ABANDONADLO TODO
.
Vivo desde haces dos meses en la plaza Blanche. El invierno es de los más suaves, y, en la terraza de este café, dedicado al comercio de estupefacientes, las mujeres hacen apariciones cortas y encantadoras. Las noches ya no existen más que en las regiones hiperbóreas de la leyenda. Ya no me acuerdo de haber vivido en otra parte; los que dicen haberme conocido antes deben equivocarse. Pero no, añaden incluso que me creían muerto. Tenéis razón en llamarme al orden. Después de todo, ¿quién habla? André Breton, un hombre sin gran coraje, que hasta ahora, mal que bien, se ha satisfecho con una acción irrisoria y esto tal vez porque un día se sintiera para siempre, con demasiada dureza, incapaz de hacer lo que quería. Y es verdad que tengo conciencia de haberme ya desvalijado a mí mismo en varias ocasiones; es verdad que me siento menos que un monje, menos que un aventurero. Esto no impide que no desespere de recuperarme y que a principios de 1922, en este hermoso Montmartre en fiestas, sueñe en lo que todavía puedo ser.
En nuestros días se cree que todo se precipita, convirtiéndose en su contrario y que ambos se resuelven en una sola categoría, conciliable a su vez con el término inicial y así sucesivamente hasta que el alma llegue a la idea absoluta, conciliación de todas las oposiciones y unidad de todas las categorías. Si “Dada” hubiese sido esto, la cosa no estaría mal, aun cuando al sueño de Hegel en sus laureles prefiera yo la existencia movida de cualquier putilla. Pero Dada está al margen de estas consideraciones. La prueba está en que hoy en día en que su gran astucia consiste en aparentar ser un círculo vicioso: “Un día u otro sabremos que antes de Dada, después de Dada, siempre es Dada”, sin darse cuenta de que se priva por allí mismo de toda virtud, de toda eficacia, se extraña de que sólo estén unos pobres diablos con él que, recluidos en su poesía, se conmueven burguesamente al recuerdo de sus fechorías ya antiguas. Hace tiempo que el riesgo ya no está allí. ¡Y qué importa si al seguir su camino, sin pena ni gloria, el señor Tzara ha de compartir un día la gloria de Marinetti o de Baju! Se ha dicho que yo cambiaba de hombre como de camisa. Perdonádme ese lujo, por caridad, ya que no puedo llevar siempre la misma: cuando ya no me viene bien se la cedo a mis criados.
Aprecio y admiro profundamente a Francis Picabia y, sin ofenderme, se pueden reeditar algunas ocurrencias suyas sobre mí. Lo han hecho todo para confundirle sobre mis sentimientos, previendo que nuestro acuerdo podría comprometer la seguridad de algunos “asentados”. El dadaísmo, como tantas otras cosas, no ha sido para algunos más que una manera de sentarse. Lo que no digo más algo es que no puede existir idea absoluta. Estamos sometidos a una suerte de mímica mental que nos impide profundizar en nada y nos hace considerar con hostilidad lo más querido. Dar la vida por una idea, Dada o la que expongo en este momento, sólo denotaría una gran miseria intelectual. Las ideas no son ni buenas ni malas, son causantes para mí tanto de desagrado como de placer, muy dignas aún de apasionarme en un sentido u otro. Perdonadme si pienso que, contrariamente a la yedra, muero si me ato. ¿Queréis que me preocupe por saber si con estas palabras atento contra ese culto a la amistad que, según la expresión del señor Binet-Valmer, prepara el culto a la patria?
Sólo puedo aseguraros que me burlo de todo esto y repetiros:
Abandonadlo todo.
Abandonad Dada.
Abandonad a vuestra mujer, abandonad a vuestra amante.
Abandonad vuestras esperanzas y vuestros temores.
Abandonad vuestros hijos en medio del bosque.
Soltad al pájaro en mano por aquellos que están volando.
Abandonad si hace falta una vida cómoda, aquello que os presentan como una situación con porvenir.
Lanzaos a los caminos.
.
Traductor: Miguel Veyrat.
Los pasos perdidos. Madrid. Alianza Editorial. 1972. Págs 97-99.
Deja un comentario