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Archive for noviembre 2011

Por: Bob Dylan (1942- )

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Bob Dylan

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Regordeta mamá de Afrodita, me inclino ante ti, y con loca eternidad sexual en mi sombra vegetal, yo, secándome las manos en el cuello del caballo. El caballo eructa y tú del hermano mayor de Indiana, el que te azota con su cinturón, y tú que no buscas una razón a tu tortura, y yo quiero tu lengua horizontal, dentro del Reflejo, el perfecto juicio final y estas crueles pesadillas en las que los albañiles me presentan horrorosos contactos y los Hermanos Marx gruñen NO QUIERO TU SABIDURÍA y tus muslos están medio despiertos y no tan Harto de estos amantes en papeles Bíblicos. “¿Así que tú estás aquí para salvar el mundo? ¡Impostor, freak, eres una contradicción! ¡Tienes miedo de admitir que eres una contradicción! ¡Conduces a la gente por el camino equivocado! ¡Tienes los pies grandes y acabarás tropezando contigo y toda la gente a la que has engañado te recogerá!¡No tienes respuestas! ¡Sólo has encontrado una manera de pasar el tiempo! Sin eso, estarías marchitándote y no serías nada. Tienes miedo de no ser nada. Estás bien cogido. ¡te tiene bien cogido!” Estoy tan Harto de la gente Bíblica. Son como aceite de ricino, como rabinos, y ahora deseo Tus ojos. Tú que no quieres hablar de ningún asunto y suministras negrura a mi mente QUIERO TUS OJOS y tu risa y tu esclavitud… No hay riesgo de borrachera; soy un egipcio de confianza. Di adiós al marine.

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Hola. Acabo de llegar. Un viaje terrible. Había un

hombrecillo con un ratón blanco que no me

ha quitado los ojos de encima en todo el viaje. /Jesús

era guapo. ¿Hay algún abogado

por aquí? Iré a verte pronto. Primero

tengo que comer.

……………………….Sinceramente tuyo,

……………………………..Gabacho

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Traducción de Alberto Manzano.

Tarántula. Barcelona. GLOBAL RHYTHM PRESS. 2007. Págs. 90-91.

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EL SUEÑO DE AMIDA

Por: Dama Sarashina (1008—1057)

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En medio de mis desgracias, mi vida continuaba. Empecé a preocuparme, además, porque tampoco se cumplieran las esperanzas que tenía depositadas en la otra vida. Recuerdo, sin embargo, un consuelo. Fue un sueño que tuve el día 13 del octavo mes del tercer año de la era Tengi. (1) Se me apareció el Buda Amida (2) de pie, debajo del alero de la casa donde yo vivía. Su figura se me mostraba borrosa, como si una niebla se interpusiera entre nosotros. Conseguí verla más claramente un instante en que se despejó un poco la niebla. Estaba sobre un pedestal de flor de loto, (3), a un metro más o menos del suelo. Su figura mediría un metro ochenta y resplandecía de oro. Una de sus manos estaba abierta y con la otra formaba una señal budista. (4) Sólo era visible para mí.

Me sentía afortunada de poder verlo, pero también sobrecogida y temerosa. De nada me sirvió acercarme a las persianas para contemplarlo mejor. Me dijo:

—Esta vez me voy, pero volveré otra vez por ti.

Estas palabras no fueron audibles para ningún oído, excepto para los míos. Cuando me desperté era ya el día 14. (5) Por entonces, fue el único que me hizo concebir esperanzas para la otra vida.

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Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian. Gerona. Ediciones Atalanta. 2008. Págs. 152—154.

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Por: Heiner Müller (1929-1995)

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Bernard María Koltès

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Para mí, lo que hay de enorme en Bernard Marie Koltès, es la mezcla de Rimbaud y Faulkner. Los personajes están totalmente construidos y desarrollados a partir del lenguaje. Al mismo tiempo, se encuentra en esos textos una estructura molieresca. Esta estructura molieresca, esta estructura de aria aparece de manera más destacada en El regreso al désierto. Lo que seguramente tiene que ver con el tema: la familia francesa donde algo raro interrumpe de repente. Las obras de otros autores no tienen, a menudo, sino una estructura de intriga y en el teatro la intriga es fatidiosa. Toca oscurecer o deshacerse de esta estructura de intriga. En Koltès, hay al contrario una estructura de aria. Esto quiere decir que el autor está más o menos directamente presente en sus textos, en sus personajes. Pienso que eso es muy importante, porque actualmente la tendencia en general es la extinción del autor, la expulsión del autor del texto y hasta el teatro.

Eso es lo que interesó a Koltés, y ahí yo no estaba exento de celos porque parece no tan construido. Estamos en presencia de pasajes fluidos de un nivel de percepción a otro. Estos pasajes son absolutamente fluidos y no podemos situarlos en puntos precisos. Y me parece extraordinario. Así el todo tiene también algo de lírico, algo de un poema, pero es una corriente de conciencia. No son láminas colocadas las unas junto a las otras. Esta corriente de conciencia representa la fuerza de estos textos. Koltés está obviamente muy influenciado por el cine. En general, el cine puede arreglárselas sin lenguaje o utilizar el lenguaje solamente como un vehículo. Koltès hace con el lenguaje lo que el cine hace con la imagen.

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Texto en “El viajero, o la palabra dada”. MD. El Espectador. Nro 639. 13 Agosto de 1995. Pág. 17.

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Por: Francois Truffaut (1932-1984)

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Francois Truffaut

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Hace veinticinco años, la única manera de ver moverse las imágenes en dos dimensiones era entrar en una sala de cine. Ciertos realizadores del cine se esforzaban en interpretar la realidad, estilizándola, mientras otros, menos ambiciosos, se limitaban pura y simplemente a registrarla. En ambos casos, Hollywood y los neorrealistas, el espectáculo era mágico a priori, y los films resultaban más o menos hermosos según los talentos desplegados, pero raramente eran feos, porque la fotografía en blanco y negro de una cosa fea aparece más o menos fea que la cosa misma en su estado natural. El blanco y negro era una transposición de la realidad, y por lo tanto constituía, de suyo, un efecto artístico.

La televisión, el cine de aficionados y el video han destruido definitivamente el misterio. La sala de cine no tiene ya el monopolio de las imágenes en movimiento. Los cineastas pueden todavía interesarnos, pero a condición de no copiar la vida, que es lo que desde hace mucho tiempo viene haciendo, hasta la saciedad, la televisión.

Néstor Almendros es uno de los mejores directores de fotografía del mundo, uno de aquellos que lucha para que la fotografía del cien de hoy no sea indigna de lo que fue en los tiempos de Wilhelm Gottlieb Bitzer, el cameraman de D. W. Griffith. El libro de Almendros, contesta preguntas que ningún cineasta de hoy puede evitar plantearse: ¿Cómo impedir que la fealdad llegue a la pantalla? ¿Cómo limpiar una imagen para aumentar su fuerza emocional? ¿Cómo lograr que resulten convincentes las historias que tienen lugar antes del siglo XX? ¿Cómo enlazar entre sí los elementos naturales y los artificiales, los de fecha precisa y los intemporales, en el interior de un mismo fotograma? ¿Cómo dar homogeneidad a materiales dispares? ¿Cómo luchar contra el sol o dominarlo a voluntad? ¿Cómo interpretar los deseos de un realizador cinematográfico que sabe bien lo que no quiere, pero que no sabe explicar lo que quiere?

Esperaba encontrarme con un libro instructivo, pero no sabía que además iba a emocionarme. Es que no se trata solamente de la descripción de un trabajo, sino también de la historia de una vocación. Néstor Almendros es consciente de ejercer un arte al tiempo que practica un oficio. Fervientemente enamorado del cien, nos hace participar de su vocación y nos demuestra que se puede hablar de la luz con palabras.

Marzo 1980

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Reelaboración para esta edición española a cargo del propio autor.

Días de una cámara. Barcelona. Editorial Seix Barral. 1996. Págs. 7-8.

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Por: Walt Whitman (1819-1892)

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Walt Whitman

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Enero 1 de 1880.- Al diagnosticar esta enfermedad llamada humanidad –y admitiendo que ella sea la característica predominante de Poe- he pensado que los poetas actuales presentan los más acusados síntomas de ella. Si abarcamos a los artistas en masa –músicos, pintores, actores, etc.- y los consideramos a todos y a cada un como a radios de esta remolineante rueda, la poesía, centro y eje del todo, ¿dónde podrán investigarse mejor las causas, desarrollo y aspectos principales del mal de la época?

Por consenso común no hay nada mejor para un hombre o mujer que una vida perfecta y noble, moralmente sin tacha, felizmente equilibrada en la actividad, físicamente sana y pura, ofreciéndose en las justas proporciones el emocional elemento humano –una vida sin apresuramiento, incansable hasta el fin-. Y no obstante existe otra forma de personalidad más cara en el sentido artístico (que se complace con el juego de luces y sombras más acentuadas), en la que el carácter perfecto, lo bueno, lo heroico, si bien jamás alcanzado, nunca se pierde de vista, sino que vuelve constantemente a él a través de fracasos, dolores y caídas temporales; y a pesar de que se le viole tan a menudo, se mantiene firmemente mientras la mente, los músculos y la voz obedezcan a esa fuerza que llamamos volición. Esa clase de personalidad la observamos más o menos en Burns, Schiller, Byron y George Sand. Pero no en Edgar Allan Poe. (Esto es el resultado de la frecuentación, durante los tres últimos años, de su volumen de poesías –lo llevaba en mis paseos hacia el estanque y allí lo leía-.) En cuanto al carácter señalado anteriormente, el servicio prestado por Poe es realmente ese entero contraste y contradicción el que contribuye más que nada a ejemplarificarlo. Prácticamente carentes de aquel signo de principio moral, o de solidez en lo concreto del heroísmo o de los más simples afectos del corazón, los versos de Poe denotan una intensa facultad para la belleza técnica y abstracta, con el arte de rimar hasta el exceso; una incorregible propensión a los temas nocturnos, un demoníaco fondo sombrío en cada página –en último caso se cuentan entre los faros de la literatura imaginativa, brillantes y cegadores, pero sin calor-. Existe un increíble magnetismo en la vida y reminiscencias del poeta, como también en los poemas. Para quien pueda descubrir las sutiles huellas retrospectivas, esto último servirá de estrecho nexo entre el nacimiento y antecedentes del autor, su infancia y juventud, su físico, su educación, sus estudios y vinculaciones, los círculos literarios y sociales de Baltimore, Richmond, Filadelfia y Nueva York de aquella época, no solamente los lugares y circunstancias en sí mismos, sino a menudo, muy a menudo, en el extraño desprecio y rechazo que todo esto le inspiraba.

Lo que sigue, extraído del Washington Post del 16 de noviembre de 1875, más o menos en la fecha que se efectuó en Baltimore la remonición de los restos del poeta y la erección de un monumento en su tumba, tal vez nos permita ir un poco más lejos en torno a su interesante figura y a su influencia en nuestro tiempo:

“Estando de visita en Washington por aquel entonces, “el viejo gris” se dirigió a Baltimore, y a pesar de la parálisis consintió en ir, mansa y silenciosamente, a ocupar un asiento en la tribuna, pero se negó a pronunciar cualquier discurso, alegando: “Un incontenible impulso me ha traído hasta aquí para sumar mi recuerdo al homenaje a Poe, pero no siento el menor deseo de pronunciar un discurso.” En un círculo más íntimo, después de la ceremonia, dijo Whitman: “Durante mucho tiempo y hasta hace poco, sentí disgusto por los escritos de Poe. Deseaba, y todavía sigo deseando por la poesía, el calo sol brillante y el soplo de aire fresco –la fuerza y el poder de la salud, no del delirio, hasta en medio de las más tempestuosas pasiones- siempre en el fondo la moral eterna. Sin conformarse a estos requerimientos, el genio de Poe ha alcanzado un especial reconocimiento por sí sólo, y así lo admito plenamente, apreciando de igual modo la obra y el poeta.”

“En un sueño vi una vez un buque en el mar, a media noche, en medio de una tempestad. NO era un barco plenamente equipado, ni un majestuoso vapor avanzando firmemente, sino que parecía uno de esos soberbios yates que frecuentemente vi anclados, meciéndose graciosamente en las aguas de Nueva York o Long Island. Navegaba sin control con las velas deshechas y los mástiles rotos por la furiosa ventisca de nieve y las olas. Sobre la cubierta se encontraba la hermosa y esbelta figura de un hombre, disfrutando, al parecer, del terror, la lobreguez y el disloque, del cual él era el centro y víctima. Esta figura de mi sombría pesadilla podría ser un exponente de Edgar Poe, su espíritu, su suerte y sus poemas; ellos mismos no son sino espeluznantes pesadillas.”

Podría decirse mucho más, pero quiero insistir en la idea ya expuesta al principio. Los calibres de una época se miden de manera inequívoca por sus poetas populares, por sus corrientes subterráneas, en ocasiones más significativas que las de la superficie. Lo lujurioso y lo macabro que tanta difusión consiguieron entre los poetas del siglo XIX, ¿qué significan? La gradual tendencia hacia lo mórbido, o refinamiento técnico-; la inmolación de los fundamentos democráticos reales y perennes, el cuerpo, la tierra y el mar, el sexo, etcétera, y su sustitución por cosas artificiosas, ¿qué relación guardan con los estudios patológicos actuales?

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Traducción de: Francisco J. Herranz.

Días ejemplares de América. Buenos Aires. Los libros de Plon. 1980. Págs. 153-154.

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¿QUÉ ES EL CINE?

Por: Jean Luc-Godard (1930-)

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Jean-Luc Godard

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A la pregunta ¿Qué es el Arte? la crítica moderna responde sólo con dudas, porque le asustan un poco sus propias ilusiones. Pero borremos éstas del panorama y obtendremos entonces una imagen aterradora: la bancarrota del arte contemporáneo aparece en toda su extensión. ¿No os dais cuenta de que el arte ha abandonado lo que durante siglos fue el orgullo de los más grandes maestros, léase “artesanos menores”: el retrato individual? Los falsos razonamientos vinieron luego a justificar estos excesos. ¿Acaso no resulta muy curioso que hoy sea necesario admirar y elogiar a Matisse, al final de su vida, la finura del trazo, algo que en tiempos de Boticelli o Tiziano, e incluso de Ingres o David, era para los pintores una simple cuestión escolar?

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Se puede despreciar, claro está, la falta de gusto de Aragon y protestar contra su elogio excesivo de la pintura soviética, pero en todo caso hay que aplaudir la forma en que el autor de Libertinaje condena lo que otrora parecía admirar. Nuestro hombre es demasiado consciente de las promesas del arte moderno para no desconfiar. Preciarse de tener veleidades metafísicas es de buen tono en los salones. Es la moda. Pero no juzguemos el poder de ésta. Por ella, las ideas, como las mujeres, aceptan afearse. La moda es algo que logra ridiculizar a la juventud y hacer de la belleza algo peligroso. Esta absurda oposición del artista a la naturaleza es tanto más absurda y vanidosa cuanto que nada, ni Manet, ni Schumann, ni Dostoievski, la prefiguraba. ¡Pobre novela, que hace del equívoco su máxima ambición! ¡Pobre pintura, que sufre de horror al parecido! En pocas palabras, yo elogiaría sin reservas a Aragon, si, a su vez, éste deplorase la moral mil veces demasiado ambigua de nuestra época y su arte.

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¡Y qué!: ¿nos avergonzamos acaso de un arte piadosamente realista, el cine, si no fuera porque un malvado deseo de transformar el mundo nos roe por dentro? Pero es que en el cine la creación artística no consiste en pintar nuestra alma en las cosas, sino en pintar el alma de las cosas. Hay un precioso instante de Madame Bovary, de Jean Renoir, cuando al salir Emma y León de la iglesia creemos sentir el dolor de las piedras y, junto con él el insípido brillo de la existencia en Ruán y las frustradas ambiciones de Emma Bovary.

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Sin embargo, el hecho de que un paisaje sea un estado de ánimo no implica necesariamente que la poesía se capte sólo por casualidad, tal como quieren hacérnoslo creer nuestros excesivamente listos documentalistas, sino que el orden de las cosas responde al sentimiento y el espíritu. Después de todo, el genio de Flaherty no está muy lejos del de Hitchcock, y Nanouk acechando su presa es similar al asesino que espera a su víctima; hay que identificar en el tiempo el deseo que lo devora, en el sufrimiento la falta y en el placer el temor y el remordimiento, y hacer del espacio el lugar palpable de nuestras inquietudes. El arte nos ata antes que nada por lo que revela de más secreto en nosotros. Y de lo que quiero hablar es de esta especie de profundidad. Naturalmente, ella supone una idea del hombre que no es revolucionaria y que, desde Griffith hasta Renoir, los grandes cineastas han sido demasiado conservadores para atreverse a rechazar. De modo que a la pregunta ¿Qué es el cine?, yo respondería primero que nada: es la expresión de los bellos sentimientos.- (H.L.)

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(Les Amis du Cinéma, nro 1, octubre de 1952.)

Traducción de Gustavo Londoño.

Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard. Barcelona. Barral Editores. 1971. Págs. 27-28.

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ELSE LASKER-SCHULER

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FIN DEL MUNDO

Hay un llanto en el mundo

como si el buen dios hubiera muerto,

y la sombra plomiza que cae

pesa como una lápida.

Ven, queremos ocultarnos más cerca…

La vida yace en todos los corazones

como en ataúdes.

¡Tú! Queremos besarnos profundamente.

Palpita una nostalgia en el mundo

por la que debemos morir.

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DOLOR DEL MUNDO

Yo, el ardiente viento del desierto

me enfrié y tomé forma.

Dónde está el sol que me pueda diluir

o el rayo que pueda aniquilarme.

Mira ahora: una cabeza petrea de esfinge

airada contra todos los cielos.

He creído en la fuerza de mi ardor.

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LA CANCIÓN DE MI VIDA

Mira en mi rostro trashumante…

Más hondamente se inclinan las estrellas.

Mira en mi rostro trashumante…

Todos mis caminos floridos

llevan a aguas oscuras,

hermanas que se pelearon hasta morir.

Ancianas se volvieron las estrellas…

Mira en mi rostro trashumante.

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AL APOSTATA

Detrás de árboles me oculto

hasta que mis ojos hayan terminado de llover,

y los mantengo profundamente cerrados

para que nadie contemple tu imagen.

Enlacé mis brazos en tu derredor

como en las enredaderas de la vid.

Si he ido creciendo contigo,

¿por qué me arrancas de ti?

Te ofrendé la flor

de mi cuerpo,

todas mis mariposas

las deslicé en tu jardín.

Anduve siempre entre granadas,

A través de tu sangre ví

Arder en todas partes el mundo

por amor.

Pero ahora golpeo con mi frente

lúgubre las paredes del templo.

Oh tu falso volatinero,

tendiste una cuerda floja.

¡Qué fríos me resultan todos los saludos!

Mi corazón yace desnudo,

mi rojo vehículo

palpita espantosamente.

Siempre estoy en alta mar

y ya no atracaré jamás.

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Edición y redacción: Rubén Jaramillo Vélez.

Argumentos. Bogotá. Nro 8/9. Agosto de 1984. Págs. 151-153.

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Por: Giorigo de Chirico (1888-1978)

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Giorgio de Chirico

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La velada tocaba a su fin; los últimos invitados, y con ellos Hebdómeros, presentaron sus respetos al dueño de la casa y a sus hijos, y abandonaron la villa cuyo parque se hallaba sumido en la oscuridad. Fuera, el cielo ofrecía un espectáculo inolvidable: las constelaciones aparecían también alineadas que formaban verdaderas imágenes dibujadas en puntillismo como las que se ven en los diccionarios ilustrados. Hebdómeros, fascinado, se detuvo y comenzó a señalarlas, cosa que además le era fácil pues eran tan fácilmente identificables que el hombre más falto de cultura astronómica las hubiera reconocido. Se veían los Gemelos, apoyados mutuamente en una postura clásica de tranquilidad; se veía la Osa mayor, obesa y conmovedora, arrastrando sus pieles contra la oscuridad del éter profundo; y, más lejos, los Piscis giraban lentamente siempre a la misma distancia entre sí, como si estuvieran sujetos al mismo eje, y Orión, el solitario Orión se alejaba por los abismos del cielo, con su maza al hombro, seguido de su fiel Perro. La Virgen, de formas justas y opulentas tendida sobre una nube, ladeaba la cara con un gesto lleno de gracia para mirar abajo el mundo aún adormecido durante las últimas horas de la noche que ya tocaba a su fin; más lejos, a la izquierda, Libra, Libra de platillos vacíos e inmóviles en su perfecta horizontalidad; había una variedad capaz de satisfacer todos los gustos y las exigencias más locas. En todos los presentes se despertaron unos instintos de noctambulismo. Ya nadie tenía ganas de volver a casa. Hebdómeros, que experimentaba todas las emociones de manera más violenta que los demás y siempre se hallaba dispuesto a entusiasmarse prescindiendo de todo control sobre sí mismo, propuso enseguida ir a sentarse a un pequeño café que permanecía abierto hasta el amanecer pues varios obreros e ingenieros que trabajaban durante la noche en las reparaciones de la vía férrea, lo frecuentaban con ánimos de alimentarse y reposar.

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Traducción de Jospe Elías.

Hebdómeros. Barcelona. Ediciones del Cotal. 1976.  Págs. 101-102.

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Por: Pedro Nel Gómez (1889-1984)

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Pedro Nel Gómez

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Parece que no haya zona más olvidada en el movimiento espiritual del país que el inmenso campo que abarca el fondo de inspiración de las obras artísticas, cuando éstas representan la única fuerza capaza de crear prestigio de un arte esencialmente de carácter colombiano, o más bien, americano del trópico.

Sería inocente creer pueda dárseles a los artistas, arquitectos, escultores, literatos o pintores normas sobre las fuentes de inspiración para sus obras en grande o en pequeño. Pero los ejes de una orientación más solida, más responsable, sí pueden percibirse a lo largo de una serie de creaciones espontáneas, donde los objetivos fueron y han sido únicamente el campo “creativo”, la originalidad y el celo en la expresión del carácter y manera de observar y sentir al hombre colombiano. Estos ejes parece se comprenden muy visibles en tres direcciones muy concretas y definidas, son:

1º Un grupo bien numeroso que vienen desde el Tuerto Echeverri, sigue con Carrasquilla, José Eustasio Rivera, Efe Gómez, Julio Posada, Pacho Rendón, etc., hasta Fernando González en el campo literario y poético. Sostienen en sus obras que la creación de una obra artística está íntimamente ligada a nuestra naturaleza arcaica, salvaje del hombre americano agitado en el trópico, soñador a su manera y alejado de las grandes corrientes artísticas de la vida europea desde 1850 hasta hoy. Sin duda, ya comprendemos este fondo de inspiración ha sido el más rico y de mayor significado en la producción espiritual del continente. Es el más difícil. Sabemos cuántos esfuerzos han sido necesarios para lograr esas obras conocidas y muy bien apreciadas fuera del país.

¿Por qué esta dificultad?

Tenemos a manera de ejemplo al minero, al verdadero minero nacional, al baharequero. La vida de este hombre se halla rodeada del extraño ambiente dominado por la selva y la montaña de gigantescas dimensiones. Vive y se acerca a los animales que la habitan, su fisonomía toma rasgos más enérgicos y primitivos, y hacen más simple, sus actitudes y las escenas en que intervienen toman un carácter más íntimo y monumental. Aparece entonces un principio de plasticidad como elemento principalísimo en el arte. Un combate de baharequeros a cuchillo, a 7 metros de profundidad, bajo las aguas de nuestros ríos, es una verdadera escultura en piedra, no alcanzable para el arte sino bajo la concepción de una plasticidad elemental digna de las mejores épocas antiguas. Lógicamente sigue a esta plasticidad y la rodea, todo el mundo mítico real hoy en la América. Este combate no es un tema cualquiera, es un poema excepcional donde todos los elementos acercan poco a poco la estructura de nuestro arte a una estructura de grandes líneas.

Un día llegará cuando seamos capaces de construir un edificio con “metopas” a nuestra manera, donde las esculturas van a ser los combates entre el mito americano de la sensualidad del trópico, la “Patasola” y el minero. ES claro que no se ha encontrado fósil del centauro que apareció en las metopas del Partenón, el fósil se hallaba y se halla en el espíritu del pueblo griego. Así la ménade del trópico (la Patasola) ha dejado su fósil en el alma sencilla del hombre de las selvas y de las cordilleras americanas.

Lo urgente es la capacidad y el valor de los artistas dotados para llevar a la arquitectura y a la escultura el espíritu creativo autóctono; que tenga el valor de percibir en el fondo de su estructura americana las raíces íntimas de esos mitos.

Pueden reírse de esta concepción plástica los ropavejeros de la cultura hispánica o los cacharreros del impresionismo francés. Ya los conocemos; son falsificadores que adoptan una línea de menor resistencia y que han hecho de su arte un campo de negocios florecientes. Saben esos “malditos” que hacen reír desde México a Chile, comprenden que ni Velásquez ni Manet pueden habitar en estos climas, pero también saben hacer tragar entero por medio de una propaganda en unas poblaciones como la de nuestras ciudades sin educación artísticas ninguna y donde la vida propia del Estado les es tan desconocida como la vida en la época del impresionismo en Francia.

2º Muchos otros creadores siguieron otra dirección, en ellos domina no las fuentes de inspiración naturales basadas en la herencia de las experiencias de su pueblo; más bien es una forma de expresión no investigativa y viviente, sino ya conocida y adaptada por ellos a su sensibilidad. Sin ser una repetición pobre o una falsificación de obras maestras infalsificables. Dentro de este derrotero han actuado en nuestro país grandes personalidades y le han dejado no grandes obras, sino más bien obras populares que realmente no tienen latitud y constituyen el conjunto de una cultura llamada “del buen gusto”. También, cuando es avezado el autor funda su obra dentro de la escultura estetista contemporánea. Claro que a este arte le dan un carácter universal, siendo que realmente la universalidad está en este caso confundida con el llamado “arte en boga”, es decir una expresión que cabe dentro de los límites de la “moda”.

Este arte no dejará un estrato firme aunque parece que es el único que en nuestras universidades se estudia, carece de una plástica propia y recóndita y por ello requiere un menor esfuerzo para su entendimiento. Entre estas obras y las el grupo anterior existe un abismo que lo constituye ese fondo íntimo insalvable de la inspiración constructiva y de los elementos que en ella intervienen, elementos que por siglos ya existían en América, tales como la escultura agustiniana, las arquitecturas azteca e incaica.

3º La creación en el tercer grupo constituye un especie de preliminar, usando una palabra empleada por los ingenieros, delas obras analizadas y que elevan los hombres del primer grupo. Estas obras se clasifican y se conocen como obras de inspiración regional de aspecto muy objetivo con intenciones plásticas, descriptivas, donde la vida económica del “momento” en el país es vivamente construida, analizada para dar un panorama muchas veces de aspecto político, naturalista, terminado ante el público en obras foklóricas avanzadas de carácter autóctono muy estimadas por el público. Es decir, son obras de inspiración directa con ambiciones y derroteros plásticos, pero en una posición preliminar por cierto muy valiosa para la cultura nacional.

En esas creaciones hallamos los aspectos sociales y artísticos de los problemas petrolíferos, de la vida palpable en nuestras costas y en los páramos helados, las comedias humoristas que se presentan en nuestros teatros, las esculturas y pinturas donde predominan los elementos externos típicos y las fiestas regionales. Es decir, no lleva en sí un espíritu plástico como eje, sino que lo que busca al través de los elementos localizados entre lo folklórico y el realismo americano.

Los tres grupos esbozados abarcan infinidad de otras manifestaciones individuales, que podrían dar origen a nuevos núcleos de creación, pero son poco numerosos actualmente y lo han sido igualmente en la historia del país. Podríamos incluir aquí los imagineros religiosos, escultores en madera y piedra y la pintura religiosa, lo mismo que los corales de educación escolástica, y los simbolistas, cuyo arte no es constructivo sino de aspecto lírico e intelectualizado.

Estas divisiones no son tan claras como parecen a primera vista, pero pensamos, como dijimos antes, los resortes iniciales si son muy concretos. En todo caso el país está dotado extraordinariamente para una evolución rápida que le dejaría un magnífico prestigio en el continente y demostraría al fin a Colombia ocupando un puesto excepcional en todo el movimiento continental ya real hacia la AUTONOMÍA ARTÍSTICA DE AMÉRICA.

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Revista Facultad de Minas. Universidad Nacional. Medellín. Nro.74. Octubre de 1945. Págs. 31-33.

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Por: Oscar Jairo González Hernández

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Alejandro Palacio

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En el instante en que se muestra así sí mismo de lo que deseaba ser y hacer con su vida, en el arte sensitivo, era y es lo que tensaba el  nombrar, y nombrarse él en su vida, pues estaba allí formándose lo que deseaba decir y como decirlo, sin que nadie estuviera perturbándolo o interviniéndolo en esa su decisión inicial e iniciadora en su real vida. Y es lo que busca entre la oscuridad y la luminosidad que le da la visión estremecida del intersticio creador en donde se instala Alejandro Palacio Herrera (1981). Para él la poesía es de la misma manera y con la misma intensidad esencial  y de la necesidad extrema y escandalizante,  ser “nombrado” en él mismo. Y sabe muy bien, que su decir, está contenido en lo que nunca podrá decir, en lo indecible que lo posee y domina. Es eso lo que ha sido aquí dicho, entre nosotros:

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Qué nos podría indicar sobre  el incidente o el momento mismo en que usted sintió la necesidad inexorable de escribir poesía y de ser o hacerse poeta?

Alguna vez por primera vez me sentí inútil, tenía 20 años y trabajaba en una fábrica de ventilación industrial; eran aquellos unos horarios insufribles, la fuerza bruta y el cansancio me apartaban del mundo para ser rebaba  que le florecía a los pétalos de los muertos de trabajo; ganaba dinero que se perdía en un apartamento que dejaba abandonado de 5:30 de la mañana y que visitaba  a las  11 de la noche para saberme robado por la vida, por los hombres, robado de mi  esencia. Padecí luego seis meses de incontinencias acumuladas después de cuestionarme cada mañana por la vida y aquello que muchos sentían  como felicidad, así que decidí dejar de trabajar para sentirme inútil por primera vez, tanto que padecí terribles depresiones que me llevaron a rutas desconocidas en mi conceptualización de la existencia; me hizo fuerte la angustia existencial, quería seguir existiendo de alguna forma pero no dejaba de ser rebaba que le sobraba a algún tornillo en mi cabeza del mundo;  las drogas siquiátricas eran mi tratamiento, luego el llanto incontenible, hasta que comencé a caminar. Primero, por mi inutilidad, gamineaba por las calles de Medellín, aprendiendo de los seres que no sufrían como  yo; luego vi  la inutilidad y las lágrimas del medio día en una soledad pasmosa que olvidaba a veces al lado de algún árbol en algún parque. Recuerdo que no pensaba en nada, tal vez alejándome del suicidio, pero una tarde de esas inútiles me convencí que debía hacer algo más allá de comer pastillas y de deambular en otra ánima presencia de estas calles acaniculadas, fui lentamente a la Biblioteca de Comfenalco en La Playa a leer un libro cualquiera, leí tres, al salir vi un anuncio sobre Talleres de Escritores, tomé un taxi y fui al Taller. Era en Castilla, estaban leyendo poesía, quizá era de  Bukowski, me sentí inútil como Bukowski, recordé que  la única manera de ser feliz era cuando a los diez o doce años escribía para alejar la tristeza o la vida. A esa edad escribí cuadernos enteros en noches largas adolescentes bajo la luz de una lámpara de alumbrado público que daba al balcón; recordé lo inútil que era escribir, pero lo feliz que me hacía. Decidí en ese momento ser escritor, era una necesidad de ser escritor que iba más allá de esa pulsión de muerte, o era esa pulsión de muerte queriendo ser escrita, no sé, quise ser escritor y no diferenciaba mucho si eran poemas o prosas las que debía llorar con mis manos. Escribí cuentos y novelas, pero fue la poesía la que me abrazó en su magia y me permitió ser un espectro superior al que era; luego recibí una herencia de alguien que no conocí nunca, unos cien libros de poesía que no he terminado de leer, la poesía me buscó después de que ella se me presentó y no pude verla con el aumento del cristal de las lágrimas, estuve ciego e inútil, ahora soy inútil pero quiero ver.

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Tener necesidad de la poesía y escribirla, no quiere decir que se sea o no poeta: ¿Qué es la poesía y quién es para usted el poeta?

La poesía será siempre una fuerza arcana indecible, a duras penas se trasmuta en poemas que no alcanzan  siquiera a esbozarla. La poesía nos nombra y nos taladra las sienes como un balazo como dice Raúl Gómez Jattin.  La poesía es un ánima que nos habita y que nos rebluja los cajones del alma buscando tesoros que a veces nacen inconscientes en brillos de lucidez. Es fantasma que atormenta, casi siempre en las noches, para decir al oído lo que los espíritus oyen y que no queremos oír. La poesía posee fuerzas incomprensibles que recorren por  los ríos del hombre desbordándose en seres que inundan de humanidad a la humanidad, que a veces  bíblica no sabe de arcas o salvación.

EL poeta es arca, es médium, es baúl… es adonde llegan las aguas de los dioses furiosos para que hablen con las leyes infinitas, es el canal por donde los más allás se comunican y ponen en tránsito los desconocidos ecos que aún vibran en la tierra, es el poeta un arca que se va llenando de seres y mundos porque los diluvios siempre arrecian en incontenibles formas, y el arca es memoria, y la memoria es el poeta. El poeta se arrulla con los demonios que le atacan y le dicen que  es sólo un hombre más, pero el poeta es el  que vence a las palabras al habitarlas en fantasma presencia, y  poseído de poesía, se arranca una fuerza arcana tornándola en artes, como llorando una muerte, como hablando poseso, como siendo poeta, porque  en su alma hay desesperadas voces que esculcan y gritan los lados más sublimes que tiene el hombre y también cantan y morbosean las miserias y oscuridades que como hombres no podemos apartar.

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Las palabras, son sin duda, el material real del poeta para escribir la poesía: ¿Cómo hallo y como posee sus palabras y ellas a usted como poeta en este momento?

Las palabras se van hallando toda vez que es la poesía quién dicta en sus irreconocibles voces los candados que van sellando determinadas pulsaciones del tiempo, el hombre se va asiendo a las palabras que tiene a su alcance porque la humanidad habla obscena y tosca, pero el poeta tiene que ir encontrando en las palabras lo misterioso que dicta esa poesía con su disparo de eternidad, que le van esparciendo los sesos sobre cualquier arte, lienzo, o papel, y se va desangrando, al lenguaje y a la misma búsqueda para tratar de ser ese mensajero que tiene que hablar de la verdad y la belleza, sin importar en cuál escombro esté sepulto.

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En la medida en que también la observación de la naturaleza, el tener sensaciones en relación con las cosas y la vida misma, sus pruebas, le han ido estructurando como poeta: ¿Cómo siente y percibe usted ese mundo para extraer su poesía?

Yo percibo el mundo como un enfermo que a veces tiene sensaciones de hipersensibilidad dependiendo del dolor que padezca, o de determinados síntomas que aparecen desconocidos e inexplicables. La poesía es paliativa y repele algunas enfermedades de la visión, la escucha o de la piel. Veo mi mundo a través de las palabras que le pongo para traducirlo, lo siento y lo vivo de acuerdo a las categorías que mis escalas axiológicas (ilógicas y rupestres, casi santas) le van anexando, todo depende de la memoria y del padecimiento, aunque todo depende de lo aturdido que me deje la poesía que expresa el mundo  que habito.

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Usted insiste obsesivamente en mencionar y hablar del hechizo y las cosas innombrables, pues así título su libro – “Hechizos ojos para las cosas innombrables”: ¿Podría decirnos en qué consiste el hechizo y las cosas innombrables para usted?

El hechizo es la palabra hablada que invoca las cosas del deseo, y hace, consecuentemente, aparecer el milagro de la magia, creo tanto en el hechizo como si fuera la bendición del profeta, es el hechizo mi única fuente de resarcir mis padecimientos, de alejar, minimizar o  trasformar la existencia. También es el hechizo aquella forma de ser poesía.

Por otro lado, lo innombrable es aquello que está impreso en las huellas de los ojos pero que no tienen palabras para expresar su sabiduría, es existencia pura, sin palabras, sin nombre, es la casi poesía buscando lenta la  presencia humana. Es el fragmento del universo que nos rodea pero que sigue incomprensible y tallado en los surcos café dilatándose al sur de mis pupilas.

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Cuando usted se inscribe e involucra (hace inmersión) a sí mismo como poeta en relación con un mundo que lo excede quizá,  y  invoca a: Tiresias, al Profeta, al Sacerdote: ¿Qué es lo que busca excitar y provocar allí?

Este libro, Los hechizos para las cosas innombrables,  nace de una necesidad de buscar un personaje literario que reúna las cualidades místicas, arcanas y mágicas de una idea que no me dejaba dormir, la idea  consistía en reunir en tal personaje un tipo de profeta que hablara del futuro, que hubiera vivido en el pasado y fuera un espíritu presente, como si fuera lo incognoscible hablando de las revelaciones nunca dichas. Tal personaje se me develaba en Tiresias, que era un adivino ciego de Tebas que le revela a Edipo el secreto de sus orígenes, también aparece en Antígona, como  quien indica el modo en que cesarán los males que asolan a Tebas.

De este modo me parecía un ser capaz de convertir su voz en lo indecible, así sentía la necesidad de escribir, como la premura de contar al mundo sucesos inenarrables que ya habían acontecido en mi mente y que posiblemente acaecerán de algún modo, era un  estado profético del que me burlaba pero que me abastecía de metáforas, situaciones y seres que nunca habían estado en mis proyectos de escritura.  Era una voz, aquella idea, que me imploraba hojas de cuaderno y horas de la madrugada durante una semana de insomnio, tal evento me recordaba que Pessoa, mi escritor de cabecera, vivía vidas diferentes dentro de su escritura, y así me sentía, como poseso por la idea de revelar una fuerza indescriptible que llamo innombrable.

El primer día que empiezo el proyecto del libro,  pensé ser habitado por poemas muy femeninos, hablaba de hombres que me poseían de una forma dominante y brusca, hombres que me acechaban tratando de seducirme, era mi voz poética una mujer vencida por la masculinidad de algunas palabras que chocaban contra ella mientras ella era delicada y

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desnuda idea con piel blanca seductora

acariciando el río en amante limpieza

cuando el recuerdo es transparente lágrima

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Tal idea me hizo repensar que buscaba un personaje que develara profecías palabras, y recordé que Tiresias fue castigado con el conocimiento no sólo del futuro, recordando que  en el canto XI de la Odisea  es consultado Tiresias por Ulises, quien lo busca en el otro mundo, aunque también mucho antes de dicho acontecimiento, recibió la transformación de su ser y fue una mujer por unos años, así el personaje se me hacía muy parecido a lo que quería expresar, no sólo porque tenía el conocimiento de los tiempos, a pesar de sus ojos cegados, y a pesar de su muerte y su aparición después de ella, sino que poseía el conocimiento del placer de los dos sexos, dos cosas que se mezclan indiscutiblemente en mi poesía, situaciones que se me hacen aún maravillosas.

En estos sentidos, se me revela un personaje muy parecido a lo que expresaba en los dos primeros poemas que se escapaban de las temáticas comunes que acostumbro a escribir, que son un tipo de retratos hablados, o representaciones de los espacios o situaciones que me son relevantes, estos poemas se me hacían desconocidos, desconcertantes y totalmente bellos, los quería porque me eran pura musicalidad, y no tenían un sentido trascendental o panfletario, ni mucho menos algo amoroso.

Fue entonces cuando hice una pequeña búsqueda  del personaje  en los libros, y empecé a escribir como si llegara a mí para revelarme cómo regresar a mi Ítaca literaria, escribí durante noches pensándome Tiresias, tanto que cuando llevaba veinte o más poemas decidí titular el libro “con los ojos de Tiresias”,  hasta sentir agotado el embebimiento de tanto poema casi sin sentido, solo magia y fuerza concentrándose  en la poesía.

Tales poemas me revelaban un futuro apocalíptico que nacía, y nacía, y el nacimiento era la muerte de todo lo que conocemos, por ello tuve que dejarlo quieto y esperar a que en algún momento, fueran esas fuerzas reveladoras las que  hicieran que las  poéticas ahí inentendidas tomaran el sentido del término hechizo, que es algo parecido al conjuro, que es algo parecido al pronunciar las cosas para darles existencia por medio de nexos metafísicos; cosas así por el estilo dejaron que la belleza misma hiciera de las suyas y me dejaran repensar tales poemas y darles vida. Pero por esa época la forma en que aparecían los poemas de Con  los ojos de Tiresisas fue demasiado arriesgada y menos provechosa de lo que quise,  tal vez demasiado experimental para unos versos tan experimentales, no sólo con el fondo sino con la forma.

A raíz de lo misterioso de su creación decidí intitular al trabajo como Hechizos ojos para las cosas innombrables,  como mencionando cada cosa trascendental que aparece en el poemario.

Agradezco entonces a los ojos de Tiresias que son los que me revelaron una voz de la poesía, a los hechizos que son la fuerza de lo arcano.

Palabra y Obra. El Mundo. Medellín. 12 de Noviembre de 2011. Págs. 36-37.

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