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Archive for 9 de junio de 2013

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Jane Bowles

Jane Bowles

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22 de febrero, 1967

Tu Día

Cariño:

Todo el mundo está celebrando el aniversario de Washington, pero nosotros celebramos el tuyo. A dar la medianoche brindamos por tu salud y tu felicidad. Me pregunto cómo estarás pasando el día de tu cumpleaños (espero que lo celebres como más te guste).

Ángel, creo que si comprendieras lo que supondrían para mí cuatro letras tuyas, te obligarías a escribirme (pero si no puedes, ¿por qué no le dictas unas líneas a Gordon Sager, que estará encantado de mecanografiarlas?).

Seis o siete días después de que recibas esta carta llegará Paul (procura esta guapa para él que tanto te quiere)… aunque nadie te quiere tanto como yo…

Madre

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Jane cariño:

Me disgusta y aflige saber que fumas tanto y que tomas Nembutal (un somnífero que sólo debe tomarse por orden del médico; Julie y yo tomamos uno cada uno por la noche y recordarás lo atontada que me dejaba. Por favor Ángel, hazlo por Paul y por mí, no tomes tantas píldoras; serás mucho más tú misma si dejas de hacerlo). Cariño, espero que procures asearte, que vayas a la peluquería todas las semanas para que no te salga caspa. ¿Sabes lo que supondrían para mí cuatro letras tuyas, cariño? ¿Vas a negármelas? Tú sabes cuánto te quiero… Tú eres mi vida y está tan vacía no tengo noticias tuyas porque entonces sé que no te encuentras bien. Sólo unas letras supondrán…

Besos y todo mi cariño

Madre

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Jane Ángel mío:

Imagina lo feliz que me ha hecho recibir hoy tu carta. Cariño, no te pasa nada… tu padre te hubiera dicho que dejaras de dramatizar tus problemas. Cielo, yo era mucho más joven que tú ahora cuando enterré a tu padre y tenía que preocuparme de tu rodilla… y en vez de darme por vencida seguí adelante… tú también eres una persona decidida, cariño… no vuelvas a dejarte vencer por nada. Espero que Paul y tú veáis a vuestros amigos (sobre todo a David). ¿Fuiste a la fiesta de cumpleaños que te dio¡

[…] S{e un Ángel, cariño, dulce como eres tú realmente y haznos felices a Paul y a mí. Te quiere

Madre

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Jane cariño:

Siempre has seguido mi consejo… ¿no quieres hacerlo ahora? Si no lo haces tendrás que volver al hospital. Créeme, Ángel, no te pasa nada que no puedas solucionar sola. Oblígate a bañarte y vestirte después de desayunar (no es difícil sólo que te has convencido de que no merece la pena). ¿Cómo puedes decir eso cuando todo el mundo está cantando tus alabanzas? Cariño, tienes que dejar todas las pastillas que estás tomando menos las de la epilepsia y las de la hipertensión. ¿Es que no entiendes que todas las pastillas que tomas sin necesitarlas son la causa de tu gran depresión? Ángel, esto no puede seguir… si no lo haces por tu cuenta, tendrás que recibir ayuda de los médicos y las enfermeras. Demuestra que puedes hacerlo, hazlo por Paul y por mí. Ojalá pudiera estar contigo, cariño… Si me necesitas, cuenta conmigo. Te quiero mucho.

Madre

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Jane cariño:

No te escribí ayer domingo porque creía que llegaría carta tuya hoy seguramente… pero no fue así… tienes que comprender el daño que me hace la angustia a mi edad. La tensión me sube tanto que veces creo que me va dar un ataque. Por qué no puedes escribirme regularmente una vez a la semana… ¿Acaso es demasiado pedir para una madre de 76 años? Cuando no recibo carta tuya siempre pienso que pasa algo… y si, no lo permita Dios, así fuera, estoy segura de que le dirías a Paul que me escribiera. ¿Te encuentras bien? ¿Sigues fumando tanto? ¿Qué estás haciendo que no encuentras tiempo para escribir? Ruego que haya una carta en el camino…

Viernes por la noche, el 14 de octubre es la víspera del Día de Expiación, la mayor festividad del año para los judíos (que Dios nos perdone todos nuestros pecados). Sé que tú no rezas, así que lo haré yo por ti. ¿A quién ves, aparte de a David? ¿Está Tánger animado o tranquilo? Te pido por favor que me escribas una carta con muchas noticias. ¿Has ido al dentista? Por favor, contesta todas las preguntas que te hago, porque soy muy desgraciada cuando me excluyes de tu vida. Sabes que te quiero más que a nada en el mundo…

Madre

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Jane cariño:

¡Por fin! La primera carta tuya en siete semanas… Todavía no entiendo… el Ramadán es todos los años y esto nunca había ocurrido antes… estaba destrozada preguntándome qué os pasaría a ti y a Paul… seguro que uno de los dos podría haberme puesto unas letras… si tú no puedes usar la máquina de escribir ponme unas líneas a mano y no me tengas en continuo estado de preocupación. Gracias a Dios que estáis bien.

[…] La foto adjunta (de Time) me emocionó mucho… ¿Publicaron la entrevista que os hicieron a Paul y a ti en Tánger? ¿Vas a volver a escribir? Es una vergüenza despreciar talento tan extraordinario. Talento o no te quiero con locura.

Madre

Por favor escribe

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10 de abril de 1968

Jane cariño:

He recibido tu carta hace un momento y no sabes cuánto me ha alegrado.

Dices que estás bien físicamente – Tienes que creer que también estás mentalmente bien – Me dices que conserve la fe – Yo siempre he creído en Dios y en ti – y tú también tienes que creer en ti misma, ángel. Créeme, con la ayuda del médico pronto te pondrás bien. Anímate, cariño, que estás mucho mejor. Paul me escribe regularmente… y me ha prometido que pronto te traerá a verme. Si quieres cuando llegue el momento iré a buscarte – ya sabes cariño que en el pensamiento estoy siempre contigo – Julián agrade tu interés por él… te quiere, y yo te adoro como siempre.

Madre

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20 de abril de 1968

Jane cariño mío: –

Acabo de recibir carta de Paul en la que dice que no ha ido a verte (aunque quizás a estas alturas ya lo haya hecho) porque tiene problemas con la dentadura. Tienes que convencerte de que estás bien, ángel, y creer en ti misma. La carta que me has escrito es maravillosa – exactamente como las de antes, aquí que ponte enseguida bien y Paul te traerá a verme y las dos seremos felices –

[…] Beso y todo el cariño de Julián y mí – Eres mi vida.

Madre

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De la traducción Ángela Pérez.

Jane Bowles. Un pecadillo original. Barcelona. Circe Ediciones. 1990. Págs. 374-376, 381, 386, 388.

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Por: Ossip Mandelstam (1891-1938)

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Ossip Mandelstam

Ossip Mandelstam

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X

Dante está lleno de un sentimiento de inexplicable gratitud por toda la riqueza que le cae en las manos. Aunque su inquietud es bastante grande: hay que preparar el espacio para el influjo; hay que extraer la catarata de la visión rígida, hay que tener cuidado de que la abundante materia poética que se derrama no gotee entre los dedos, no vaya a un tamiz vacío:

Tutti dicean: «Benedictus qui venis!»,

E fior gittando di sopara e dintorno,

«Manibus, oh, date lilia plenis!»

(Todos decía: «Benedictus qui venis!»

y echando flores sobre sí y en torno,

«Manibus, oh, date lilia plenis!»

 (Purgatorio, XXX, 19-21)

El secreto de su capacidad poética estriba en que no introduce ninguna palabra suya. Pone cualquier cosa en movimiento con tal de que no sea la invención y la imaginación. ¡Dante y la fantasía con incompatibles! ¡Avergonzaos, románticos franceses, miserables de rojos chalecos, incroyables  calumniadores de Aligheri! ¿Cuál es su fantasía? Escribe al dictado, es un copista, un traductor… Está totalmente encorvado, con la pose de un escriba que hojea temeroso el original iluminado que le han prestado de la biblioteca del prior.

Me parece que olvidé decir que la Commedia tenía como preámbulo una sesión hipnótica. Esto es cierto, aunque, tal vez, demasiado altisonante. Si se considera esta maravillosa obra desde el punto de vista del escribir, desde el punto de vista del arte autónomo de la escritura, que gozaba en 13oo de los mismos derechos que la pintura y la música, y era una de las profesiones de mayor prestigio, podemos añadir a las analogías ya mencionadas, una nueva: la escritura al dictado, la transcripción, la copia.

Muy raras veces nos muestra su escribanía: la pluma se denomina penna, es decir, participa en el vuelo de los pájaros. La tinta se llama inchiostro, que significa «propiedad monacal», los versos se denominan también inchiostri, o se designan por la escuela latina «versi«, o, aún más modestamente, carte, es decir, una asombrosa sustitución: páginas en lugar de versos.

Y cuando ya está escrito y preparado, todavía no podemos poner el punto final, sino que es imprescindible llevarlo a alguna parte, enseñárselo a alguien para que lo censure o lo elogie.

Decir «copiar» no es suficiente -es la caligrafía al dictado de los más terribles e impacientes «dictadores». El «dictador»-preceptor es mucho más importante que el así llamado poeta:

… Trabajaré todavía un poco más, y luego hace falta enseñar el cuaderno, emborronado con las lágrimas de un escolar barbudo a la severa Beatriz, que irradia no sólo gloria, sino también sabiduría.

Mucho antes del alfabeto de colores de Rimbaud, Dante conjugó el color con la plena vocalización del habla articulada. Pero él es un teñido, un tejedor. Su abecedario es el alfabeto de las ondulantes telas teñidas con coloridos polvos y colorantes vegetales:

Sopra candido vel cinta d´uliva

Donna m´apparve, sotto verde manto,

Vertita di color di fiamma viva.

(Ceñido el blanco velo con oliva,

una mujer surgió con verde manto,

vestida de color de llama viva.)

(Purgatorio, XXX, 31-33)

Sus impulsos hacia los colores pueden llamarse más bien impulsos textiles que alfabéticos. El color para él sólo se hace patente en los tejidos. Lo textil en arte es la mayor aportación de la naturaleza de la materia, como sustancia determinada por la coloración. El arte de tejer es una labor más cercana a lo cualitativo, a la calidad.

Ahora intentaré describir uno de los innumerables vuelos dirigidos por la batuta de Dante. Tomaremos este vuelo en el marco real de una labor precisa e instantánea.

Comenzaremos por la escritura. La pluma traza letras caligráficas, forma nombres propios y comunes. La pluma es un trozo del cuerpo de un pájaro. Dante, que nunca olvida el origen de las cosas, se acuerda, naturalmente, de eso. La técnica de la escritura con sus presiones y redondeces, se suspende en el vuelo figurado de una bandada de pájaros:

E comme augelli surti di riviera,

Quasi congratulando a los pasture,

Fanno di sé or tonda or altra schiera,

Si dentro ai lumi sante creature

Volitando cantavano, e faciensi

Or D, or I, or L, in sue figure.

(Y como aves que dejan la ribera

casi congratulando a sus pasturas,

que hacen de sí curvada u otra hilera,

así, en la luz, las santas criaturas

volitando cantaban, y se hacían

ya D, ya I, ya L en sus figuras.)

 (Paradiso, XVIII, 73-78)

Como si fueran letras bajo la mano de un copista que obedece al dictador y se mantiene fuera de la literatura. Como un producto preparado, las letras van al anzuelo del sentido, como a un incitante cebo. Exactamente así actúan los pájaros que, imantados por la verde hierba, juntos o por separado picotean lo que encuentran,  bien formando un círculo, bien alargándose en una línea…

La escritura y el habla son inconmensurables. Las letras corresponden a intervalos. La antigua gramática italiana, igual que la rusa, es la misma alborotada bandada de pájaros, la misma variopinta schiera toscana, esto es, la muchedumbre florentina, que cambia de leyes como cambia de guantes, olvidando por la tarde los decretos promulgados por la mañana para el bienestar común.

No hay sintaxis, hay un impulso magnético, la melancolía de la popa de una carabela, la melancolía del cebo de gusanos, la melancolía por la ley no promulgada, la melancolía de Florencia.

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Coloquio sobre Dante. Cuarta prosa. Madrid. Visor Distribuciones. 1995, Págs. 66-68.

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ANTOLOGÍA

Por: Ezra Pound (1885-1972)

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Ezra Pound

Ezra Pound

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UN PACTO

Haré un pacto contigo, Walt Whitman –

Te he detestado ya bastante.

Vengo a ti como un niño crecido

Que ha tenido un papa testarudo;

Ya tengo edad de hacer amigos.

Fuiste tú el que cortaste la madera,

Ya es tiempo ahora de labrar.

Tenemos la misma savia y la misma raíz –

Haya comercio, pues, entre nosotros.

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FRANCESCA

Tú saliste de la noche

Y había flores en tus manos,

Ahora saldrás de entre un barullo de gente,

De entre un tumulto de conversaciones sobre ti.

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Yo que te había visto entre las cosas prístinas

Me encolericé cuando decían tu nombre

En sitios ordinarios.

Quisiera que las olas frescas cubrieran mi mente,

Y que el mundo se secara como una hoja seca,

O como semillas de diente-de-león fuese aventado,

Para que pueda encontrarte de nuevo,

Sola.

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ORTO

¡Cómo he trabajado!

¡Cómo no he trabajado

para infundirle un alma,

dar a los elementos un nombre, un centro!

Como la luz del día es bella y fluida.

Pero sin nombre ni lugar.

¡Cómo no he trabajado pro separarle el alma,

por darle nombre y ser!

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Tú estás ligada y encerrada

entre los elementos aún no nacidos;

te he amado arroyo y sombra.

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Te pido que entres en tu vida.

Te ruego aprender a decir “yo”,

cuando yo te interrogue.

Pues no eres parte, sino todo,

no porción, sino ser.

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PICADILLY

Bellas, trágicas caras –

vosotras que fuisteis lozanas y estáis tan abatidas;

y, oh, las envilecidas, que pudisteis haber sido amadas,

y estáis tan impacientes y borrachas,

¿quién os habrá olvidado?

Oh, caprichosas, frágiles, caras, pocas en muchas,

Las gruesas, las toscas, las descaradas,

Dios sabe que no puedo compadecerlas, quizá, como debiera;

pero, oh, vosotras, delicadas, caprichosas caras,

¿quién os habrá olvidado?

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EN UNA ESTACIÓN DEL METRO

El aparecimiento de estas caras entre el gentío,

Pétalos en mohosa, negra, rama.

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LA BUHARDILLA

Vamos, compadezcamos a los que están mejor que nosotros,

Vamos, amigo, recordemos

que los ricos tienen camareros y no amigos

Y nosotros tenemos amigos y no camareros.

Vamos, compadezcamos a los casados y a los no casados.

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La aurora entra con pasitos menudos

como una dorada Pavlova,

Y yo estoy junto a mí deseo.

Y la vida no tiene nada mejor.

Que esta hora de diáfana frescura,

la hora de despertarnos juntos.

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N. Y.

¡Mi Ciudad, mi amada, mi blanca! ¡Ah, esbelta,

Escucha! Escúchame, y yo soplaré dentro de ti un alma.

¡Delicadamente ante la caña, atiéndeme!

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Ahora si sé yo que estoy loco.

Porque aquí hay un millón de gentes con la furia del tráfico;

Esto no es una doncella.

Ni yo podría tocar una caña si la tuviera.

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Mi Ciudad, mi amada,

Eres una doncella sin pechos,

Eres esbelta como una caña de plata.

¡Escúchame, atiéndeme!

Y yo soplaré dentro de ti un alma

y vivirás para siempre.

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Traducción de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal. Prólogo de Ernesto Cardenal.

Antología. Madrid. Visor. 1983. Págs. 21, 25, 26, 27, 29, 31, 40.

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Por: Pedro Gómez Valderrama (1923-1992)

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Pedro Gómez Valderrama

Pedro Gómez Valderrama

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Para algún amigo mío, la muerte era el «cierre del polígono». En la jerga Po­pular, entiendo que se dice «colgar los tenis». En la guerra civil española, se habla­ba de quienes murieron «con los zapatos puestos». Toda suerte de perífrasis, de mu­chas de las cuales es autor el sentimiento popular, sirven para cubrir ese último mi­nuto de la muerte, y darle incluso un tinte de humor, apelar a las últimas reservas del espíritu para darle un perfil menos som­brío al momento del balance.

A lo largo de la existencia del mundo, ha habido siempre una preocupación por clausurar la parábola vital con una frase que diga algo a los propios, que éstos puedan recordar, y en otros casos, que puedan recordar los compatriotas, como el último momento de gloria. Desde luego, no siem­pre brotan espontáneamente las palabras necesarias. A veces, también, se confunde la expresión de un deseo trivial del murien­te, con una formulación de grandeza. Sin faltar al respeto a Goethe, sus últimas pala­bras «Luz, más luz» posiblemente tradu­cían simplemente el deseo de que le abrie­sen la ventana para que entrara un poco del cielo, de la claridad del día.

Se cuenta de algún noble francés que murió en circunstancias por demás gratas, en compañía de su amada; alguien le hizo después este epitafio:

«Por siempre lejos de mi amada

en esta tumba yaceré,

feliz de abandonar la vida

en el sitio en que la tomé».

Epitafios y últimas palabras, difieren. En general, el epitafio es compuesto por persona distinta al que muere. Aunque en algunos casos, como el de Stendhal, hay quien deja escrito su propio epitafio: «Arrigo  Beyle, milanese, visse, scrisse, amó». (Enrique Beyle, milanés, vio, escri­bió, amó).

Posiblemente, en muchos casos los epi­tafios son más auténticos que las últimas palabras. D.J. Enright, autor de «El libro de Oxford de la Muerte», tiene un capítulo dedicado a los epitafios, últimas palabras, y requiems. Allí dice:»En ‘Eucounter’ Nigel Dennis plantea graves dudas sobre la institución misma de las ‘Ultimas Palabras’. Fuerza mucho la credulidad que a Rabelais se le adjudiquen cinco conjuntos completamente disímiles y a Heine tres, porque ello implicaría una locuacidad poco menos que operática. Un médico dijo a Mr. Dennis que él había atendido quinientos lechos de muerte sin ha­ber oído una sola exclamación memorable, y una enfermera explicó que en general los pacientes eran sedados con anticipación y en consecuencia ‘se iban sin una palabra’ (Otra enfermera sin embargo, admitió que los pacientes a menudo expresaban su agra­decimiento por las atenciones recibidas). Justamente como la llanta ha suprimido la paja del caballo de la calle de los murien­tes, concluía Dennis, así la jeringa hipodér­mica ha silenciado al dueño de casa.

Seguramente, y con la mejor intención, se han inventado las últimas palabras, en muchos casos, como en aquellos en los cuales la posteridad espera recibirlas. En algu­nos sin embargo, ellas pueden ser auténti­cas, en especial Si son hijas del delirio. Las de Balzac, «Llamad a Bianchon», el médico creado por él en sus novelas, tienen autenti­cidad.

En el caso de Bolívar, el doctor Reve­rend menciona las que luego se tomaron como últimas palabras. Dice el médico: “… no se debe admitir como verdadera impresión del pensamiento las incoheren­cias que profiere el enfermo en medio de los ensueños o delirios de la fiebre, así como sucedió una noche que se le escapa­ron a nuestro enfermo estas entrecortadas palabras:»¡Vámonos!  ¡Vámonos!… esta gente no nos quiere en esta tierra. ¡Vamos, muchachos, lleven mi equipaje abordo de la fragata!». El mismo médico anota la cantidad de interpretaciones que de allí pueden extraerse, y señala que en los últimos momentos “ya no hablaba sino de modo confuso». En todo caso, según Reverend, las palabras citadas fueron profe­ridas poco tiempo antes de la muerte, se­gún el texto de su memoria.

Algunas hay que parecen inventadas por los enemigos. Por ejemplo, las de Voltaire, quien se dice que exclamó viendo que la lámpara se encendía: «¿Qué?, ¿ya son las llamas?». O las de Beethoven: «En el cielo voy a oír». Pero él tiene otras, con las cuales rechazó un vaso de vino: «¡Malo! ¡Malo! ¡Es demasiado tarde!».

Las  de César Borgia  son bastante ilustrativas: «Muero sin prepararme». Las de Ana Bolena, pueden ser muy reales: «El verdugo es, según creo, un experto. y mi cuello es muy delgado. ¡Oh, Dios, ten piedad de mi alma!».

Las de Disraeli, también muy posibles, están revestidas de fino humor. Le anunciaron que la Reina Victoria iba a visitar­le, y respondió: «¿Por qué tengo que verla? Ella simplemente debe querer que yo le lleve un mensaje a Alberto».

Lord Palmerston tuvo una exclama­ción muy digna: «¿Morir, querido doc­tor? ¡Es la última cosa que yo haría!». La madre de Goethe tuvo otro impromp­tu memorable. Una criada le trajo una in­vitación a una fiesta, y ella contesto: «Diles que la señora Goethe no puede asistir,  está muy  ocupada muriendo». Víctor Hugo exclamó: «¡Veo la luz ne­gra!». Chesterton: «Ahora está claro el problema: está entre luz y oscuridad, y todos deben escoger su lado». María Bashkirtseff, mirando una vela que se apagaba: «Nos apagaremos las dos». Lord Byron: «Ahora dormiré». Thomas Carly­le: «De modo que esto es la muerte, bien…”. María Antonieta, habiendo dado un pisotón al verdugo: «Señor, le pido perdón. No lo hice a propósito». Napo­león: «¡Francia!  ¡Ejército!  ¡Cabeza de ejército! ¡Josefina!».

Entre las últimas palabras literarias, la más hermosa es, sin duda, la de Hamlet: «El resto es silencio». Y como muestra auténtica, las de Trotsky: «Siento ahora que esta vez tuvieron éxito». Dolorosas, las de Teresa de la Parra: «Ahora comeré una poquita de tierra». Impronunciables, las del general Hermógenes Maza: «Ahí les dejo su mundo de m…”.

Isadora Duncan, al montar en el auto­móvil en el cual iba a encontrar la muerte, estrangulada por su bufanda de seda, dijo a sus amigos: «¡Adiós, amigos, me voy a la gloria». W. Somerset Maugham: «Morir es un asunto aburrido y monótono. Mi conse­jo a ustedes es no tener nada qué ver con eso”.

En muchos casos, se trata de interpreta­ción, de circunstancias, que hacen que palabras sin mayor trascendencia se convier­tan en memorables. El epitafio es delibera­do: desde el de Meleagro de Cádara a Heliodora: «Séle, oh tierra, ligera, ya que ella sobre ti pesó tan poco». El epitafio que de­jó escrito Malcolm Lowry es la burla fi­nal al mundo y a sí mismo. Está el verso, en inglés. Lástima no poder, al traducirlo, darle su misma fuerza: «Malcolm Lowry/ recientemente del Bowery/ su prosa era florida/ a veces brillante/ vivió de noche, y bebió de día/ y murió tocando ukelele».

El gran poeta E. E. Cummings escribió un epitafio sarcástico a Buffalo Bill, el héroe del Far West: «¡Buffalo Bill está/ difunto! aquel que usaba cabalgar un ga­rañón plateado de agua suave/ y acabó una dos tres cuatro cinco palomas como quien hace un gesto/ ¡Jesús!/ era un hom­bre apuesto/ y lo que quiero saber es/ cómo le parece el muchacho de ojos azules,!/ ¡Señor Muerte!».

En «El Camino Real» André Malraux tiene en uno de sus personajes unas pa­labras -ultimas- que resumen el fondo del problema: «No hay… muerte… Soy so­lamente yo… yo… quien va a morir». Como la vida, la muerte es un acto esencial­mente personal y exclusivo. Alguna vez recordaba yo la máxima de La Roche­foucauld: «La muerte y el sol no deben mi­rarse fijamente». En todo caso, la humani­dad ha buscado siempre dos cosas: las últi­mas palabras, y el epitafio. En general, po­siblemente este último es mas auténtico.

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Nueva Frontera. Bogotá. Abril 30. 1984. Págs. 19-20.

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Por: Rafael Cadenas (1930-)

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Rafael Cadenas

Rafael Cadenas

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Las anotaciones me obligan. Son mi periódico. Lo que me pone al habla.

Escribir para la prensa es como hablar en la plaza pública. Me he guardado siempre de ser tan útil. Prefiero la intimidad de la anotación. Así, voy a la libreta con regularidad.

Escribo poco. Soy escueto, a veces demasiado. Cinco líneas bastan para contentarme, pues me mantienen en contacto con el papel.

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Escribimos reiteraciones. Nos dominan ciertos temas, que van y vienen con la música, y la frecuencia de su atracción nos da nuestra fisonomía. Casi no cambian a lo largo de la vida; sólo se mueven, varían de posición, se desplazan, a veces sin que seamos conscientes, en el momento, de lo que ocurre. Unos que eran prominentes pasan a ocupar otro puesto menor. Se trata de un movimiento que se confunde con el de la vida.

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Alguien que en las últimas fronteras labra, con esmero, frases, ha de tener la sensación de dedicarse a un oficio desaparecido.

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Reconozcámoslo. Hablamos una lengua reducida; al mínimo. Somos pobres verbales.

A los escritores les toca señalar esta ruina. Verla despreocupadamente ¿no formará parte de la “trahison des clercs”?

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Borges habla de una “nostalgia del latín”; yo vivo con una nostalgia del español.

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¿Quién ha dicho que hablar es fácil?

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Los que escriben frases rehúyen la construcción en grande, el sistema. Prefieren trabajar en las partes de un conjunto invisible que nunca será armado, y por eso, tampoco, fácil de derribar. ¿Quién trataría de demoler lo que no se ha erigido?

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Entrelazo textos, ajenos o propios. Todos forman un tejido suelto por donde puedan entrar y salir el aire. Un traje fresco para los rigores de la intemperie.

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Bioy Casares dice que la sentencia debe ser diluida siempre.”Que si no –habla Borges- el lector siente como algo, no sé, categórico, vanidoso…

El dice que la sentencia es un error. Y que es un error, sobre todo, digamos, ético. O un error de buenos modales. Un escritor no tiene que ser sentencioso. Del mismo modo que en la conversación no conviene que una persona sea sentenciosa. Es antipático. Bioy Casares me dice: “Cuando yo escribo algo y noto que puede sonar a sentencia, entonces lo diluyo…”

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Yo creo que tiene razón Bioy. Pero yo no. Yo pienso: “Al fin de todo, lo único que puedo hacer son sentencias… Trataré de hacerlas bien, ya que me han sido negadas las otras cosas”. El no, porque él escribe ex abundatia; escribe con una gran riqueza, y puede prescindir o desdeñar las sentencias”. (Borges el memorioso. Converesaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo).

Hay, pues, que vigilarse, sobre todo si se escriben anotaciones: la brevedad propicia lo sentencioso.

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La cultura está incluida en el ser. Si no fuese así ni siquiera existiría la palabra ser. Me sorprende lo anticultural de tantas místicas; hasta se me antoja irreligioso. Gran parte de lo que el hombre hace procede de la misma fuente que lo ha hecho a él; es una producción indirecta.

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A propósito. Tengo en mis manos L´evel a la conscience cosmique de un místico de la India. El autor, fiel a una costumbre de su tradición, arremete contra el lenguaje. Al final del libro encuentro la lista de sus libros publicados; la cifra rebasa la de cualquier escritor embriagado por la palabra. Los he contado: pasan de ochenta.

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De un libro en inglés cuyo nombre no recuerdo, traduzco el siguiente relato: Un viejo sabio le preguntó a un hombre que se iba de su pueblo muy temprano en la mañana que a dónde iba. A salvar este mundo desastroso, fue su respuesta. Ah, dijo el viejo. Dime cómo están las cosas en este país. Terribles, contestó: Hay soborno y corrupción en todas partes. ¿Y en tu aldea?, preguntó el viejo. Es un enorme enredo. ¿Y en tu casa?, inquirió el sabio. Peleas, egoísmos, celos, respondió. ¿Y en ti?, interrogó. Tumulto, confusión, conflicto, tensión, ansiedad. Ni un momento de paz. Mira, dijo el viejo. Antes de salir a salvar el mundo, endereza las cosas en tu propio país; pero antes de hacer esto, haz que marchen bien en tu aldea y ocúpate de la situación dentro de tu familia; pero antes de arreglar esas cosas ponte en armonía con tu propio ser. Entonces, quizás, cuando equilibres las cosas en ti, puedas hacer algo por tu familia; entonces podrás preocuparte de dar una mano en tu aldea y cuando las cosas funcionan en tu aldea tal vez puedas ayudar a tu país a tomar forma, y cuando tu país esté en buenas condiciones podrás salir a salvar el mundo.

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Muchas personas buscan en vano el motivo de la corrupción. ¿Dónde va a estar sino en la carencia esencia? El viviente no roba.

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La ventaja de pertenecer a una tribu: “Cuando los bakairi no están contentos con su jefe, abandonan el pueblo y le piden que gobierne solo”. (Von der Steinen, citado por Elías Canetti).

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El riesgo constante del aforismo o aun del texto muy breve es caer en lo sentencioso. Ambas formas lo bordean siempre. Un antídoto contra tal riesgo sería hablar sin autoridad. Cabe también resignarse, como Borges, a ser sentencioso. Otra posibilidad es el humor.

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“Los entretejidos idearios del hombre son una “eterna huida” del asombrarse”. (Einstein, citado por Ludwig Marcus).

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Mi vida ha transcurrido entre libros. Casi no puedo contar más aventuras que las vividas entre ellos. Pero siempre he leído como buscando la clave. En el fondo, un milagro.

¿Existe eso?

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Compramos el periódico, lo abrimos, comenzamos a ver el desfile de horrores, ocultos o al descubierto y nos quedamos sentados. La educación ha hecho una proeza en nosotros, nos ha amaestrado: sabemos contenernos.

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Al hombre de hoy sólo se le puede hablar desde el desengaño.

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Casi no escribimos sobre nuestra vida actual. Nos cuesta ver el fulgor mientras lo vivimos. Evocado parece que adquiere su verdadero poderío, pero esto puede ser una ilusión del tiempo. ¿Por qué no sentirlo en el momento en que se da?

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Poesía. Caracas. Nro 64. Enero-Marzo. Vol. XI – Nro 5. 1988. Págs. 1-5

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Por: Armando Silva (1948-)

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Armando Silva

Armando Silva

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9:30 p.m. Noticiero QAP. Periodista mujer pregunta a uno de los violadores y atracadores del bus ejecutivo en Bogotá: “¿Usted qué sintió cuando violaba a una de las pasajeras? Respuesta del acusado: “Pensé, en mi mamá”. 9:33 Pregunta: “Si tuviera una mujer aquí, ¿usted la violaría? Respuesta rotunda: “No”. 9:36: Pregunta: “¿Usted por qué es así?”. Respuesta: “Fu abandonado a los cinco meses. Me regalaron a una señora”. 9:40. Un reportero pregunta a la madre del acusado en su residencia: “¿Qué piensa de su hijo violador y ladrón?” Respuesta: “Me duele. Pero nunca le llevaría comida a la prisión”.

La cámara pretende mostrar no sólo lo ocurrido, los actos crueles e impúdicos, sino también algo oculto, ciertos móviles que guiaron a los depravados a su acto infame. El cuadro es alarmante. Un criminal fruto del abandono. Una madre ofendida que niega la comida a su hijo. Un violador que en compensación a su agravio, confiesa que pensaba en su mamita cuando deshojaba a su víctima. Lo que va quedando en la función es el manoseo del noticiero con la especulación sicológica. Congestiona que junto a los actos criminarles más bajos los noticieros se lancen a reconstruir el cuadro morboso y concluyan más bien extasiados en el siniestro espectáculo.

Podría pensarse, que en este y otros casos que se repiten a diario en las ciudades colombianas, el monstruo anda suelto. Hay como un desafuero privado y colectivo. Como una extensión del placer sin límites. Freud hablaba de las tendencias del siquismo para evitar el displacer, pero precisamente por ello aparecía lo que sería una ley, una norma impuesta por el padre, un super yo, para hacer del deseo sin fronteras un aparato intervenido por un principio de realidad. Esa realidad que en muchas ocasiones parece esquiva a Colombia.

Esa falta de realidad hay que conectarla con un sentimiento de abandono en el que caen los individuos cuando el Estado sólo castiga, burla o desconoce a sus hijos ciudadanos. En Bogotá, en estos últimos años, frente a una administración lejana que sólo habla en tercera persona sin nunca apropiarse de su función de padre ordenadora (yo me dirijo a ti) sino más bien actuando como el hermano egoísta que busca todo placer y poder para sí, es el escenario propio para instaurar el caos del dame todo para mí y nada para ti (el bien común). Los criminales y los bárbaros pueden existir por razones síquicas y genéticas profundas, pero la organización social puede mediar en sus resultados. Y la solución no es un padre autoritario, como empieza a gritarse por ahí, sino uno que comience por reconocer que no sólo tienes derechos sino deberes con sus hijos. Mientras tanto en la TV y en toda la ciudad aumenta la cámara de horrores.

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El Tiempo. Cultura Urbana. Bogotá. 5 de Junio de 1994. Pág. 14 C.

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Por: Theodor Adorno (1903-1969)

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Theodor Adorno

Theodor Adorno

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Primariamente como expresión de una nueva forma del alma comprendida en el proceso de formación por una parte, resultado de una estilización que ha perdido sus raíces por otra, creación y reacción al mismo tiempo, el expresionismo plantea el yo absolutamente, exige la expresión pura. Las oxidadas alambradas entre la vida y el arte se han dislocado; ambos son uno en cuanto efecto de la gran vivencia de su tiempo: a los perezosos los cerebros de los que dislocan cercas para elevar una estructura les parecen dislocados . Empujado a formas nuevas y extrañas, el expresionismo es una declaración de guerra. Todas las formas heredadas por las que pasa como un tifón se convierten en las superficies de fricción en las que prende como una tea. Como, reuniendo fuerzas contra incontables resistencias, nunca encuentra orientación en el sí mismo, orienta el sí mismo contra el mundo. La contemplación, la meditación sobre sí mismo le son extrañas; donde posee el coraje de ser listo, únicamente empele su listeza para destruir las formas contrarias. Las propias premisas le parecen definitivas, más allá de toda duda.

Así es como afronta una crisis el nuevo arte.

Si en último término el arte significa la disolución del yo en una unidad superior, si en cuanto catarsis tiene que abarcar toda la profundidad del yo, entonces sólo tiene legitimidad si es veraz. No, por ejemplo, si refleja una situación, un suceso, una lama en la realidad de su entorno, sino si en su campo de visión sólo incluye lo que es adecuado al transfondo vivencial del  que se nutre el arte. La veracidad de la vivencia es la primera ley de la configuración. Pero esta veracidad es doble, como doble es el arte en su devenir, en su forma, en su efecto. Sus componentes son el mundo y el yo –expresado a través de la vivencia típica e individual-. La verdad de la vivencia del yo es necesaria para sacar a la obra del caos del alma y forzar su elevación a la pureza de una voluntad separada. La catarsis requiere la veracidad de la vivencia del mundo. La literatura sólo puede llevar al yo a la legalidad supratemporal de la humanidad si traza el cuadro de esta humanidad –represente está ahora todavía al enemigo o ya la meta- según sus características típicas comunes. La meta sólo puede ser una verdadera humanidad, que emerja de la vivencia típica. Si la veracidad individual es un mandamiento en toda forma de vida, la idea de catarsis hace de la típica un mandamiento específicamente artístico.

Si el are preexpresionista había perdido la veracidad individual (y con ello, por supuesto, también la típica, a saber, por cuanto ya no incluía en absoluto la creación de la humanidad, ¡en la medida en que creía sobrepasada la catarsis!), el expresionismo amenaza con perder la típica.

La imagen del mundo opuesta a la copia del yo resulta copia del yo proyectado en el mundo, no copia de los contenidos típicos de la vivencia. En la medida en que la voluntad expresionista intenta extraer la fuerza de un polo, sigue siendo lírica, el mundo resulta ser una reluciente sala de los espejos del alma, inundada de una luz indubitable. Sin embargo, allí donde la corriente de la creación busca la inducción a través de una multiplicidad, se concentra en la dualidad de la voluntad combativa, aspira al drama, el expresionismo toma el camino que va más allá de una mentira que, hábilmente ocultada, éticamente embellecida, destruye sin embargo el valor en cualquier parte. El artista, incapaz o reacio a configurar la multiplicidad del mundo en un tipo a partir de su totalidad, hace del individuo y en último término de la vivencia contingente de las impresiones una copia del mundo, con lo cual simplemente subordina el alma a la totalidad cuya configuración ha emprendido. El hecho de que lo eleve a programa, no prueba sino la incapacidad para la configuración. Para el expresionismo la libertad del yo aún no se ha convertido en ley. Un síntoma de la última falta de veracidad es la destrucción de las realidades: el mundo, despojado de su propia legalidad, se convierte en un juguete en manos de quién lo aborda por mor de la dualidad, no para explotar su sentido a partir de la dualidad. El drama se convierte en suceso ilusorio, choque de sosias; el mundo que él atraviesa le resulta indiferente. El drama deviene sin sentido. Y el creador sucumbe a una falta de respeto que en determinado punto lo hace odioso y estéril.

Para demostrar el peligro de la falta de veracidad en uno los primeros y determinantes dramas expresionistas: no hay duda de que El mendigo de Reinhard Sorge fue vivido individualmente en toda su integridad. Pero del hecho de que el padre del autor fuera un arquitecto demente (¡sin que las raíces de su demencia se expongan en absoluto!) no se sigue el derecho a hacer ahora que el “padre” se convierta en cuanto vivencia típica, en un arquitecto demente. Lo mismo podría haber sido un burgués beodo. La gran experiencia típica de padre e hijo, de crecer como mundo opuestos en la trágica antítesis del llegar a ser y el dejar de ser se hace contingente como la lucha entre personas cualesquiera. La verdad del mundo se estrecha hasta convertirse en una caricatura como sólo se produjeron en las mamarrachadas naturalistas de los años noventa. La férrea necesidad de desarrollo dramático se derrite en la cazuela de un tourt comprendre  absolutamente egótico. La validez ética desaparece: donde sigue siendo un requisito ha dejado de ser veraz. –El hecho de que sobre este nada mundano azar se extienda el manto de una legalidad místicamente inaprensible  quizá podría pasar por recurso estilístico lírico de la forma tardorromántica, pero nunca por factor dramático.

El arte de nuestro tiempo se enfrenta a la cuestión de su duración. Su necesidad amenaza con desvanecerse en apariencia y, donde se le abuchea, con degradarse en mentira. Lo que se ha convertido en egóticamente contingente, también en su efecto. Todos amenazamos con convertirnos en culpables en relación con el espíritu. Hora es de reconocerlo. El futuro, que miramos con profunda fascinación, nos dirá si la nueva voluntad tiene en sí la fuerza para dar nacimento a una nueva veracidad.

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Traducción de ALFREDO BROTONS MUÑOZ.

Notas sobre literatura. Barcelona. Ediciones Akal, 2003. Págs. 589-591.

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Por: Michel Butor (1926-)

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Michel Butor

Michel Butor

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Cuando Cécile salga del palacio Farnese, el lunes por la tarde, lo buscará con la mirada, lo descubrirá cerca de una de esas fuentes en forma de bañera, escuchando el ruido del agua, viéndola aproximarse en el crespúsculo, atravesar la plaza casi vacía, ya no habrá ningún vendedor en el Campo di Fiori, y sólo al llegar a la vía Vittorio Emmanuele volverán a encontrar las luces y la agitación de la gran ciudad, con el ruido de los tranvías y los letreros de neón; pero como todavía faltará una hora para la cena, es probable que no tomen ese itinerario demasiado transitado, sin que caminen larga, lenta, sinuosamente por las pequeñas callejas oscuras, tomándola de la cintura o del hombro, como caminarán los recién casados si se detienen en Roma, o como se pasearán por Siracusa si van allí, como lo hacen todas las noches las precoces parejas romanas, hundiéndose en esa difusa muchedumbre de enamorados, como en un baño de juventud, e irán a lo largo del Tíber, apoyándose de vez en cuando en el parapeto para mirar cómo tiemblan los reflejos en el agua baja y negra, mientras sube de los pontones, donde se baila, una música mediocre patinada por el aire fresco, hasta el puente de Sant´Angelo cuyas estatuas tan puramente atormentadas, tan blancas de día, parecerán manchas sólidas de tinta; luego, por otras calles oscuras, llegarán a esa espina dorsal de la Roma de ustedes, a la plaza Navona, la fuente de Bernini estará iluminada, y se instalarán, si bien no en la terraza porque ya comienza a hacer frío a esa hora, al menos lo más cerca posible de una ventana, en el restaurante Tre Scalini, para ordenar el mejor Orvieto y contarle a Cécile con todo detalle lo que haya hecho durante la tarde, a fin de que ante todo esté totalmente segura de que usted ha venido sólo por ella, aun en ese día en que habrán estado casi todo el tiempo separados, que no aprovecha de un viaje impuesto por la casa Scabelli, porque es absolutamente impensable que en la base de esa vida que va a comenzar para ustedes dos haya mentiras, ni siquiera la sospecha de una mentira, y también a fin de hablar una última vez de Roma, en Roma, con ella.

En efecto, ahora que ella va a partir, y desde el momento en que tomó la decisión, se fijaron las fechas, se hicieron los trámites, es decir, si no el lunes, al menos dentro de algunas semanas como máximo, digamos en el momento de su próximo viaje a Roma que será probablemente el último en que la encuentre allí, será para usted como si ella ya se hubiera ido, ya que se pondrá a ver todo lo que ya conoce de la ciudad a fin de poder amarrarlo más sólidamente en su recuerdo, sin tratar de profundizarlo más.

Así, de ahora en adelante, será usted el Romano, y usted quiere que ella le permita aprovechar lo más posible de sus conocimientos antes de irse, antes de que se esfumen en su vida parisiense, y que, además, utilice los últimos momentos de su estada, esa prórroga (sí es necesario que se tome algunos días de vacaciones una vez que haya dejado la embajada) a fin de conocer lo que a usted le gusta y ella no haya visto todavía, y ante todo lo que pueda haber de interesante en ese muso del Vaticano en el cual hasta ahora no quería entrar no sólo a causa de su aversión por la Iglesia católica (eso no hubiera sido suficiente), sino porque esa ciudad representaba para ella desde que se habían encontrado y no sin alguna razón, a pesar de todo lo sinceras que eran sus declaraciones de libertad de espíritu, todo lo que le impedía separarse de Heriette, todo lo que les impedía recomenzar la vida, desembarazarse de ese hombre viejo que usted se estÁ volviendo.

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Traducción de ALBERTO SOND.

Compañía General Fabril Editora. Buenos Aires. 1961. Págs. 81-83.

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POEMAS

Por: Alice Rahon (1904-1987)

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Sin título

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AL IZTACCÍHUATL

Señalada con el dedo como las estrellas

en los límites chorreantes del oro inhabitable

a la copa de los árboles sin volar

cuando en los flancos de las montañas

las casas de los hombres se calientan los costados

he llevado mi vida

como ese sol que se traslada de un muro a otro

en esta calle

bajo el balcón de la extranjera

llorando en sus cabellos

cuando el amaranto mece al viento

y cuando las rosas se elevan

las más altas torres del sentir

desde mis dedos

arqueados como el ala del gavilán

cae el pájaro fragata

solitario

cae

Traducción de Jesús Calzada

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DE A MÈME LA TERRE

En la noche del principio

la bruma dejó

su sangre

entre los labios salados

más allá de los ojos de sol

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La sonrisa de la muerte

recostada en el camino

inesperada como el rostro del pasado

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Para estos destinos paralelos

no hay línea en el horizonte

en donde reunirse o descansar

o huir de los peces crueles

de la angustia y la preocupación

Estos nada en las orillas

de los oscuros ríos

que separan a los amantes

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La sombra baja una escalera de sol

hasta el fondo de mi corazón

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La sombra baja una escalera de sol

Hasta el fondo de mi corazón

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Pienso en los amores castos y pensativos

de esos animales que se unen

como dándose la mano

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DE NOIR ANIMAL

Encuentro de río

agua que viene de las nubes

y de los manantiales

agua que me une a tu destino

agua libre que nunca vuelve

a sus orígenes

último ropaje para mi miedo

atraída hacia ti con una argolla en la nariz

hasta esta muerte

como una gota de agua la noche

llamando hasta que nos levantemos

trampa del fuego para quemarlo todo

Traducción de Beatriz Urías Horcasitas

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México en el Arte. México. Instituto Nacional de Bellas Artes. Nro 14. Otoño de 1986. Págs. 63-64 y 28-29.

Sin título

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Francesca (10)

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Francesca (9)

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