Por: Kazue Shinkawa (1929- )
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Kazue Shinkawa
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UNA MÉTAFORA NO
Madura el melocotón y cae como el amor.
El fuego de una bodega en los muelles se extingue como el amor.
La mañana de julio se marchita como el amor.
El cerdo en la casa de un granjero pobre crece flaco como el amor.
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Oh
yo no buscaba una metáfora
sino amor
por el amor mismo.
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Me tropecé algo como el amor
muchas veces
pero no pude asirlo
ni aun como una gota arrastrada entre el mar en mi palma.
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Puse el asunto de aquella forma
y aun aquí de nuevo el amor fue una metáfora.
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Amor es el dulce jugo que chorrea del melocotón.
Amor es el fuego de una bodega en el muelle
la pólvora que explota la llama que trepa rectamente.
Amor es una brillante mañana de julio.
Amor es un cerdo rechonchamente criado…
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Él cubría mi boca con la suya
y me sostenía entre sus brazos.
La oscuridad del parque
las fragantes hojas de los árboles
la fuente brotando a chorros
todo era como el amor todo.
El tiempo fluía sobre él. Sólo el tiempo
tenía una confiable cuchilla afilada y hacía manar la sangre sobre mis mejillas.
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NO ME ATES
No me ates
como alhelíes
como blancos cebollinos.
Por favor no me ates. De arroz soy los oídos,
Dorados oídos de arroz que encienden en otoño el pecho de la gran tierra,
tan lejos como la vista alcanza.
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No me sujetes con alfileres
como un insecto en una caja de especímenes
como una postal llegada de las altas montañas.
Por favor no me sujetes con alfileres. Estoy agitando mis alas,
soy sonido de invisibles alas
rozando sin cesar, sintiendo la inmensidad del firmamento.
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No me viertas
como leche diluida por lo cotidiano
como sake tibio.
No me viertas por favor. Yo soy el mar,
las amargas mareas el agua sin bordes
que vastamente se alza de noche.
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No me llames
hija esposa.
Por favor no me sitúes
en el asiento instalado sobre solemne nombre de madre.
Yo soy un viento,
un viento que conoce el manzano
y dónde se halla la fuente.
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No me dividas
con comas y períodos en muchas secciones.
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Y por favor no me desprecies tan fastidiosamente
como una carta que llega con “Adiós” al final. Yo soy una frase sin terminar,
un verso poético que, como un río,
continúa fluyendo y creciendo.
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TARDÍO VERANO CALIENTE
¿Qué hacer con la rosa en mi jardín,
esta rosa que queda?
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Terminé mirando el jardín abandonado.
Mi anciana madre, senil, dormida,
descuidadamente lo demostraba
a causa del calor inusualmente húmedo del pasado mediodía
desprovisto de viento otoñal que agitara las persianas.
La marchita entrada que posiblemente no podía tener
alguien a quien esperar o visitar
no era tan obscena
como inocente, abiertamente, casualmente.
Habiendo pasado con premura la baranda afuera de su alcoba,
enjugo el sudor que cubre mi piel.
El calor de este año, este loco calor.
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¿Qué hacer con la rosa en mi jardín,
esta íntima rosa?
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DIOS COTIDIANO
¿Puede existir algo parecido a un acto sencillo, puro? ¿Una virtud como la amabilidad que no dañe nada?
Mis Movimientos comenzaron a dar muestras de parálisis y mi habla a hacerse balbuciente con el transcurrir de los días. Esto ocurrió porque al abrir la ventana irreflexivamente, al subir la cremallera atrás en mi espalda, o al pelar una cebolla –entre actos tan absolutamente cotidianos- a menudo comencé a escuchar gritos inidentificables. ¿Ocurría acaso que al abrir la ventana, hubiera abierto igualmente algo prodigioso’ ¿Acaso ocurría que halando hacia arriba la cremallera, hubiera engranado a la fuerza juntamente algo –acerca de lo cual existía un eterno mandato contra el hecho de ser sellado- haciendo que los dientes de aluminio lo agarran rápido? O incluso, si los dioses son cosas que de modo amorfo permean nuestro entorno en forma inocua, al sacar la piel de la cebolla, debo hacer cometido el acto rudo de arrancar la calavera de uno de ellos. Distinto a una lástima o sentimentalismo bellamente cosido, de la clase de compasión y pesar que ustedes pueden sentir cuanto encuentran los cadáveres de tres hormigas pegadas a la suela de fieltro de tu pantufla, estos gritos me asaltaban en cualquier momento, acompañados por un pesar parecido a un angustioso dolor que, cada vez que yo daba un paso, creaba una irrecuperable distancia entre el mundo y yo. A causa de que yo respiraba con cuidado para no producir el menor ruido en el aire, cuando me sentía asfixiada, iba afuera tambaleando, acezando, por el oxígeno que benignamente habría de empujar dentro de mi como un hombre violento.
Ya oscureciendo, la sombra de la tierra iba cayendo sobre mí. Pese al hecho de que fuera un brillante mediodía, mi familia con frecuencia me perdía de vista en el diminuto jardín.
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EN UN SUEÑO
En un sueño
me preguntó el camino y yo se lo enseñé.
Él partió en la dirección que yo le señalé,
caminando sobre la hierba baja de una arboleda esparcida.
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Era el camino errado.
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Tras caminar durante un rato
me desvié por otro estrecho sendero,
pero a causa de que la mañana estaba allí.
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Él puede continuar todavía
vagando en mi sueño,
la noche prosiguiendo, ningún rayar del día a la vista,
más allá de la arboleda esparcida…
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¿Me acuclillaré así junto al estrecho sendero
a esperar un momento, humedeciéndome con rocío?
Él debiera retornar
y tomarme violentamente entre las profundidades de los sueños.
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¿Lo aprisionaré en un calabozo sin salida,
y lo atormentaré secretamente por un largo, largo tiempo,
un hombre que ha cruzado todas mis esquinas oscuras
las que yo misma no había jamás recorrido?
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MIENTRAS RECOGES FLORES
Mientras recoges flores
mil años, dos mil años pasan-
semejantes cosas pueden a menudo ocurrir.
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Cuando volteo a mirar,
el diminuto arroyo que crucé
ha expandido su anchura impresionantemente
y mi compañero que está colgando afuera al otro lado
es visible, si intento verlo,
pero parece no conocerme aunque diga su nombre.
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Quedaté quieto, quédate quieto, con los ojos cerrados.
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Escucha, aquella nube malvavisco aun
no se ha movido un ápice por algún tiempo.
Quédate quieto y silencioso de esa forma
por un momento, en mis brazos.
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La persona que dijo esto pudiera haber sido
un distante, distante antepasado del hombre que puedo ver allí.
Su cambio de opinión –nada parecido.
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El fangoso fluir del tiempo
erosiona solamente la ribera de un lado mientras se precipita
-no es éste un fenómeno raro- quizás
aunque botones de oro que he recogido para adornar este ojal
(ah, bien puede ser que estos botones de oro tengan mil años de edad)
estén tan vivos, en mi palma…
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Versión inglés / HIROAKI SATO
Versión española y francés / RAFAEL PATIÑO GÓEZ
Dibujos / JOSÉ IGNACIO CADENA
Poemas selectos. Medellín. Colección de Poesía Prometeo. 2006. Págs. 5, 7, 9, 31, 33, 47, 53.
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