Por: César Dávila Andrade (1919-1967)
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César Dávila Andrade
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MEDITACIÓN EN EL DÍA DEL EXILIO
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Sólo el Infierno puede hacer verdaderos mártires,
porque la salvación es el peor de los descaros
en nuestra Época;
porque dura precisamente
el tiempo que se necesita
para preparar un nuevo Universo de Condenados.
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Sí: el Infierno es un lugar quebrado hasta lo infinito.
Perro y caballo se alimentan siempre
del camino más corto entre dos puntos.
Busca Tú la Poesía.
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Y, ¿recuerdas? –Nadie podía salir
del paisaje natural sin perder
todo su vello
como el oso arrancado al útero de la osa.
Empaisajados, dormimos cien años consecutivos
en el pueblo caliente de la mata de arena.
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¡Y tú, Poesía sola, hecha de mente, de ladrillo y de persona!
Permaneces pura
hasta cuando te inclinas
sobre el plato de azafrán de las posadas.
Como ese grillo insalvable,
cantas con todo lo que te ha sido dado
en una sola noche de amor
y estallas al amanecer, con la ultima cuerda
del viento en la boca.
Y Tú, distinguiendo siempre:
Agua, Tierra, Fuego, Éter.
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Hasta que ese día de Corpus Christi, miré
la batea de sangre a los pis del cadáver (el cadáver en posición fetal). Sí: el cuerpo se mantiene
sin nacer jamás, y soles nos dirigen,
pero las auroras están a ambos lados
y el Hombre, bocabajo, sobre la estera o petate,
entre cuatro velas:
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Fuego,
Éter,
Agua,
Tierra.
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Y las estrellas muriendo de púas como abejas. ¡Esa bala!
No era mortaja ni toalla sino país de heno puro florido.
El éter duerme en los baños, en los astilleros,
en los calvarios;
el Fuego, lanzado al voleo cae en la tierra,
color de uña y rosario de los muertos.
¡Y tú, exilado!
¡Mano de Cristo en el cortocircuito de la araña!
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TAREA POÉTICA
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Dura como la vida la tarea poética,
y la vida inclinada desesperadamente
inclinada, para poder oír
en el gran cántaro vegetativo
una partícula de mármol, por lo menos,
cantando sola como si brillara
pinchándose en el cielo más oscuro.
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Atravesábamos calles repletas de sal
hasta los aleros, y la barba
se nos caía como si sólo hubiera estado
escrita a lápiz.
Pero la Poesía, como una bellota aún cálida,
Respiraba dentro de la aja de un arpa.
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Sin embargo, en ciertos días de miseria,
un arco de violín era capaz de matar una cabra
sobre el reborde mismo de un planeta o una torre.
Todo era cruel,
y la Poesía, el dolor más antiguo,
el que buscaba dioses en las piedras.
Otro fue
aquel terrible vasomotor
por entre las costillas de San Sebastián.
Nadie podrá mirarte como entonces
sin recibir
un flechazo en los ojos.
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CENTINELA
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Sin un solo suceso, la Noche
hace el vaciado de su calavera, y
desprovistos de sus armas y sus responsabilidades,
se acuestan sobre las alas plegadas
como en una nueva cuna. Pero los terribles
salvadores de la carne del mundo
empuñan fuego y retroceden milenios
para ordenar osarios y matanzas,
de acuerdo con la temperatura y las veleidades
de estroncio venidero… Ellos beben
nuestro sueño,
putrefacción de luna y diurnas contiendas.
Y sólo aquel uno,
poeta con sortijas de muladar labrado en roca,
escuchando el millón de grillos
que revienta de un solo amor,
sólo él
dispone de los más hermosos días
durante el tiempo de la Noche Antigua.
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LUGARES SALVAJES
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Y descendí a lugares enriquecidos
por trémulas conquistas,
por el cobarde pillaje de los ojos,
por las larvas de la concupiscencia
y de la idolatría.
Y encontré que estaban vacíos.
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Ningún pacto obligaba a la atmósfera
a permanecer sobre aquel pálido suelo.
Ya no estaban nunca más:
ni mi pelo de limo de la tierra,
ni mis uñas atornilladas en lobo.
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A través de punzantes injertos, oíanse
los pruritos del campo magnético
en el rostro del Santo de los Santos, y a veces,
la facultad sonora de los pueblos
disgregándose en tristes herramientas.
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La Sala de Espera hacía el tremendo
cambio de persona por futuro, y
cada universo
sorbía nuestros egos con una paja de clavel.
¡Pálido suelo de miseria y alcanfor!
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Oh, Cosas,
oh Empírico Monarca,
solo la infinita disolución
vuelve en billones a cumplirse,
más ya sin criaturas.
El polvo y sus agujeros físicos
trafican con la Resurrección.
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ABUNDANCIA ES LA MUERTE DEL CABALLO
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El disco del Gran Día Pulido, y
su parte más alta en la frente del caballo.
Por agua hemos peleado, por agua
hinchada de monedas curvas. Y el bruto,
abierto el vientre, como un jardín
que rebasa la muralla, bebía
el estandarte como agua. Los gallos
cantaron electrones en desorden
y aquel sol duramente convicto de duraznos.
Claridad de cadáver sin vihuela
ni agua. Y aquellas herrerías por la redonda trompa
soplaron la metáfora en sus cascos.
Como un gabán de palo arrastró el carro.
Truenos marcados en damasco.
Graderías cosechadas a martillo.
Y no pudo rascarse los rubíes
con tantísimos caminos sobre el lomo.
Su motor verde
en lo profundo de la analogía
pidió agua
con la sonda
que llegó el día Viernes por la tarde
a la parte más alta de la Cruz.
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ESFEROIDAL
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Antes de llegar a ser y antes de llegar
a hogar alguno,
su alma, con un dedo sobre los labios,
y todo él en blanco,
como la noción del invierno
que desborda las capas de nieve.
Su larga espera de un puente sin río, y
tan de sí mismo que,
de serle posible, naciera sin cuerpo,
de la unión solitaria de dos faltas.
Así,
él o yo, da lo mismo que Tú,
y todos escuchamos ese lirio mecánico
que respira debajo del navío.
Después de un banquete tan agudo,
todos los mármoles ruedan desenredándose,
y un millón de nosotros,
fumando juntos en el gran inconsciente subterráneo.
Porque absorbidos en la flor compuesta,
te comemos un poco, dios mío, y otro poco
te exhalamos hacia las Hecatombes.
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ESPONGIARIO
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La forma esponjada de la lluvia
en los corrales y en los acueductos,
después de que pasan con su carga de azafrán los caballos,
ha estado creciendo sin fin
en las pacas de lana, concretas y mudas,
en las pacas de lana
auguradas en setiembre por los discos sacerdotales.
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La forma esponjada de las escolopendras
y las orugas alimentadas con hojas de saúco
se arrollan sin rumor en la carretera de plumas
de las tumbas.
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La forma esponjada de las muchedumbres estelares
-astros y orugas de astros, estrellas novas-
ha estado creciendo sin fin ni tiempo
en las cubas de vinos enterradas
hace millones de veranos fúlgidos,
e hincha ahora los focos de espermas cerebrales
de las hecatombes.
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EL VELO
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A través de la lejanía de los siglos y del sol,
a través de los barcos de café custodiados por papagayos
y de las palmeras muertas de flanco sobre el semen de las costas,
y a través del sol en lejanía de siglos acumulados
por los pueblos desaparecidos después de sus cánticos.
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A través de los imperios, de los hechizos, de los archipiélagos,
de los túmulos, de las pirámides, de las hecatombes
de los mástiles, de los istmos,
de las venas de magma enloquecido.
Oh Señor.
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A través de los soles remotos con radios de cicatrices
y de los soles cubiertos de tumbas de arena repetida.
Y a través de los huesos dorados de las civilizaciones,
y a través de los haces de plumas de los ceremoniales
y de los varillajes de los grimorios.
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A través de las llaves secretas de los coitos y de los crímenes.
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A través de todo,
Tu Rostro, apenas, en vano,
como nada y como mucho,
como confín de todo y nada,
Tu Rostro
en la picadura radiante del Velo.
Oh Señor.
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TIERRA PURA
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Todo lo que pudo ser premio, duración
del premio como consistencia, y castigo
como recuerdo,
ya pasó -¡hijo mío!-. Ahora tú recibes
el espejo de señales de otras manos. Son médicos
que curan por potencias extrañas,
azogadas de terror para repetirte como nada,
pues quedas afuera.
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Temblor del recuerdo mientras agonizas
de cielo en cielo,
cayendo en el ascenso, porque tu dios
te alza para oírte sonar en cáscara y mortaja
y formas en deshielo.
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La forma que fue tu patrimonio terrestre
sucedió sola en continuo aprendizaje
de tambores
sobre el sur del mundo,
allá donde tropeles se extenúan
en conquistas polvorosas.
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Pareciera que duermes al despertar de ti
ante los olfatos de las bestias mayores
inclinadas sobre tu sepulcro,
que quieren izarte hacia su banquete,
pero sólo sonríen, untándose el hocico
en el gran candelabro de arcilla.
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Y caes nuevamente en la tierra pura, desnudo,
grano pelado,
premio de varas que llovieron
sobre tus huesos, para escogerlos
sobre el palmo creciente del estío.
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Te detiene la tierra contra el fuego.
Esta es
tu repetición de cuerpo y cuerpo para las siembras
-como en una ondulada música de óvalos-.
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Penetra y recomienza,
como la planta de maíz que se enarbola
a sí misma
sobre la limpidez de un solo grano,
aquel que fue pensado para tallo
por la mente enterrada en cada foso.
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COMPOSICIÓN
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¡Además estaban los Adversos! Y entre los grupos
peludos del invierno, el pálido aguardiente salvaje
de los Andes. Períodos de profunda electricidad entre
las catacumbas. Súbitas divisiones de los sargazos
al caminar por la calle. Éxtasis de la grasa del carnero.
Legiones de girasoles sobre la piel del lobo
como un as de oros que necesita peinarse
para entrar en el salón. Largos bocados físicos
de palmas del Domingo, “¡Hosanna, hosanna!”
Océanos cortados a pico ante los botones
del hombre que nos da el pasaporte.
Y el paraguas del Calvario agujereado
hacia abajo para escondernos.
Salíamos de los más puros dibujos rupestres
y echábamos a correr desesperados
hacia la civilización y la muerte.
¡Los médiums, los médiums!
Y el ilíaco del perro, sentado dulcemente
entre los bulbos del lirio salvaje.
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Materia Real. Caracas. Monte Ávila Editores. 1970. Págs. 147-167.
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