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NADJA (Fragmento)
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No tenía la intención de relatar, al margen del relato que voy a emprender, sino los episodios más sobresalientes de mi vida tal como puedo concebirla fuera de su plan orgánico, o sea en la medida misma en que está sujeta a los azares, al menor como al mayor, que revolviéndose contra la idea común que me hago de ella, me introduce en un mundo como perdido que es el de los acercamientos súbitos, de las petrificantes coincidencias, de los reflejos que predominan sobre toda otra manifestación de lo mental, de los acordes de un solo golpe como en el piano, de los relámpagos que harían ver, pero de veras ver, si no fueran todavía más rápidos que los otros. Se trata de hechos de valor intrínseco sin duda poco controlable pero que, por su carácter absolutamente inesperado, violentamente incidente, y el tipo de asociaciones de ideas sospechosas que despiertan, cierta manera de hacerle a uno pasar del hilo de la Virgen a la tela de araña, es decir, a la cosa más centelleante y más graciosa que existiría en el mundo, si no fuese porque en la esquina, o en las cercanías está la araña; se trata de hechos que, aunque fuesen del orden de la comprobación pura, presentan cada vez todas las apariencias de una señal, sin que pueda decirse con precisión de qué señal, que hacen que en plena soledad descubra en mí inverosímiles complicidades, que me convencen de mi ilusión todas las veces que me creo solo al timón del barco. Habría que jerarquizar estos hechos, del más simple al más complejo, desde el movimiento especial, indefinible, que provoca en nosotros la vista de poquísimos objetos o nuestra llegada a tales o cuales lugares, acompañados de la sensación muy nítida de que algo grave esencial para nosotros depende de ello, hasta la ausencia completa de paz con nosotros mismos que nos acarrean ciertos encadenamientos, ciertos concursos de circunstancias que rebasan con mucho nuestro entendimiento, y sólo admiten nuestro regreso a una actividad razonada a condición de que, en la mayoría de los casos, apelemos al instinto de conservación. Podrían establecerse numerosos intermediarios entre estos hechos-resbalones y esos hechos-precipicios.
Desde esos hechos, respecto de los cuales sólo logro ser para mí mismo el testigo hosco, hasta los otros hechos, respecto de los cuales me jacto de discernir sus defensores y, en cierta medida, presumir los resultados, hay tal vez la misma distancia que desde una de esas afirmaciones o de uno de esos conjuntos de afirmaciones que constituyen la frase o el texto “automático” hasta la afirmación o el texto cuyos términos han sido madurados en la reflexión por él, y pesados. Su responsabilidad no le parece por decirlo así comprometida en el primer caso, está comprometida en el segundo. En cambio, queda infinitamente más sorprendido, más fascinado por lo que pasa allá que por lo que pasa aquí. Está también más orgulloso de ello, lo cual no deja de ser singular, se encuentra más libre gracias a ello. Así sucede con esas sensaciones electivas de las que he hablado y cuya parte de incomunicabilidad es ella misma una fuente de placeres inigualables.
No se espere de mí la cuenta global de lo que me ha sido dado experimentar en ese dominio. Me limitaré aquí a recordar sin esfuerzo lo que, no respondiendo a ninguna acción de mi parte, me ha sucedido algunas veces, lo que me da, llegándome por vías libres de toda sospecha, la medida de la gracia y de la desgracia particulares de que soy objeto; hablaré de ello sin orden preestablecido, y según el capricho de las horas que deja salir a flote lo que sale a flote.
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Selección y prólogo de MARGUERITE BONNET
Traducción de TOMÁS SEGOVIA
Antología (1913-1966). México. siglo veintiuno editores. 2da Edición. 1977. Págs. 75-76
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