompió con las aguas y dedicó el resto de su vida a la búsqueda de un espejo que sólo tuviera ojos para la belleza interior, el único, en su opinión, que no se preocuparía por darle una lección de romanticismo.

Usted no sabe con quién se está metiendo. Medellín. Fondo Editorial Universidad Eafit. 2006. Págs. 25, 41, 65, 108, 152, 157, 159, 166, 184, 191.

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UNA LUZ SIN SOMBRAS

Por. Luce Deperon (1928-2013)

Luce en 1964, posando con su retrato

PROLOGO

Yo que vivo, yo que busco

yo que miro, yo que sufro,

yo que grito, yo que siento,

yo que lloro, yo que amo.

¡Cuántas veces yo,

para un solo yo…!

Contemplo por la ventana las palmeras que mece la brisa y, más allá, las montañas del Ecuador, con sus cimas tocadas de nubes y cielo y sus laderas salpicadas de casas pequeñas y grandes, y como música de fondo, el tráfico de unas de las avenidas más transitadas de Quito.

Recuerdo que muchas veces que pensé que algún día me pondría a escribir, sin más pero entre lavar la ropa y los platos, ocuparme de las compras de la casa y los preparativos de cumpleaños, bodas, navidades y vacaciones, acudir a citas con profesores, abogados, dentistas, ginecólogos, llamar a electricistas y fontaneros, tramitar cédulas de identidad y permisos de conducir, y encargarme de los pagos y otras menudencias cotidianas, ese día parecía no llegar nunca.

Sin embargo, poco a poco fui escribiendo notas en papeles que iban a parar al cajón de mi escritorio, mi propio buzón, a modo de mensajes dirigidos a mi mejor amiga y enemiga, es decir, a mí misma. Contaba en ellos los caminos transitados por la niña solitaria que fui, esa niña que aún llevo en lo más profundo de mi ser, procurando encontrar coherencia en mis pasos, recoger los trozos desperdigados y poner orden en esa barroca existencia, para que la vida dejara de parecerme un borrador y, al relatarla, pudiera vivirla de verdad. Así fui narrando esa larga experiencia que convertí en un informe, en una rendición de cuentas o en un logos de viaje, para quien desease leerlo.

Quise reconstruir mi historia para saber con quién había convivido y quién era el autor de mis actos; en ningún momento me interesó crear un personaje ficticio, lo que intenté fue liberarme de mi propia ficción.

Algunos me preguntaban: “¿No te da vergüenza contar ciertas cosas? ¿No temes hacer daño a terceros? ¿Es justo exponerte así, decir cosas que pueden dar pie a que la gente se forme una mala opinión de ti?” Debo reconocer que tuve miedo de recorrer mi vida, pero así y todo seguí escribiendo. ¿Por qué´?

Porque sentí que, por difícil que me resultara, lo honesto era obligarme a superar la vergüenza, uno de los grandes males de la tierra al cual simbólicamente está ligada la pérdida del paraíso: la vergüenza de ser humano, ridículo, inepto, enfermo o malo, esa vergüenza que nos conduce a la hipocresía, a la farsa, a la ignorancia o a las aberraciones de la culpabilidad, a no hacer frente a nuestros verdaderos males.

Además, debido a mi sed de dialogar, escribí para entablar una conversación con otros, aunque fueran desconocidos, para comunicarme no sólo conmigo, sino también contigo, Iván, con mi familia –Dayuma, Miguel, Jerónimo, Martín, Shirma, Omar, Yanara, Olivier, Damián, Mónica-, con mis amigos –Javier, Mercedes, Cristina, Paco, Marilú, John, Hugo, Diego, Ángela y Marcela- y con tantos otros seres con quienes he compartido una parte de mi destino; de un modo especial quiero recordar a Enrique Grosse-Luemern que me animó a escribir este libro.

Con mi obra pretendo prolongar la amistad, abrir puertas, restablecer relaciones truncadas o caminos cortados y hablar con personas que hubiera deseado conocer, y en ella me entregó tal cual soy y como he sido, procurando compensar lo que no he dado en los encuentros personales. ¡Es tan poco el tiempo que queda para ahondar en la belleza o detenerse en una relación cuando anda uno buscándose sin sosiego!

Alguien me dijo: “Éstas son las memorias de una desmemoriada.”

Y es cierto, pues reconstruí partes de mi vida sobre las lagunas que yo misma creé. ¿En qué casillero habré archivado mis recuerdos? Ni siquiera conozco el sistema de acceso a mi archivo interior. ¿Bajo qué género figurará: tragedia, comedia? ¿En qué rubro estará…, bajo qué color? Acaso descubrirlo sea algo semejante a la obra de un pintor en que se pinta a sí mismo pintando un cuadro.

La experiencia de escribir ha sido, de hecho, la más rica de mi vida. Este intento de contar la historia de una mujer y su largo despertar ha sido el único reto, aparte de mi actual matrimonio, capaz de alimentar mi constancia durante los últimos veinticinco años.

El comentario más acertado que me han hecho es: “Luce, a pesar de que eres una mujer inteligente, tu libro mueve a preguntarse: ¿cómo puedes haber sido tan idiota’” Esa dolorosa apreciación justifica este libro, pues, efectivamente, he desperdiciado mi talento, he sido un idiota, he carecido de definición y de meta, como una hoja transportada por el viento del destino. Y no pasa día sin que descubra que no soy la única mujer que ha vivido así, y no sólo entre las de mi generación, sino también entre muchas jóvenes que siguen los mismos patrones de vida. Valga para ellas este testimonio sobre los caminos que no han de tomar.

Este recuento me ha llevado muchos años, seguramente porque poco a poco me acostumbré a verme desde otras perspectivas y a revisar mis conceptos. Hoy, tras haber llegado a conocerme como persona, puedo asumir mi individualidad con mayor conciencia.

Quito, 15 de mayo, 2000

Con la colaboración de BEATRIZ LÓPEZ-BUISÁN

Una luz sin sombras. Barcelona. Circe Ediciones. 2001. Págs. 9-12.

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Cuando vi por primera vez a Diego Rivera pensé que era muy feo. Pero me enamoré profundamente de él desde ese primer encuentro. Yo creo que él también se enamoró de mí entonces. A pesar de todo lo que se ha dicho, cuando Diego vivía conmigo no tenía otras mujeres. Como marido, era maravilloso; siempre fue muy hombre.

Durante el tiempo que estuvimos casados vivimos muy pobremente, y muchas veces no teníamos ni qué comer. Cuanto dinero ganaba Diego se lo gastaba en sus ídolos o lo donaba al P. C. Nunca pensaba en una fórmula práctica de gastar su dinero. En lo último que pensaba era en cosas tan prosaicas como la comida, la ropa o la renta.

Me parece como si entonces toda mi vida estuviera centrada en torno de Diego. Lo acompañaba a los edificios donde estaba pitando y me quedaba a su lado todo el día. Lo dejaba sólo para preparar sus comidas calientes, que le servía en el andamio.

Durante los siete años de nuestro matrimonio nos peleamos muchas veces. Mientras más furiosa y violenta me ponía, más se reía Diego y me ignoraba. Después de que nacieron nuestras hijas me daba muy poco dinero para mantenerlas; por lo demás, era buen padre.

Creo que los desnudos que hizo Diego de mí son excelentes, pero los siento independientes de mí, cada uno su con su propia identidad. Por supuesto, considero que, después de Picasso, Diego es el más grande pintor contemporáneo del mundo.

Después de que Diego me dejó, hice un desdichado matrimonio que duró tres años, y desde entonces no me he vuelto a casar. Estuve tan atada durante tanto tiempo a Diego, primero y después a Cuesta, que llegué a apreciar mi libertad más que cualquier posible nuevo marido. Además, después de esos dos matrimonios perdí por completo la facultad de amar. Todavía tengo esa deficiencia.

Después de mis matrimonios me he ganado la vida como escritora, como profesora de costura y como modista. He escrito dos libros, en algunas de cuyas partes he descrito mis matrimonios, usando, por supuesto, nombres ficticios.

Cuando Diego se casó con Frida, mi primitiva y profunda herida había cicatrizado, y hasta asistí a la boda. Se ha escrito de Diego y de mí que nos separamos una vez porque lo descubrí haciéndole el amor a mi hermana. Eso no es verdad; y por eso es también por lo que Frida lo dejó una vez. La verdadera causa de nuestra separación fue que anduviera tan flagrantemente con la modelo Tina Modotti. ¿No podía yo tolerar eso! Estaba yo más allá de la cólera. Me sentí profundamente herida y decepcionada.

Diego siempre les ha dado mucha importancia a las mujeres en el curso de toda su vida. Pero siempre ha sido respetuoso con ellas. Sin embargo, no puedo creer ni un minuto que las quiera por sí mismas, pues si así fuera les sería fiel. Una de las cosas que le gusta a Diego de las mujeres es el dinero que le puedan dar, puesto que la mayoría de sus amantes han sido mujeres muy adineradas. Opino que se congregan a su alrededor de la manera que lo hacen porque su fama, no él mismo, es tan interesante.

Pero todavía quiero a Diego, tanto como amigo como porque es el padre de mis hijas. Mi hija mayor, Lupe, aunque no es exactamente como ninguno de nosotros dos, tiene algunas de las características de Diego. Yo soy de temperamento violento; Lupe es más fácil de trato, como Diego. Ruth está aún más cerca de poseer las cualidades del temperamento de su padre.

En el curso de los años Diego no ha cambiado mucho, salvo en un aspecto. Conforme se ha hecho más viejo, se ha vuelto gradualmente más limpio. Cuando vivíamos juntos casi nunca se bañaba; pero ahora se baña todos los días, porque sabe que a las mujeres no les gustan los hombres sucios, y un hombre viejo ha de ser de mucho más cuidadoso que uno joven.

En este sentido ha empezado a parecerse a un caballero.

Una autobiografía hecha con la colaboración de GLADYS MARCH

Mi arte, mi vida. México. Editorial Herrero. 1963. Págs. 232-233.

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A Mad. Sara Bernhardt.

Señora:

A vos, que brilláis tan alto, dedico humildemente esta narración salvaje, el oscuro autor de AZIYADÉ, pareciéndole que vuestro nombre prestará al libro algo de vuestra admirable poesía.

El autor era muy joven cuando escribió este libro, que pone a vuestros pies, rogándoos mucha, mucha indulgencia…

IXI (FRAGMENTO)

… Muchos de los que han vivido en aquel país entre las jóvenes medio civilizadas, no han podido aprender la lengua tahitiana y conocer las costumbres de la ciudad colonial de Papeete. No ven en Tahiti más que una isla en donde la voluptuosidad impera y en donde todo está arreglado tan sólo para los placeres sensuales y la satisfacción de materiales apetitos. Esos no pueden comprender los verdaderos encantos del país.

Afortunadamente son más los de buen sentido que los insensatos, y los primeros admiran con placer la gran obra de la Naturaleza, tan sublime y naturalmente artística en aquel país, mientras que los otros se abandonan a los goces materiales, sin más conciencia de lo que hacen que la podrían tener un animal cualquiera.

Es un país Tahiti en donde se goza de una perpetua primavera, siempre riente y poética; país de flores y mujeres hermosas. Los encantos de aquellos archipiélagos no son comprendidos por todos.

Id más alá de Papeete, allí en donde la civilización no ha podido abrirse paso todavía, allí en donde se encuentran, bajo los flexibles cocoteros, a orillas de las playas en que se produce el coral, delante del inmenso, imponente y desierto Océano, los distritos tahitianos, los pueblos con tejados de pandanus. –Ved a aquellos colonos inmóviles y que parecen soñar constantemente; ved al pie de los gigantescos arboles aquellos grupos silenciosos, indolentes e inactivos, que parecen vivir tan sólo para el sentimiento de la contemplación… Contemplad la calma de aquella naturaleza; escuchad el monótono y eterno ruido del coral, al chocar unas con otras sus ramas; contempla aquellos grandiosos lugares, aquellas selvas que parecen suspendidas en las sombrías montañas, y todo esto, perdido en medio de aquella soledad majestuosa y sin límites: el Pacífico…

Versión castellana por MIGUEL BALA GARCÍA.

El casamiento de Loti. Madrid. Págs. 37-38.

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La auto-publicidad no es una vana, inútil o exagerada expresión de megalomanía, sino la indispensable NECESIDAD de hacer conocer rápidamente al público las propias ideas y creaciones. En cualquier campo de la producción excepto en el del arte está permitida y admitida la más estrepitosa publicidad; todo industrial puede y hace la más osada publicidad a sus productos; solamente para nosotros, productores de genialidad, de belleza, de arte, la publicidad es considerada algo anormal, manía arribista y descarada inmodestia. Ya es hora de acabar con el reconocimiento del artista tras su muerte o edad avanzada. El artista necesita ser reconocido, valorado y glorificado en vida, y por ello tiene derecho a usar todos los medios más eficaces e impensados para la publicidad del propio genio y de sus propias obras. El primero y más competente crítico de la obra de arte es el artista que la ha creado: a él todos los medios para ilustrarla y lanzarla. Si el artista espera la popularidad y el reconocimiento de la obra propia por medios ajenos tiene tiempo de morir 5000 veces de hambre.

Depero futurista (1913-1950). Barcelona. Fundación Juan March. 2014. Pág. 409.

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LAS COLONIAS DE PALESTINA

No profeticemos sobre lo que se ha de resolver después de la guerra. Los hebreos se proponen, en todo caso, colonizar al país; cultivar las tierras, baldías desde hace tantos siglos. La colonización hebrea en Palestina comenzó hace treinta y cinco años, gracias a la munificencia del barón Edmundo de Rotschild, de París. Hoy habrá unas treinta y cinco colonias, verdaderos oasis en el desierto, únicos refugios de la civilización, donde hay escuelas y florecen nuevas industrias, plantaciones de todas clases, bosques magníficos, casas del pueblo, recreos. Lo que más sorprende es la resurrección del espíritu nacional. Sólo se habla allí la lengua de los Profetas, la del Antiguo Testamento. Hay millares de niños que, espontáneamente, no aprenden otra lengua. En ella se imparten las enseñanzas escolares. Unos cuantos lustros de libertad han bastado para tender un puente entre los tiempos actuales y los lejanísimos tiempos en los que no se oían en aquellas tierras más que palabras que las de la Sagrada Escritura.

Para juzgar del éxito económico, la empresa es muy nueva todavía. La poca experiencia se paga con sacrificios enormes. Algunas colonias han podido emanciparse de los auxilios de Rotschild y de otras sociedades sionistas. Se han fundado nuevos mercados para sus frutas y, sobre todo, sus vinos, cuya exportación alcanzó cifras considerables el año anterior a la guerra. El ensayo es, en conjunto, satisfactorio; puede servir de base para la gran colonización.

No hay que improvisar esta gran colonización. No se trata de que los hebreos caigan como una inundación sobre Palestina. La emigración ha de ser metódica, lenta, sujeta a reglas económicas. Se formarían al efecto sociedades agrícolas, bancarias, industriales, en todo el mundo, para subvenir a las empresas colonizadoras, todo bajo la garantía de las grandes potencias.

Respecto al grado de autonomía que pudiera darse a estas colonias, nada concreto puede decirse aún. Todo depende de los acuerdos entre las potencias interesadas y de lo que parezca más propio para satisfacer las necesidades del pueblo repatriado.

El Sol, Madrid, 17 de diciembre de 1917.

En: Aquellos días.

Obras Completas de Alfonso Reyes. III. México. Fondo de Cultura Económica. 1995. Págs. 320-321.

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LA POESÍA

En la elección hay siempre algo misterioso, y es que más que elegir, el poema nos elige, a veces nos habita durante años sin que tengamos conciencia de que está ahí creciendo, alimentándose de nuestra substancia.

Se escribe de lo que se desconoce. Se aprende a estar en la violencia de ese adentro.

Caer en estado de poesía es caer en el deseo, cada poema es apenas una aproximación al Poema, un tránsito, siempre habrá un más allá que no se puede tocar.

La poesía tiene algo de revelación en el sentido místico, y de revelado como en la fotografía.

La poesía además de un conocimiento es mirar la mirada mirándose, y mirar, es también encontrar, encontrarse ¿en el otro? ¿en sí mismo?

LA CASA DEL POEMA

“Afortunado es aquél que perdió su casa porque así todavía puede seguir soñándola”

-No hay un solo lugar donde la casa se detenga.

-La casa es el templo que camina.

-Un lugar en que Dios persiste en darnos la espalda.

-Aunque no hay nada distinto que pueda darnos.

-Para hablar de eso debimos salir de la casa.

¿La casa como una célula del conocimiento?

¿Claustro para engendrar criaturas mentales?

¿Dilatación de la conciencia?

¿Agua sin orillas?

La casa vieja madre, nudo, sollozo

pequeñísima escritura

presagio

raíz

súbito sol oscurecido

¿El poeta nos deja en el lugar o es la ausencia de lugar.

EL POEMA

¿Quién es la que implora ante el muro? ¿qué implora? ¿quién es esa presencia?

Desnudó su voz para que el canto se detuviera y mirara, furtivo como el pájaro. No supo decir sino: vivir presa en la sombra. Hermana de la luz, ¡expúlsame!

La voz del poeta es femenina, vuelta hacia sí mismo, hacia su propio muro.

La pregunta doliéndose, ardiéndose en su preguntar

¿Qué es ese oscuro alimento?

-Como si se tocara y no fueras tú sino la noche.

-Me dirijo a ti como una puerta abierta.

-Soñé que luchaba contigo con palabras que bracean ciegas en tu voz.

-¡Oh, hermana, cómo te acechan mis labios!

-No sé decir sino palabras tuyas, que caminan por mi voz, lentos animales que me olfatean.

¿Dónde se depositan esas palabras? ¿en qué limo? ¿desde qué desprendimiento la ofrenda?

EL POETA

Dice la Kábala que toda sabiduría está contenida en el Pentateuco, todo el Pentateuco en el Génesis, el Génesis en el primer versículo, el primer versículo en la primera palabra, y la primera palabra en la primera letra.

Y la letra de Dios es la H´t, apenas el hálito.

Dice el poeta: Tres días fueron noches, fugitivo de la luz mi cuerpo se piensa. ¡Levántate!… Ni Dios me hubiera llamado así

El poeta va hacia el silencio de la palabra, hacia las bocas de la tierra

y dice:

Has hablado. Ahora seré yo tu callar. Deslízate dentro, que tu voz duerma en mí.

Hablaré como se muere. Sin apenas rozar.

¿Es la palabra la que pide y ruega para que el poeta como Job sea perdonado?

Y el lugar es el cuerpo

Y uno no sabe nada ni siquiera huir de ese no saber

uno está en lo solo de lo abierto, solo

en la violencia de la quietud

los dedos abriendo esa carne

temblándose en esa carne

el temblor se repliega

y la palabra acude

y se exige

se padece

en esa su exigencia

aunque no tenga ya nada qué decir

nada más qué decir

Ciudad de México

Febrero, 1995

El oscuro alimento. Medellín. Ediciones Bolsillo Roto. 1995. Págs. 7-11.

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