Por: Michel Serres (1930-)
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III. LO COGNITIVO: ¿CUÁLES CONSECUENCIAS CONGNITIVAS SE SIGUEN DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS?
A. Un fenómeno emblemático: la pérdida de la memoria.
Las consecuencias de las nuevas tecnologías sobre lo cognitivo son numerosas, y las que operan sobre la memoria son de las más dramáticas.
Antes de la difusión democrática de la escritura, la memoria estaba casi por entero “colocada en el cuerpo” de las gentes y era pues considerada como fiable; así era considerada la “tradición oral” (la de Sócrates, la de los apóstoles), o la de los estudiantes de la universidad en la Edad Media, que eran capaces de repetir de memoria su curso durante muchos años. No se podía contar –como hoy- con toda una serie de soportes que tiene el lugar de una memoria.
En la actualidad, el lugar de la memoria se ha desplazado: pasa al papel y a los tipos de “memorias” numéricas, que en este caso están muy bien nombradas. Este proceso había alcanzado ya un grado suplementario con la imprenta; de esa época data la célebre frase de Montaigne “prefiero una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena”. Entrañaba pues un cambio de las prioridades intelectuales y de la concepción de lo que era un hombre honesto: más que una “cabeza bien llena” se buscaba constituir bibliotecas personales que permitieran tener espíritu amplio, y espíritus que regulen bien su pensamiento.
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B. Una pérdida que nos permite ganar.
La “pérdida” aparece así como uno de los caracteres profundos del progreso en la evolución humana: ganamos más por medio de pérdidas como las que han sido vividas con la invención de la imprenta.
Así ha ocurrido con el milagro evolutivo de la mano durante el millón de años en que el hombre pasó de cuatro patas a dos pie; el volverse inútil en la perspectiva del apoyo, la mano “servía para todo porque no servía para nada”. Lo mismo ocurrió con la palabra: perdemos la función prensora de la boca, ganamos palabra. Lo que se pierde se compensa por una ganancia formidable.
Más ampliamente, nuestras invenciones son conceptualmente “pérdidas orgánicas” o más exactamente transubstanciaciones, que transforman lo que es el orden de lo subjetivo en objetivo: la invención del martillo es una “pérdida” de una facultad de la mano o de otras partes del cuerpo; la escritura implica una pérdida de memoria; la invención de las matemáticas o de la ciencia experimental son ganancias que provienen de pérdidas orgánicas. De esta manera se podría comprender la fórmula de Robert Musil que hablaba del hombre “sin atributos”: nuestras facultades son exteriores.
Estas “pérdidas” pueden ser concebidas como liberaciones; sí se parte del principio que la inmensa mayoría de nuestros actos cognitivos son mecanizables o automatizables, estas “pérdidas” permiten concentrarnos en la única tarea auténticamente no-mecanizable: la invención.
A la manera de una parábola, se puede evocar la historia de Denis, primer obispo de Lutecia <París> en la época en que los cristianos vivían ocultos. A este último la soldadesca le había cortado la cabeza y él la habría recogido del suelo donde había caído. ¿Cómo Denis pudo saber donde estaba su cabeza? Cuando prendemos nuestro computador, pensemos en Saint Denis: “nuestra cabeza está allí”.
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C. Estas pérdidas del cuerpo no deben suscitar ni pesar ni nostalgia: son constitutivas de la naturaleza humana.
Las pérdidas evocadas, lo virtual, no significan ni el olvido del cuerpo, ni la negación de su naturaleza. Muy por el contrario: lo virtual, es decir lo que no es actual o no está presente, es un modo de ser constitutivo y específico del hombre.
Es ante todo una experiencia que tenemos cada uno de manera íntima y que revela la literatura: en un instante dado, existe siempre una parte de uno mismo que está “en otra parte”. No se es una “ser ahí” sino un “ser-en-otra-parte”: es lo que Maupassant llamaba el “fuera-ahí” (“hors-lá”), lo que cuenta Madame Bovary al relatar una sexualidad más virtual que real, o lo que expresa en el amor inventado por los trovadores como “amor por la princesa lejana”. Como lo decía Bussy-Rabutin, “la ausencia es al amor lo que el viento al fuego: apaga el pequeño y atiza el grande”.
Además, las pérdidas o ganancias de facultades mentales sensoriales tienen una dimensión cultural que nos revelan su extrema magnitud. Creemos tener cinco sentidos: experimentos específicos ligados a un cierto grado de desarrollo científico nos mostrarán que poseemos sentidos que ignoramos, como el “sentido interno” (sensación del propio cuerpo) y la “cenestesia” (percepción del espacio por medio de los movimientos del cuerpo). Luego, vemos que los usos y los hábitos pueden disminuir o aumentar su agudeza: el hombre de la ciudad “ve de cerca” con respecto al hombre del campo o al hombre del mar; cuando los pilotos de caza viajan a la velocidad Mach 2.5 nos revelan una adaptabilidad y capacidad insospechadas. Ignoramos pues ampliamente lo que pueden hacer los sentidos. La cultura y la historia nos descubren sus nuevas posibilidades todos los días.
Nuestras “perdidas” de sentido no deben pues suscitar ni pesar ni nostalgia, son constitutivas de la naturaleza del hombre y de su dimensión cultural.
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Traducción: Luis Alfonso Palua C.
Revista de Extensión Cultural. Universidad Nacional, sede Medellín. Medellín. Nro 54. Junio 2010. Págs. 79-81.
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