Por: Albert Camus (1913-1960)
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CUADERNO IV
ENERO DE 1942 – SEPTIEMBRE DE 1945
No se acuesta con una prostituta que se le ofrece y que le gusta porque sólo tiene un billete de mil francos y no se atreve a pedirle el vuelto.
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Como cuando las imágenes de la sexualidad nos atraen a ciertas ciudades (casi siempre aquella donde ya hemos vivido) o a ciertas vidas, y quedamos defraudados. Porque ni siquiera los menos espirituales de nosotros vivimos según la sexualidad, o por lo menos hay demasiadas cosas en la vida de todos los días que nada tienen que ver con la sexualidad. De modo que, luego de haber encarnado penosamente, y sólo de vez en cuando, algunas de esas imágenes, o de haber acercado a alguno de esos recuerdos, la vida se cubre de largos lapsos vacíos, como de una piel muerta. Y entonces hay que desear otras ciudades.
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La vida sexual fue dada al hombre, tal vez para desviarlo de su verdadero camino. Es su opio. En ella todo se adormece. Fuera de ella, las cosas recobran su vida. Al mismo tiempo, la castidad extingue la especie, lo que tal vez sea verdad.
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La sexualidad no conduce a nada. No es inmoral pero es improductiva. Puede uno entregarse a ella mientras no desea producir. Pero solamente la castidad va unida a un progreso personal.
Hay un momento en que la sexualidad representa una victoria; cuando se la separa de los imperativos morales. Pero poco después se convierte en derrota, y sobreponerse a ella es la única victoria posible: la castidad.
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La sexualidad desenfrenada lleva a una filosofía de la no significación del mundo. Por el contrario, la castidad devuelve un sentido (al mundo).
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Traducción de MARIANO LENCERA.
Revisada por VICTORIA OCAMPO.
Carnets. [Enero de 1942 – Marzo de 1951]. Buenos Aires. Editorial Losada. 1966. Págs. 35, 36, 39, 41, 44.
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