Por: Odiseas Elitis (1911-1996)
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Odiseas Elitis
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LA PASIÓN
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III
¡La riqueza nunca a mí me concediste
de continuo despojado por tribus continentales
y, con la misma arrogancia, por ellos continuo glorificado!
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Recibió la Vid el Norte
y la Espiga el Sur
pagando el curso del viento,
y sacrílegamente cobrando
el ahínco de los árboles dos y tres veces.
No así yo,
que no conocí más que el tomillo en el alfiler del sol
que no sentí
más que la gota de agua en mi indómita barba
y sí puse la áspera mejilla en lo más áspero de la piedra siglos y siglos
Me quedé dormido sobre la inquietud por el día de mañana
como el soldado sobre su fusil.
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Y los favores de la noche indagué
como el asceta a su Dios.
Con mi sudor cuajaron un diamante
y sigilosamente me suplantaron
la virgen del ojo.
Pesaron mi alegría y dice que la encontraron pequeña
y por el suelo pisotearon como a un insecto.
Mi alegría por el suelo pisotearon y en la piedra encerraron
y por fin me dejaron con la piedra,
mi tremendo retrato.
Con pesado mazo la golpean, con duro taladro la perforan,
Con amargo cincel yenden la piedra.
Y cuanto más devora la materia el tiempo, tanto más claro sale
el oráculo de mi semblante:
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¡Temed el furor de los muertos
y las estatuas de los peñascos!
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IV
¡Mis días agregué mas no pude encontrarte
en ningún lugar, nunca, sosteniéndome la mano
en el bramido de los precipicios y en mi amalgama de estrellas!
Tomaron unos el Conocimiento y otros el Poder
hendiendo fatigosamente la oscuridad
y ajustando pequeñas máscaras de dicha y de dolor
a sus marchitas caras.
Yo no, sólo yo no me ajusté máscaras,
la dicha y el dolor tras de mí arrojé,
pródigamente tras de mí arrojé
el Poder y el Conocimiento.
Mis días agregué y me quedé solo.
Dijeron unos: ¿por qué? También él podría vivir
en una casa con tiestos y una novia blanca.
¡Caballos rojos y negros encendieron en mí la obstinación por otras, más blancas Helenas!
¡Anhelé una virilidad distinta, más secreta,
y por donde me cerraban el paso, invisible, galope
para devolver las lluvias a los campos
y recuperar la sangre de mis muertos insepultos!
Dijeron otros: ¿por qué? él también podría conocer la vida en los ojos de los demás.
No vi los ojos de nadie más, no divisé
sino lágrimas en el Vacío que abrazaba
sino tormentas en la calma que soportaba.
¡Mis días agregué mas no pude encontrarte
y ciñéndome las armas sólo salí
al bramido de los precipicios y a mi amalgama de estrellas!
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VI
¡El poeta de las nubes y las olas duerme en mí!
en el pezón de la tormenta los oscuros labios
¡Y su alma siempre con la coz del mar en la espinilla del monte!
Robles arranca de cuajo en su descenso el crudo trácias.
Pequeños barcos en el extremo del cabo
de improviso lo doblan y desaparecen.
Y asoman de nuevo arriba en las nubes
al otro lado de las profundidades.
A las anclas se han cogido las algas,
a las barbas de compungidos santos.
Hermosos rayos en torno a su semblante
la aureola del ponto hace vibrar.
Abstinentes hacia allí los vacíos ojos vuelven los viejos
y a las mujeres con su negra sombra
visten la cal impoluta.
Junto a ellos yo, la mano muevo
¡Poeta de las nubes y las olas!
En el venerable pote de pintura sumerjo
los pinceles con ellos y pinto:
¡Los nuevos armazones
los dorados y negros íconos!
¡Socorro y amparo nuestro San Kanaris!
¡Socorro y amparo nuestro San Miaoulis!
¡Socorro y amparo nuestra Santa Mandó!
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LECTURA TERCERA
LA GRAN SALIDA
Por aquellos días hicieron una reunión secreta los muchachos y tomaron la decisión, ya que las malas noticias inundaban la capital, de salir a las calles y a las plazas con la única cosa que les quedaba: un puñado de tierra bajo la camisa abierta, con sus pelos negros y la pequeña cruz del sol. Donde tenía poder y dominio la Primavera.
Y como se acercaba el día en que la Nación solía celebrar el otro Levantamiento, y precisamente aquel día fijaron la Salida. Y salieron temprano a pleno sol, con el valor desplegado de arriba abajo como una bandera, los jóvenes de pies hinchados a los que llamaban golfos. Y les seguían muchos hombres, y mujeres, y heridos con vendas y muletas. Y de pronto se veían en sus caras tantos surcos, que se diría habían transcurrido muchos días en muy poco tiempo.
Pero al enterarse de tamaña audacia, los Otros se turbaron enormemente. Y estimando por tres veces sus posesiones, tomaron la decisión de salir a las calles y a las plazas con la única cosa que les quedaba: un codo de fuego bajo el acero con sus negras bocas y los dientes del sol. Donde ni un brote ni una flor derramaron jamás una lágrima. Y golpearon donde fuera, cerrando los ojos con desesperación. Y la Primavera les dominaba por momentos. Como si no hubiera otro camino en toda la tierra para que pasara la primavera más que éste, y ellos lo hubieran tomado en silencio mirando a lo lejos, más allá del borde de la desesperación, la Serenidad en la que iban a convertirse, los jóvenes de pies hinchados a los que llamaban golfos, y los hombres, y las mujeres, y los heridos con vendas y muletas.
Y transcurrieron muchos días en poco tiempo. Y segaron a muchos las bestias y otros los acorralaron. Y al otro día pusieron a treinta en el paredón.
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XII
¡Y en la medianoche profunda, en los arrozales del sueño,
Calla que me tortura y mal mosquito de Luna!
Las sábanas combato y con los ojos espesos
en la oscuridad en vano me esfuerzo:
Vientos ancianos barbudos
de mis antiguos mares guardianes y llaveros
vosotros que poseéis el secreto
traedme ante los ojos un delfín.
¡Ante los ojos un delfín traedme
que sea veloz, y griego, y por hora las once!
Que a su paso la tabla del altar borre
y que cambie el sentido del martirio.
¡Que bulla su blanca espuma
ahogando al Buitre y al sacerdote!
Que a su paso la Cruz disuelva
y a los árboles devuelva su madera.
¡Que el profundo crujido me recuerde otra vez
que, el que soy, existe!
Que su ancha cola me surque la memoria
por una senda no marcada
¡Y en el sol vuelva a dejarme
como a un antiguo guijarro de las Cícladas!
Las sábanas combato y con las manos ciegas
en la oscuridad en vano me esfuerzo:
Vientos ancianos barbudos
de mis antiguos mares guardianes y llaveros
vosotros que poseéis el secreto
clavadme el Tridente en el corazón
en cruz con el delfín
¡El signo que es en verdad yo mismo,
para ascender con mi juventud primera
al azul de los cielos –y allí ser poderoso!
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Traducción de Cristián Carandell
Dignum est. Barcelona. Ediciones Orbis. 1983. Págs. 49-52, 63-64, 71-72, 91-92.
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