Por: Germán Colmenares (1938-1990)
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Un crítico acerbo de nuestra alta cultura describe la parte más pomposa y solemne de nuestra literatura como “humanismo de sacristía”. Uno se pregunta qué tan lejos estaba la bohemia irreverente de la sacristía a comienzos de este siglo. Nuestras ciudades más populosas escasamente sobrepasaban entonces los cien mil habitantes. Bohemios, burlones y sacristanes enfurruñados en una piedad vicaria debían cruzarse “con los fulgores del alba” en direcciones opuestas. Y los bohemios editaban revistas en las mismas prensas y las adornaban con los mismos tipos y viñetas funerales de los novenarios y las vidas de santos.
Los versos tan populares de León de Greiff,
“Músicos, rapsodas, prosistas,
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Los Panidas éramos trece”,
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sugerían una hermandad mitológica de destinos trágicos que habrían devorado una llama creadora. En realidad, cuando les llegó la edad de la razón, casi todos –con excepción de León de Greiff, Ricardo Rendón y Fernando González- debieron regresar a la placidez de bufetes y consultorios o refugiarse en algún rincón no muy visible de la nómina. Pero sus sonoros seudónimos (Cebrián de Amocete, Xavier de Lys, Helena de Maia) se convirtieron en parte de la sabiduría convencional de los crucigramas. Sólo los cultores de los crucigramas conocían la revista Pánida (n. 1915- + 1915) o sabían al menos que Isazas, Jaramillos, Mejías, Villas y Toros pertenecían a un Olimpo mucho más eufónico que el de las firmas comerciales.
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He aquí la revista. ¿Qué hacer con ella? La edición facsimilar de Colcultura podría verse como una mirada condescendiente hacia nuestro pasado literario. La revista se parece demasiado a una borrosa foto de adolescentes atormentados por un acné recalcitrante a todos los emplastos conocidos. En el número III (p. 48) nos enteramos de la existencia de un “poeta maldito” que hacía las delicias del grupo por “… la intensidad de los sentimientos (el) acertado empleo de la palabra… la música (delicada, sutil o potente, según el asunto que se trate)”. Pero lo que lo hace más interesante, al menos para nosotros, es el gesto y la manera de obrar ´raro´ que tanto nos fascina… Más que sus preseas de artífice magnífico, mucho más, valen sus rebeldías de incomprendido y la oscuridad… oscuridad encantadora que lo libra de ser un ´poeta popular´. Esto era lo que, en un mundo victoriano, se llamaba un credo estético. Hoy, cuando la democracia de blue-jean ha enterrado toda forma de dandysmo, la definición correspondería ambiguamente a un político antioqueño con mucho éxito o la de un profesor de semiótica.
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Tal vez lo peor de todo sea que aquellos que se obcecaron en lo “raro” y en el repudio de los poetas populares y creían salvarse trasnochando impenitentemente se convirtieron en un repertorio para trasnochadores.
Muchos de los escritores que admiraban los panidas deben reposar en algún olvidado desván de la literatura junto con álbumes, pompones, crinolinas y sillas desvencijadas. Esto no puede ser un reproche a los gustos tan personales de los panidas. A lo sumo serviría para demostrar la vanidad de vanidades de las pompas literarias. Acaso, ¿por qué no?, la posteridad orientada hacia el post-estructuralismo encuentre más méritos literarios en algún locutor de radio que en muchos de los más celebrados escritores contemporáneos. Pero los escritores de Panida se obstinaban tanto en jugar un rol social de genialidad desafiante que su trabajo literario parece más una pose que una disciplina.
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Sin duda la revista constituye un documento interesante para la historia de la precariedad de los gustos literarios. Si la poesía figura verbalmente el umbral inédito de una experiencia humana, a través de Panida se nos transmite la estrechez agobiante de un medio provinciano. Esto tampoco debería ser derogatorio. Cuando la provincia se encara y se reflexiona de una manera deliberada (piénsese en Balzac, Gogol, Flaubert o el mismo García Márquez), la creación literaria puede ser fascinante. Pero el escapismo verbal hacia mundos “raros” es un simple reflejo llamado bovarismo.
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Cromos. Bogotá. Nro 3463. 29 Mayo. 1984. Pág. 56.
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