LOS CAMPOS MAGNÉTICOS (1919)
Por: André Breton y Philippe Soupault (1897-1990)
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ECLIPSES
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El color de los fabulosos saludos llega a oscurecer el más pequeño estertor: calma de relativos suspiros. El circo de los saltos a pesar del dolor a leche y a sangre cuajada está lleno de segundos melancólicos. Sin embargo algo más lejos existe un agujero de profundidad desconocida que atrae las miradas de todos nosotros, es un órgano de alegrías repetidas. Simplicidades de añejas lunas, para nuestros ojos inyectados de lugares comunes sois sabios misteriosos.
Sin duda pertenece a esta ciudad del noroeste el privilegio delicioso de recoger angustias serpentinas por esas montañas de arena y fósiles. Nunca se sabe cuánto licor condensado nos traerán las muchachas de estos países sin oro.
El promontorio de nuestros pecados originales está bañando de ácidos ligeramente coloreados por nuestros escrúpulos vanidosos; tantos adelantos ha hecho la química orgánica. En este valle metálico los penachos de humo se han citado para un sabbat cinematográfico. Se oyen los gritos aterrorizados de las gaviotas perdidas, traducción espontánea y mórbida del lenguaje de las ultrajadas colonias. La jibia vagabunda lanza un líquido oleaginoso y el mar cambia de color. Sobre esas playas de guijarros manchados de sangre se pueden oír los tiernos murmullos de los astros.
El equinoccio absoluto.
En cuanto se da la espalda a esta llanura, divisan vastos incendios. Los crujidos y los gritos se apagan; el toque solitario de un clarín anima esto árboles muertos.
La noche se levanta desde los cuatro puntos cardinales y los grandes animales concilian el sueño dolorosamente. Los caminos, las casas, se iluminan. Desaparece un gran paisaje.
Las miradas más humildes de los niños maltratados dan a estos juegos una repugnante languidez. Los más pequeños se escapan y cada inquietud se torna ilimitada esperanza. ¿Vejeces de enfermedades inventadas, podéis luchar incesantemente? Cuatro de los sentimientos más heróicos y todo el tropel de deseos repelidos palidecen soltando espesa sangre. Coraje auxiliar de los rebaños apestados, unión de lamentaciones montañesas, torrentes de saludables maldiciones. Era una perpetua sucesión: la circulación brusca de las auroras y el circuito sensacional de los lentos carmesíes.
En un vaso lleno de un líquido granate, su intenso hervor creaba husos blancos que volvían a caer formando brumosos cortinajes. Los hombres de ojos apagados se aproximaban y leían su destino en los deslucidos cristales de las habitaciones económicas. Veían las manos gordinflonas de las vendedoras de sensaciones habituales y siempre en el mismo lugar los animales embrutecidos y abnegados.
Y este pesado ardor, que hacia las dos de la tarde cruza junto a los puentes normales, recostábase lentamente en los parapetos. Las nubes sentimentales acudían prestamente. Era la hora exacta, prevista.
La luz galopante muere continuamente despertando los rasguños infinitos de las plantas crasas. Las riquezas químicas importadas quemaban con la misma pesantez del incienso. Los encantos de sueños actuales se extendían horizontalmente. En aquel cielo hirviente, las humaredas de transformaban negras cenizas y los gritos se aplicaban en los más altos grados. Hasta más allá de donde alcanza la vista las teorías monstruosas de las pesadillas bailaban sin concierto.
En esta hora tumultuosa los frutos colgantes de las ramas ardían.
Todavía no ha llegado la hora de los meteoros.
La lluvia sencilla se abate sobre los ríos inmóviles. El ruido malicioso de las mareas se dirige al laberinto de humedades. En contacto con las estrellas fugaces, los ojos anhelantes de las mujeres han quedado cerrados para varios años. Ya sólo verán las tapicerías del cielo de junio y de la alta mar; aunque quedan los ruidos magníficos de las catástrofes verticales y de los sucesos históricos.
Un hombre resucita por segunda vez. Tiene la memoria sembrada de arborescentes recuerdos y por ella discurren auríferos caudales; los valles paralelos y las áridas cúspides son más silenciosos que los apagados cráteres. Su cuerpo de gigante abrigaba nidos de insectos pringosos y tribus de cantáridas.
Se levanta y su esfuerzo convoca a todos los zumbidos ocultos. Los animales soltaban sus aullidos por su camino luminoso.
El mar atormentado iluminaba estas regiones; una vegetación instantánea desapareció y aglomeraciones de vapores descubrieron los astros. Actividad celeste explorada por primera vez. Los planetas se acercaban cautelosamente y silenciosos oscuros poblaban las estrellas. Las colinas se rodean de las más pequeñas tardanzas. En los marjales sólo quedan recuerdos de vuelos. La necesidad de los absurdos matemáticos no ha sido demostrada. ¿Por qué estos insectos cuidadosamente aplastados no mueren maldiciendo los dolores congregados? Todas las desgracias queridas nos empujan hacia esos deliciosos rincones. El árbol de los pueblos no está podrido y la cosecha espera. Las órdenes de los jefes ebrios flotan en la atmósfera cargada. Ya no hace falta contar. El valor ha sido abolido. Concesiones a perpetuidad.
El pájaro de esta jaula hace llorar a la hermosa niñita destinada al azul. Su padre es explorador. Los gatitos recién nacidos juguetean. En este bosque hay pálidas flores que ocasionan la muerte de quienes las cogen. Toda la familia es próspera y se reúne después de las comidas bajo este tilo.
Un croupier aboca oro a manos llenas. El ardor más bello es el olvido. Sólo soñamos en gritos. Las bebidas calientes se sirven en vasos de colores.
Los grandes pecados mortales condenados al perdón nacen en callejones sin salida. Siniestros postes indicadores, es inútil que acudáis provistos de vuestro frasco de sal.
Podemos ver un número incalculable de lagos no comunicados chupados por esa barquichuela de nombre milagroso. Ese disco jadeante apareció temprano sobre las vías que trazábamos. Brazo inconexo. Molduras altivas. Sólo podía tratarse de una alerta. Las balas de algodón llegaban a provocar el orto del sol vomitando como sobre los anuncios. Lo que antecede guarda semejanza con las singularidades químicas con esos magníficos precipitados ciertos.
Quizá logre centrar mi pensamiento en lo mejor de mis intereses. Cuidados de los parásitos que entran en el agua ferruginosa, absorbedme si sois capaces. Los sacos de achicoria adorno de los armarios participan de su color. De todos los navegantes suponibles el que más me agrada es el del pecho en forma de escala. Por una pista atiborrada de estrellas estas bicicletas insensatas están soplando el viento.
Nonos quedan muchos días para dormir.
Después de los ríos lácteos demasiado acostumbrados al estrépito de las pescadoras, los cascabeles del estuario, bajo pancartas desteñidas, y en estas perlas se nacarán tantas aventuras pasadas que luce el sol. Nacido de las caricias fortuitas de mundos desleídos, el dios que crecía para felicidad de las generaciones futuras, comprendiendo que ha llegado la hora, desaparece en el alejamiento de mil electricidades de idéntico sentido.
Rezumando catedral vertebrado superior.
Los últimos adeptos a estas teorías se instalan en la colina, ante los cafés que cierran.
Neumáticos patas de terciopelo.
A lo lejos pasan los humos silenciosos y las balas sospechosas. Sin clemencia alguna el balanceo amoroso de las trombas llena de admiración a los pequeños lagos y los globos dirigibles evolucionan por encima de los ejércitos. Tales reyes del aire adoptan una constitución necesaria de brumas y las tribunas se abren ante el arzobispo amarillo que tiene por báculo el arco iris y una mitra de lluvia refulgente.
Con la vuelta alada de la osamenta de asno sobre el canto de los agonizantes todo cobra el color de las praderas; tan sólo un insecto se olvida por entre las rosas de la lámpara. Ha venido de esos apretujados canales con los que se hacen lentejuelas de las botellas y se muere de aburrimiento. Me impresiona su honorable continencia, sus amables vivacidades en cuanto le pongo encima de la mano. La sangre de las tijeretas circunda las plantas cuyas hojas están sujetas por medio de imperdibles.
Tallo tieso de Suzanne inutilidad sobre todo pueblo de sabores con una iglesia como un cangrejo.
Los tenderetes se convierten en presa de una infinidad endeble de microbios y esto penetra incluso dentro de los trajes de las recién casadas. Bajo color de amor, les describen a las bellas los habitáculos itinerantes de paredes asalmonadas. Estas tiendas de ultramarinos hermosas como nuestros éxitos aleatorios se hacen la competencia de piso a piso del laberinto. Una idea culpable roda la frente de los dependientes. Sobre una correhuela de celaje silbante las moscas perjuras regresan a los granos de sol.
A las pequeñas liras parpadeantes les siguen tres o cuatro ensueños notables en los accidentes del terreno. Los anarquistas se han aposentado en el Mercedes. Un comerciante de habitaciones aéreas a quien han hecho beber a su salud suspira inseminando el camino. Ya no nos atrevemos a pensar en mañana a causa de esas botellas llenas de virutas de cobre y plateadas en la superficie de los mares. Palidecemos sobre manuscritos desteñidos por el sueño y esponjados de ceniza. Seremos cogidos con las manos en la caja fuerte: 13 es un número seguro. Las malas acciones no cuentan como las buenas y las comentamos con sangre fría: pero en las ciudades deliciosamente caldas, en los hoteles de paredes de vidrio (¡oh, suelo de nuestras lágrimas bátavas!) tenemos agudas lasitudes comparables al enmarañamiento de las aguas sobre las monturas de blanco coral. Nos estrellamos en direcciones incomprensibles, entre las grandes venas azuladas de lo lejano y en los yacimientos.
Aquí señalan el paso emocionante de cruceros a la una de la madrugada. La carrera de regatas ya no es rayadote este jueves. Me hago regular como el cristal de un reloj. En tierra se hace tarde y se teme un acercamiento eterno de las murallas. Se declara el artificio de los meses. Las cortinas son calendarios. Si que se distingan de los inmuebles colindantes dos o tres casas de alquiler se interpelan. Nos decimos dos o tres adivinanzas atroces arrugadas sobre nada como el papel de seda. Esto dura mucho sin que sea necesario devanarse los sesos con la caridad o cualquier otra cosa. Por lo que se ve, en lo que toca a los juegos, hemos sido favorecidos. Nos atraemos limaduras hirientes por puro placer.
A la cabeza de una compañía de seguros hemos hecho poner nuestro sueño, un bellísimo malhechor. Los pequeños pasatiempos anecdóticos que suben a las piernas de nuestros habanos nos conmueven mediocremente. No tengo ni un céntimo para meter en el diario. Al crepúsculo mejor postor se le abandona un mobiliario de estilo que me pertenecía. Me es totalmente igual a causa de los medios de transporte que ponen a mi alcance el único lujo instintivo. Lo que más busco son esas corrientes de aire que deforman útilmente las pequeñas plazuelas. En París existen montículos polvorientos que se retiran de la circulación. El vigilante nocturno cuelga una linterna roja y amarilla y habla solo en voz alta durante horas, aunque su prudencia no produzca siempre el efecto esperado.
El se prepara algunos estupendos golpes de grisú mientras que los elegantes, cabeza abajo, emprenden un viaje al centro de la tierra. Les han hablado de huidos soles. Los grandes pedazos de espacio creados se van a toda velocidad hacia el polo. El reloj de los osos blancos señala la hora del baile. Las jarcias estúpidas del aire, antes de llegar forman monos que en seguida comprenden que se han burlado de ellos. Relajan su cola de acero colado. Su buena estrella es el ojo, revulsado a esta altura, de las mujeres que raptaron. La gruta es fresca y se presiente que hay que irse; el agua nos llama, está roja y la sonrisa es más fuerte que las hendiduras que trepan por tu casa como plantas, oh día magnífico, día tierno, como este extraordinario arete. El mar que amamos no soporta a los hombres tan flacos como nosotros. Hacen falta elefantes con cabeza de mujer y leones voladores. La jaula está abierta y el hotel cerrado por segunda vez, ¡qué calor! En el lugar del chef se puede ver a una leona bastante guapa que araña al domador sobre la arena y de vez en cuando se rebaja a lamerle. Las grandes marismas fosforescentes tienen sueños maravillosos y los cocodrilos recuperan la maleta hecha con su piel. La carrera se abandona en brazos del contramaestre. Y en ese instante interviene el gran hollín de las vagonetas que lo excusa todo. Los niños de la escuela que lo ven han olvidado las manos en el herbario. Al igual que vosotros, esta noche se dormirán bajo el hálito de este ramillete óptico que constituye un amable abuso.
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Traducción de FRANCES PARCERISAS.
Los campos magnéticos. Barcelona. Tusquets Editores. 1982. Págs. 25-32.
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