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Archive for marzo 2024

“La niebla era un enjambre

de abejas rumorosas

en el panal de la tarde”.

(Del libro El dado virgen”. Raúl Henao)

e trasegado como un equilibrista entre las palabras, sobre la tensa e inescrutable cuerda de la vida, donde es fácil dar un paso en falso, o dejarse ir por tedio o amargura, sin esperar que nos salve el ángel del remordimiento y nos acune en su regazo.

Eructo aceite entre el golpeteo de las máquinas y su ruido de infierno.

La poesía es el faro entre los haces luminosos de los versos, y el silencio una vocación sin escafandra.

La grieta entre los mundos

Caen las horas

por el desfiladero del tiempo.

Memoria que se esfuma

entre los calendarios

entre las iridiscencias de las nubes

entre su sortilegio

que abre la grieta entre los mundos.

Es ceniza mi sombra

Soy un retal de silencio

en los andenes de los días

mi cuerpo dibuja

su sombra en el asfalto.

Vi salir a mi paso

a un perro echando fuego

mirarme con desprecio

y huir de mí, ladrándome su miedo.

Escuché un coro de pinos

cantándole a la madrugada

después vi mi sombra

alta como un árbol

sobre una charca turbia.

Vi también

escaparse la vida en un parpadeo.

Inútil buscar refugio

en los acantilados del desasosiego

donde se esfuma la sombra

como se desvanece

la ceniza en el viento.

Camino de la infancia

El mar recoge todo el dolor del mundo

pero no quiebra las agujas

de esta liturgia negra

esta flor vencida

que a veces parece la vida.

La nostalgia del leño flota

sobre la serenidad del estanque.

Tronco que también fue árbol

árbol que también fue bosque

floresta atrapando pájaros al vuelo

para lanzarlos como burbujas

y transmutarlos en estrellas rutilantes

sobre las sutiles hendijas de la oscuridad.

Astros que adornan el alba

frágil rocío, sobre un mundo

que aún transita los caminos de la infamia.

Instrucciones para escuchar las piedras

Dentro de las piedras

la memoria del río

silbo del viento

crepitar del trueno

caminar de caracoles

desde el borde de la madrugada.

Croar monótono de las ranas

ala rota de la abeja

cuerno astillado del escarabajo

la huella minúscula de la hormiga

y su infinita carga de hoja verde.

Escuchar sus secretos

sentarse en plenilunio

dejarse ir por sus orillas

ebrio entre fractales

darse cuenta de que uno ya no es uno

si no una arista de la piedra

un guijarro más en el camino.

Frenocomio

La vida es todo

la vida es nada.

Uno camina aferrado a su fútil baranda

a veces tropieza y no siempre se levanta.

Hay quien alza el vuelo

otros astutamente desde la orilla opuesta

lo viste en un cerrar de ojos con camisa de fuerza

lo declara espécimen peligroso

para recluirlo en el frenocomio.

Quien en medio del asombro

habla con sigilo con el viento

ningún barrote lo confina

ninguna trinchera lo dará por muerto

porque quien aprendió a volar

no claudica solo por romperse un ala.

Los ángeles de los vitrales

Pasaban los días

la misma niebla nos cubría los ojos

el mismo frío habitaba

el residuo de los días

y cruzaban los descabezados

sin rumbo por los antejardines,

las ventanas se cerraban a su paso.

Nos odiábamos un poco más

afligidos en nuestro absurdo miedo

pensando erradamente

que una legión de ángeles

bajaría desde sus vitrales

a aliviar el espasmo

de nuestros desvelos

pensando que ocultos

detrás del trébol de cuatro hojas

exorcizándonos para siempre

nuestra mala racha con la muerte.

Madegual

No se puede ir por la vida

olvidando las ventanas abiertas

que dan al infinito.

Se miras bien Madegual

en esa esquina de la plaza

hay un girasol triste y solo

no hay palomas en los árboles.

Un momento propicio

en la existencia Madegual

para entender que somos

fugaces como el viento

en mitad de la plaza

y sus escalinatas.

Estrangule mis lágrimas

A Mabel compañera de Viaje

Habitarás para siempre

mi silencio…

Yo que sequé mis lágrimas

para sentirme lúcido

olvidé que la marea

de la ausencia

es una fatalidad,

una fuente de oscuros delirios.

Un velo de locura

se hizo en mí

un arrebato

me puso al borde

una palabra

me ha salvado

fugazmente de la caída.

Las sombras de los días

Vivir duele, a veces todo es irreal

desvanecerse de sensaciones,

revelador de sortilegios

es el silencio.

Es triste amar los objetos y ser insensible

a la proximidad de un rostro.

Artificio es el hombre.

Su traje es la sombra

con la que viste sus días.

Mira cómo el río fluye

en la inmensidad del mar se regocija

mas el hombre en su caminar

¿A dónde arrastra su desatino?

Su torpe delirio le hace olvidar

que no hay mayor ausencia

que vivir sin anhelos

ni mayor soledad

que vivir sin misterio.

Efluvios

¡Efluvios destellantes!

¡Cuántos versos entre botellas de vino!

¡Cuántos vocablos en plenilunio!

¡Cuántas elegías en medio de la desilusión!

¡Cuántos cantos de exaltación

en medio de la apoteosis y del delirio

abrigo de la noche, donde se tejen los versos!

Efluvios. Medellín. Augusto Paniagua Editor. 2021. Págs. 12, 13, 16, 18, 21, 22, 25, 31, 40, 47.  

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CAPITULO V (FRAGMENTO)

Alejandro González se había convertido en un devorador de letras, aunque sin ninguna metodología. Leía todo lo que caía en sus manos. Al principio, cuando aún era un niño, se aficionó por la lectura de pequeños libros de pistoleros del oeste americano, escritos por autores españoles, entre los que se destacaron: Marcial Lafuente Estefanía, Francisco González Ledezma, quien escribió con el seudónimo de Silver Kane; Juan Gallardo Muñoz, uso el seudónimo de Curtis Garland; Antonio Vera Ramírez, utilizó el seudónimo de Lou Carrigan, y Francisco Javier Miguel Gómez, quien empleó el seudónimo de Lem Ryan. Rápídamente los intercaló con las novelas de misterio de Aghata Christie, las historias del gran detective inglés Sherlock Holmes, escritas por Sir Arthur Conan Doyle, los maravillosos libros de Julio Verne y las fantásticas aventuras escritas por Emilio Salgari.

Con estos escritos livianos nacen los buenos lectores, repetía frecuentemente a sus alumnos, don Efrén, el profesor de Literatura de sexto grado de bachillerato del Colegio Marco Fidel Suárez.

En el último año de secundaria empezó a direccionar sus lecturas y tras leer una biografía de Erasmo de Rotterdam, se identificó plenamente con este pensador del siglo XV adoptando como propios los pensamientos del humanista, especialmente los que tenían que ver con los conceptos de independencia y una actitud de rechazo a todo sistema autoritario, provenga del Estado o la Iglesia. Embebido en esas ideas decidió que él también sería un libre pensador y rechazaría cualquier sistema que tratara de coartar la libertad de las personas en todos los sentidos.

Casualmente, en el último año de bachillerato, en una clase de Ciencias Sociales, se enteró de que existía una cátedra llamada Sociología y entonces empezó a investiga en qué consistía. Cuando indago sobre la temática y su campo de acción, optó por escoger esa carrera para continuar con sus estudios superiores. En su decisión influyó que era el estudio más ajustado a su concepto de cómo cambiar el entorno, pues pensaba que, a través del conocimiento de los grupos sociales más desfavorecidos, se podría detectar la problemática que lo aquejaba y por lo tanto quedaría despejado el camino para buscar soluciones.

También llegó a la conclusión de que la sociología era la que le gustaba, porque es una ciencia que se encarga del análisis científico de la sociedad humana en su contexto o en grupos individuales focalizados. Ese estudio se realiza dentro del marco histórico-cultural y de acuerdo con las necesidades y la problemática de cada conglomerado. Es una empresa fascinante y atrayente al tener como objetivo nuestro propio comportamiento como seres sociales que buscamos siempre explorar, con un enfoque metodológico, conceptos que nos permitan diferenciar y evaluar los diferentes grupos humanos, sus comportamientos y los fenómenos sociales que nos rodean.

Alejandro también se enteró de que la sociología era una disciplina académicamente muy joven en el mundo, pues apenas llevaba un poco más de sesenta años de creada, siendo la primera facultad fundada la Universidad de Bordeaux en 1895. Rápidamente las universidades del mundo adoptaron la sociología como una ciencia y crearon una cátedra especial  para su estudio. Una de ellas fue la Universidad de Chicago en Estados Unidos, que adquirió fama porque de ella surgieron los principales sociólogos de ese país, y a diferencia de algunas universidades europeas, estos se distinguieron porque se centraron más en el trabajo de campo y en tratar de entender los problemas sociales, que se presentaban en las diferentes sociedades del mundo, y rápidamente tomaron una senda diferente y direccionaron la atención de la sociología a impulsar los derechos fundamentales de las personas, haciendo énfasis en la igualdad, las relaciones entre el individuo y la sociedad y el individuo y el Estado, y en fin, se centraron más en el hombre como componente de un grupo social, y para ello, dejaron a un lado las teorías sociales promulgadas por Marx y Weber, porque las consideraban controversiales y no encajaban con el sistema capitalista que Estados Unidos trataba de implantar en el mundo.

Alejandro captó el hecho de que aunque la sociología sea un estudio académico relativamente reciente, eso no quiere decir que los temas que abarca y estudia, no hayan sido analizados por pensadores de todos los tiempos. El pensamiento sociológico puede remontarse por lo menos, hasta los antiguos griegos. Más tarde y en diferentes circunstancias, pensadores como San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Marsilio de Padua, se detuvieron a analizar temas sociológicos de acuerdo a la problemática de su época.

Alejandro supo que había solamente una facultad de sociología en Colombia y estaba ubicada en la ciudad de Bogotá. Llevaba pocos meses de fundada, pues sólo en 1960 abrió sus puertas para recibir a los primeros estudiantes, y más aún, fue la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, en 1959 quien creó la primera Faculta de Sociología que existió en América Latina. Entre los fundadores estaban los sociólogos Orlando Fals Borda y el sacerdote Camilo Torres Restrepo.

Para Alejandro no fue fácil convencer a sus padres de la necesidad de separarse del hogar e irse a vivir a Bogotá. Entre las objeciones del matrimonio, estaba la dificultad de sostenerlo económicamente en otro lugar, pero aparte de eso Jorge siempre había querido que su hijo adoptivo fuera abogado y desconocía en que consistía la carrera de sociología. Cuando Alejandro someramente se lo explicó fue enfático en afirmar:

-Esa carrera no sirve para ganarse la vida.

Los padres trataron de disuadirlo de todas las formas, pero Alejandro estaba obsesionado, tanto por el estudio de la sociología, como por su deseo de ser independiente y manejar su propia vida. No significaba que no se sintiera a gusto con sus progenitores y sus hermanos. Estaba convencido de que no solo los amaba con ese amor filial que se impregna en las personas, sino que pensó en lo mucho que tenía que agradecerles, y por eso, en un momento vaciló y pensó en seguir la carrera que le aconsejaba su padre. Fueron sus hermanos Jorge y Gustavo lo que lo hicieron desistir de abandonar su proyecto de vida.

-Es tu vida y no debes apartarte de ella, porque más adelante no te lo perdonarías, le dijeron en presencia de los padres en una reunión familiar. Los progenitores aceptaron a regañadientes.

Jorge y María Eugenia sabían que la Universidad Nacional tenía fama de ser la cuna de movimientos estudiantiles de izquierda y de estar infiltrada por el Partido Comunista.

Alejandro hizo la solicitud para ingresar a la facultad y fue aceptado para empezar en el primer semestre del año 1962. No le costó mucha dificultad porque sus recomendaciones académicas lo avalaban como un estudiante meritorio.

Cuando llegó el momento de partir, toda la familia lo acompañó al aeropuerto Enrique Olaya Herrera para despedirlo.

-Que el Señor te bendiga, hijo, cuídate mucho porque vas para la universidad más conflictiva del país –dijo la madre-.

-No te preocupes mamá, contestó Alejandro, mientras abrazaba a su madre adoptiva y le daba un beso en la mejilla, posteriormente hizo lo mismo con su padre. Era la primera vez en los años que llevaba viviendo con la pareja, que mostraba sin reatos sus sentimientos.

En el momento de la llamada para ingresar a la sala de embarque, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Si hubiera devuelto la mirada hubiera visto lo mismo en todos los rostros que dejaba.

(…)

Un perro invisible. Medellín. Editorial Java. 2023. Págs. 183-187.

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Leí la última versión digitada de Un perro invisible, revisada por el autor y el editor de estilo. No tengo duda de haber leído una novela de positiva cabalidad literaria, bien estructurada, en un fondo histórico que describe el origen de las guerras internas de Colombia en el siglo XX.

Empiezo por resaltar que la novela tiene una fornida columna vertebral. Los personajes entran y salen, dicen y hacen lo que el autor les asigna con los diálogos, los conflictos, los espacios rurales y urbanos, los armamentos, los argumentos, las descripciones, las guerras y las paces; todos esos componentes llegan bien tratados al lector. Deja el autor que los personajes se expresen y satisfagan vivamente su parte o rol en la novela. Hasta el perro invisible es un protagonista que “ingresa” desde el comienzo, y cumple hasta el final su incorpóreo papel canino. Como él la novela tiene cabeza y cuerpo y extremidades, colores azules y rojos, blancos negros y grises, que el lector logra sentir, mientras la trama, creativamente imaginada por el autor, transcurre construyendo un todo en el fondo histórico de medio siglo colombiano. Esta novela me parece un logro destacado en la literatura. Aún inédita, su lectura me está reclamando que la pongan a caminar con pasos de perennidad entre miles de lectores.

Así como por su rica y fuerte estructura literaria me complace la novela de Fernando Serna Escobar, también me agrada por la presencia de diversos valores: sentimientos, amores, odios, fracasos, ternura, agresividad, sueños en despierto, educación, gratitudes y venganzas que afectan o se refieren a los personajes o con que éstos afectan a otros. Los respetos e irrespetos, las vidas y las muertes en la novela llevan expresada su sustentación con el ejemplo y la acción. Los programas de vida de los personajes que resultan acertados y los que fracasan o abortan, invitan al lector a pensar e involucrarse. Lo cotidiano y ocasional, están funcionando aquí y allá, en la novela Un perro invisible, así como también actúan lo histórico y nacional.

Un perro invisible será, ojalá muy pronto, una conocida y destacada obra literaria, no sólo para leerla sino también para sentirla despacio, y así penetrar en simas y cimas, y en las riquezas y miserias humanas, sin explotar ni promover los odios, ni el armamentismo, y sin evadir las consecuencias o los frutos logrados. Los lectores, pero especialmente los colombianos de todas las edades, tendremos en la novela Un perro invisible una amplia y alta ventana literaria e histórica de lectura infaltable, para descubrir y cambiar al perro invisible, y para intentar llegar a ser independientes, o, al contrario, para pudrirnos comandados por ese mismo u otros perros invisibles que deambulan entre sujetos cínicos instigadores de luchas fratricidas.

Un perro invisible. Medellín. Editorial Java. 2023. Págs. 11-12.

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EDUARDO ESCOBAR (1943-2024) “ANTOLOGÍA POÉTICA (1958-1977)

LA ENCUESTA A LA LITERATURA COLOMBIANA (1978)

Colcultura acaba de publicar un nuevo libro suyo: dentro de su trabajo ¿qué significa dicho texto? ¿A qué preocupaciones responde y, en un sentido más amplio, en qué forma cree usted que dicho libro se sitúa dentro del estado actual de la literatura colombiana?

En la antología que acaba de publicar Colcultura, reuní lo que parece salvable de mi producción hasta el momento. He publicado mucho, irreflexivamente un poco, y hacer esta antología fue algo como un examen de conciencia: releí cuidadosamente mis anteriores trabajos y saqué lo que me pareció bueno todavía…. Ahora: dentro de la literatura colombiana, si existe tal literatura y falsa modestia aparte, mi libro significa frescura, odio por lo intelectual puro, por lo rebuscado. Repudio de la falsa gravedad que acosa tanto a nuestros escritores. Por lo demás, mi vida y mi trabajo han resultado ser un testimonio claro de dedicación. Pero no es motivo para enorgullecerse: tal vez he perdido mi vida escribiendo poemas, leyendo, en fin, en este juego azaroso que es toda literatura cuando ocupa la vida útil de un hombre.

Es ya un lugar común afirmar la inexistencia de crítica literaria en Colombia; paradójicamente, varios de los libros editados por Colcultura, ya sea en forma individual, o colectiva, parecen contradecir tal afirmación. Si existe una crítica literaria en Colombia, ¿qué papel desempeñaría, y cuál es su incidencia?

Nuestros buenos escritores son lunares escasos dentro de la general mediocridad de nuestra literatura. Y nuestros críticos son aún más escasos. Nuestra situación es de marasmo: no hay críticos porque nuestra vida y obras son insustanciales porque no hay críticos. Yo mismo, en mi trabajo como escritor, he sentido mucho la falta de una inteligencia que lúcidamente arrancara a mi trabajo virtudes o defectos que yo no puedo captar solo. Los que se han ocupado de mi trabajo se han limitado a alabarme o a joderme… pero yo no he sacado nada en claro.

Se ha dicho en diversas ocasiones, que una de las características fundamentales de la literatura colombiana es su excesivo tradicionalismo, su apego a formas quizás esclerosadas o anacrónicas, como un reflejo, quizás, de las condiciones por que atraviesa el país. ¿Está usted de acuerdo con dicha afirmación, o cree, por el contrario, que también ha existido una tradición de la ruptura?

Todo arte auténtico es siempre de ruptura, creo. Y por eso nuestra literatura es tan pobre: porque siguiendo a los auténticos creadores va la caterva de los repetidores, haciendo versos que ya se hicieron y contando los cuentos que ya se contaron.

La literatura colombiana contemporánea, con la excepción notoria y justificada de Gabriel García Márquez, carece de una resonancia internacional apreciable. ¿A qué atribuye dicha circunstancia o, en caso contrario, cuáles son, en su opinión, los autores que han trascendido dicho estado de cosas?

Admiro a García Márquez, claro, y sé que es un maravilloso escritor, casi irreal de lo puro bueno. Pero también pienso que el fenómeno de su “resonancia internacional” es cuestión de propaganda. No se pueden medir los escritores por el número de lectores que arrastran. Rulfo no tiene tanta fama como García Márquez y es tan bueno como él. Guimaraes Rosa no es tan conocido como García… y su obra es inmensa… León de Greiff es casi desconocido incluso en Colombia y es para mí más grande que Neruda, y que Paz y que De Moraes…

Las circunstancias en las cuales se realiza el trabajo intelectual colombiano no son precisamente las ideales, para el tipo de tareas. ¿Cree usted, que desde la aparición de su primer libro –por favor indicar cuál, y en qué fecha- dicho estado de cosas continua o ha cambiado?

Desde la Invención de la Uva, mi primer libro, las cosas han empeorado. Hubo un tiempo muy bello, la década del 60, durante el cual se realizaban festivales de arte joven en muchas ciudades colombianas. Era ocasión de hacer conocer uno su obra y de conocer otros escritores… de discutir y de gozar en buena compañía. Además, uno editaba su libro y en estos festivales tenia ocasión de ponerlos en manos de la gente y salvar la inversión… Todo esto terminó… Y en lo que se refiere a la poesía, usted mismos sabe, todos los libreros están de acuerdo: eso no se vende.

Es palpable que el papel del escritor, dentro de la sociedad colombiana, se ha modificado. ¿Cuáles serían las características más notorias de dicho cambio, y cuáles sus tareas en el momento actual?

¿El papel del escritor en la sociedad colombiana? ¿Se ha modificado? Bueno… yo creo que sigue siendo el mismo bond de siempre, sólo que un poco más delgado y más caro… Me gusta mucho lo que le dijo Gonzalo Arango a Evstushenko, cuando le preguntó de qué vivían los escritores en Colombia. Dijo Gonzalo: vivimos de la poesía… pero comemos mierda.

Para una antología ideal de la poesía colombiana que abarcara exclusivamente los primeros 70 años de este siglo, ¿podría usted decirnos qué nombres, a su parecer imprescindibles, podrían representar a cabalidad dicho período?

León de Greiff, por supuesto. Y Mutis, para seguir siendo amigo de Santiago. Y para no enemistarme con Cobo: Aurelio Arturo. Y Jaime Jaramillo Escobar, claro. Y tú y yo, qué carajo! y Mario Rivero, si quiero salvar el pellejo… Además, Cote, Gaitán y… me importa un pito la tal antología… Lo dejo a tu buen criterio… pues demostraste tenerlo al aceptar esta Antología que acaba de publicarme Colcultura.

Gaceta. La Separata. Nro 22/23. Bogotá. Instituto Colombiano de Cultura 1978. Pág. 29.

EDUARDO ESCOBAR (1943-2024)

Por. Elkin Restrepo (1942-)

Un día, a principios de los años sesenta, comenzó a aparecer en Medellín, escrita en las paredes y fachadas de los edificios de la ciudad, una palabra que de inmediato despertó la curiosidad ciudadana: Nadaísmo. Estaba escrita en tinta negra y con ella, en la ciudad pulcra y blanca, se anunciaba algo que, aunque no se sabía de qué se trataba, no tardó en revelarse cuando a través de una serie de actos escandalosos un grupo rebelde rompía la paz bovina del lugar, declarándose de paso portador de un nuevo evangelio que amenazaba con dejar piedra sobre piedra. Su líder se llamaba Gonzalo Arango, quien había organizado sus huestes con adolescentes, algunos de ellos ex seminaristas, pre delincuentes y desocupados, y hablaba de poesía, libertad y mística.

La historia ya conoce, pero quizá sea necesario decir que, para los muchachos de entonces, sobre todo para quienes ya nos asomábamos a la poesía y la literatura, los nadaístas llegaban en el momento en que, con su desenfado, filosofías y vida sin ataduras, representaban aquello que más anhelábamos.

Su imagen social, olorosa a azufre, ofrecía al fin una imagen del escritor contestatario, y esto era importante.

En Medellín, los nadaístas habían elegido como territorio suyo la carrera Junín y tomaban eternos cafés y Coca-Colas en el Salón Versalles y El Metropol, que era un salón de billares que quedaba enfrente. Imitaban, con sus peinados y ropas estrafalarias, a los existencialistas parisinos y no dejaban de mostrarse a los ciudadanos como criaturas raras. Hasta allí, a veces, íbamos a verlos a falta de diversión mejor.

Una mañana vi a Eduardo Escobar cruzar de una acera a otra aquel territorio sagrado. O a quien me dijeron que era Eduardo Escobar, pues yo no lo conocía. No tenía más de quince años, era bien plantado y su aspecto rebelde me hizo pensar en Arthur Rimbaud –sobre el cual el mismo Eduardo ha escrito la más bella y verdadera de las semblanzas del poeta gangrenado-, a quien los nadaístas tenía, como apenas era obvio, como su santo patrono.

A parecerse al pobre Arthur, de un modo u otro, jugaban también los otros jóvenes airados de las huestes bárbaras: Darío Lemos [a quien le amputaron también, vuelto de una Abisinia imaginaria, una pierna]. Amilkar U, Alberto Escobar y un niñito insoportable de apellido Zalamea que sufría los estigmas del más grande de los poetas modernos.

Eduardo, subido al barco ebrio rimbaudiano [deduje de lo que leía en la prensa y en los libros que empezaba precozmente a publicar], escribía poemas crípticos pero lo suficientemente hermosos para que no pasaran desapercibidos y otorgaran a su autor fama y reconocimiento. Por entonces comenzaba también, para abrir las puertas de la percepción, a experimentar con la droga, a la que daba cariños y tratos de leguminosa. Sin embargo, tentado por asuntos mayores, Eduardo no se extravío en el “malditismo” y más bien, manteniendo viva la lección de Fernando González, envigadeño como él, y su maestro de todas las horas, buscó y busca aquella verdad que espera en el cruce de las otras verdades, apoyándose en una religiosidad sin religión pero enaltecedora siempre del asunto humano. De ahí también que, como suele suceder en sus columnas periodísticas, se atreva a decir lo que piensa, así lo que piense no sea lo que habitualmente piensan los que dicen que piensan sin atreverse a mucho.

Poeta, ensayista, cuentista, biógrafo y columnista, la vida le ha alcanzado para todo. Pocos intelectuales colombianos piensan, dicen o escriben con la agudeza, el humor, la libertad y el conocimiento con que el nadaísta de ayer, preocupación permanente de sus padres, hoy lo hace.

Los años, que a tantos colombianos solo les sirven para hacerse pícaros y vividores, a Eduardo le han servido para ser un hombre de bien, a su manera, lo que no es poca cosa en estos tiempos de espectáculo orbital, shooping desenfrenado y condición mezquina.

Pero no terminó ahí. Recién la Editorial Eafit ha publicado su tercer libro de ensayos, Atando cabos, y los presentes párrafos se escriben a modo de prólogo de su primer libro de cuentos en la Colección Letras Vivas de la Alcaldía de Medellín, una sorpresa porque quizás era el único género literario que le faltaba por cultivar o, mejor, de cuyo ejercicio sus lectores no teníamos noticias y que en esencia cumple con la misma fortuna y conocimiento de las otras disciplinas.

Leer estos cuentos es un gusto, no solo por lo particular de sus asuntos, tan ajenos a los que hoy se ha reducido la narrativa colombiana, apegada a una inmediatez periodística, sino por una prosa fresca, de amplios períodos, alimentada por la atención al detalle y el cuidado del autor, no para sacar provecho del artificio literario y sorprender, sino para desplegarse en una viva morosidad y un moroso deleite en bien del relato y del lector.

Es claro que, para conseguirlo, su autor ha actuado sin otra preocupación que la que le dicta su propio criterio y con la libertad de quien sabe que en literatura lo que verdaderamente vale es aquello que encuentras y lo que encuentras está en los recodos de ti mismo y de la forma que has dado y se da tu vida.

Quizá por esto los presentes relatos, saltándose toda preceptiva, son también, así se pueden considerar en caso de que se acepten también como el cruce de varias formas, capítulos de unas memorias personales recreadas ahora como historias, cuentos. La vida como su materia y la literatura como forma y trato del lector.

No me cabe duda de que Eduardo Escobar es uno de nuestros más grandes escritores y la razón le da su margen magistral de ser distinto a todos los que frecuentan estos parajes.

Las rosas de Damasco y otros relatos. Medellín. Sílaba Editores. Alcaldía de Medellín. 2017. Págs. 9-12.

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UN CHIEN ANDALOU (1929)

Esta película nació de la confluencia de dos sueños. Dalí me invitó a pasar unos días en su casa y, al llegar a Figueras, yo le conté un sueño que había tenido poco antes, en el que una desflecada cortaba la luna y luna cuchilla de afeitar hendía un ojo. Él, a su vez, me dijo que la noche anterior había visto en sueños una mano llena de hormigas. Y añadió: “¿Y sí, partiendo de esto, hiciéramos una película?”

En un principio, me quedé indeciso; pero pronto pusimos mano a la obra, en Figueras.

Escribimos el guion en menos de una semana, siguiendo una regla muy simple, adoptada de común acuerdo: no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir todas las puertas a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué.

En ningún momento se suscitó entre nosotros ni la menor discusión. Fue una semana de identificación completa. Uno decía, por ejemplo: “El hombre saca un contrabajo.” “No”, respondía el otro. Y el que había propuesto la idea aceptaba de inmediato la negativa. Le parecía justa. Por el contrario, cuando la imagen que uno proponía era aceptada por el otro, inmediatamente nos parecía luminosa, indiscutible y al momento entraba en el guion.

Cuando éste estuvo terminado, en seguida advertí que la película sería totalmente insólita y provocativa y que ningún sistema normal de producción la aceptaría. Por eso pedí a mi madre una cantidad de dinero, para producirla yo mismo. Ella, convencida gracias a la intervención de un notario, accedió a darme lo que pedía.

(…)

(…)

El surrealismo fue, ante todo, una especie de llamada que oyeron aquí y allí, en los Estados Unidos, en Alemania, en España o en Yugoslavia, ciertas personas que utilizaban ya una forma de expresión instintiva e irracional, incluso antes de conocerse unos a otros. Las poesías que yo había publicado en España antes de orí hablar del surrealismo dan testimonio de esta llamada que nos dirigía a todos hacia París. Así también, Dalí y yo, cuando trabajábamos en el guion de Un chien andalou, practicábamos una especie de escritura automática, éramos surrealistas sin etiqueta.

Había algo en el aire, como ocurre siempre. Pero tengo que añadir que, por lo que a mí respecta, mi encuentro con el grupo fue esencial y decisivo para el resto de mi vida.

(…)

Mi entrada en el grupo surrealista se produjo como algo sencillo y natural. Fui admitido a las reuniones que se celebraban diariamente en “Cyrano” y, alguna que otra vez, en casa de Breton, en el 42 de la rue Fontaine.

El “Cyrano” era un auténtico café de Pigalle, popular, con putas y chulos. Llegábamos, generalmente, entre cinco y seis de la tarde. Las bebidas consistían en “Pernod”, mandarín-curacao y picón-cerveza (con una gota de granadina). Esta última era la bebida favorita del pintor Tanguy. Bebía un vaso y luego otro. Al tercero, tenía que taparse la nariz con dos dedos.

Aquello se parecía a una peña española. Se leía, se discutía tal o cual artículo, se hablaba de la revista, de un testimonio que había que dar, de una carta que había que escribir, de una manifestación. Cada cual exponía su idea y daba su opinión. Cuando la conversación debía girar en torno de un tema concreto y más confidencia, la reunión se celebraba en el estudio de Breton, que quedaba muy cerca.

(…)

Al igual que todos los miembros del grupo, yo me sentía atraído por una cierta idea de la revolución. Los surrealistas, que no se consideraban terroristas, activistas armados, luchaban contra una sociedad a la que detestaban utilizando como arma principal el escándalo. Contra las desigualdades sociales, la explotación del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de la religión, el militarismos burdo y materialista, vieron durante mucho tiempo en el escándalo el revelador potente, capaz de hacer aparecer los resortes secretos y odiosos del sistema que había que derribar. Algunos no tardaron en apartarse de esta línea de acción para pasar a la política propiamente dicha y, principalmente, al único movimiento que entonces nos parecía digno de ser llamado revolucionario: el movimiento comunista. Ello daba lugar a discusiones, escisiones, querellas incesantes. Sin embargo, el verdadero objetivo del surrealismo no era el de crear un movimiento literario, plástico, ni siquiera filosófico nuevo, sino el de hacer estallar la sociedad, cambiar la vida.

La mayoría de aquellos revolucionarios –al igual que los señoritos que yo frecuentaba en Madrid- eran de buena familia. Burgueses que se rebelaban contra la burguesía. Éste era mi caso. A ello se sumaba en mí cierto instinto negativo, destructor que siempre he sentido con más fuerza que toda tendencia creadora. Por ejemplo, siempre me ha parecido más atractiva la idea de incendiar un museo que la de abrir un centro cultural o fundar un hospital.

Pero lo que más me fascinaba de nuestras discusiones del “Cyrano” era la fuerza del aspecto moral. Por primera vez en mí vida, había encontrado una moral coherente y estricta, sin una falla. Por supuesto, aquella moral surrealista, agresiva y clarividente solía ser contraria a la moral corriente, que nos parecía abominable, pues nosotros rechazábamos en bloque los valores convencionales. Nuestra moral se apoyaba en otros criterios, exaltaba la pasión, la mixtificación, el insulto, la risa malévola, la atracción de las simas. Pero, dentro de este ámbito nuevo cuyos reflejos se ensanchaban día tras día, todos nuestros gestos, nuestros reflejos y pensamientos nos parecían justificados, sin posible sombra de duda. Todo se sostenía en pie. Nuestra moral era más exigente y peligrosa pero también más firme, más coherente y más densa que la otra.

Mi último suspiro. Madrid. Plaza y Janés Editores. 1982. Págs. 124-125, 126, 127, 128-129.

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Yo es otro. La poesía será hecha por todos: no puedo olvidar estas palabras-contraseña que todavía nos orientan. También el surrealismo había expulsado de nuestro campo las nociones de juicio, de perfección, de género, de separación de las artes: todo lo que implica la responsabilidad y la complacencia del sujeto. También él evocaba el dictado del lenguaje inagotable y anónimo. Pero decía también que la poesía debía conducir a alguna parte; a alguna parte donde había libertad, alegría, a alguna parte donde brillaba el oro extraído del tiempo. De la pérdida de la conciencia personal, el surrealismo esperaba el instante de un éxtasis personal, una modificación decisiva del sentimiento de existir que no tiene nada que ver con el que nos promete en cambio de la donación incondicional de nuestros bienes, y el cual no puede ser otra cosa, a menos que nos volvamos por imposibilidad al Dios viviente, sino el conocimiento de un mundo-lenguaje manifiesto.

Traducción: ALFREDO SILVA ESTRADA

Las líneas de la mano. Caracas. Monte Ávila Editores. 1976. Pág. 33.

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El surrealismo es uno de los movimientos más influyentes del Siglo XX hasta nuestros días. Los historiadores del arte lo consideran una de las corrientes vanguardistas de la primera mitad del siglo XX y desde su punto de vista, éste está muerto desde hace más de cuarenta años, por lo cual existen este y otros muchos malentendidos en torno al Surrealismo, por lo cual será un buen momento para aclararlos. En cierta forma al hacer un recorrido por sus orígenes, se ve que este movimiento basa su fuerza en una formidable herencia, basta sólo revisar aquellos pensamientos que lo influenciaron, como la alquimia, el hermetismo, las ciencias ocultas, el romanticismo, el simbolismo, las ideas políticas revolucionarias o los cultos primitivos por citar algunos. El Surrealismo más que nunca, se ha convertido en una necesidad para el espíritu ante la realidad crítica de su entorno. El ser humano hoy se vuelca al crecimiento propio del alma, y nO al éxito banal e inconducente de una vida llena de objetos vacíos. Así, al igual que en aquel lejano año de 1924, el surrealismo irrumpe de manera vigorosa para presentarse como una filosofía alternativa, que da luces hacia un estado de liberación a partir del conocimiento desde el yo interno y profundo.

Las llaves del deseo. Surrealismo Internacional. Exposición. Museo Municipal de Cartago.Marzo 2016. Costa Rica.

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¿Quién, por lo tanto, entre los lectores de este diario, no se sintió arrebatado por la extraña poesía que se desprende de los sueños? ¿Quién no vivió durante su sueño una o más vidas trepidantes, atormentadas, y sin embargo, más reales y más fascinantes que la miserable vida cotidiana? Antes de dormir y de soñar, ¿nunca se sorprendió, cuando sumergido en una especie de somnolencia, de ideas, de imágenes, de frases que venían a su espíritu y le producían preocupaciones, que en el estado de vigilia no tendrían el mínimo reconocimiento? Usted puede observar que el mismo fenómeno se produce apenas deja el espíritu vagar en el acaso. Allá la conciencia queda abolida, o casi. La razón regresó a su nicho y roe su hueso eterno.

Por lo tanto, basta de expulsar esa razón encadenadora y escribir, escribir, escribir, sin parar, sin tener en cuenta el embotellamiento de las ideas. No existe más la necesidad de saber qué es un alejandrino o un lítote. Tenga a mano papel, tinta y una lapicera con una pluma nueva e instálese  confortablemente ante su mesa. Ahora, olvídese de todas sus preocupaciones, olvídese de que es casado, de que su hijo tiene sarampión, olvídese de que es católico, de que es comerciante y que el fracaso lo rodea, olvide que usted es senador, que usted es discípulo de August Comte o de Schopenhauer, olvídese de la antigüedad, de la literatura de todos los países y de todos los tiempos. A usted no le interesa más saber lo que es lógico y lo que no lo es, usted no desea más saber qué quieren decirle. Escriba lo más rápido posible, para no perder nada de las confidencias que le son hechas a usted mismo y sobre todo, no relea. Pronto se dará cuenta de que, en la forma y medida en que usted va escribiendo, las frases llegan más rápidas, más fuertes, más vivas. Y, si por casualidad, usted se encuentra súbitamente detenido, no dude, fuerce la puerta del inconsciente y escriba la primera letra del alfabeto, por ejemplo. Una letra sigue a la otra. El hilo de Ariadne regresará al sí mismo. Aquí punto. Yo comienzo.

Un manojo de espárragos que no tenía exactamente siete leguas, se puso a perseguir un arco iris dentro de una lata de grasa. El arco iris corre sobre la playa y busca un lugar encendido. Escucha al mar en la concavidad de su mano y regresa, después de años de estudios, a una isla de arenas movedizas, capitán de fragatas. Es cuando el rey de un país cualquiera le regala una sopera. Ahí coloca los huevos de tortuga y en el cambio de la luna la sopera levanta vuelo como el último suspiro de un tísico. Con todo, hacía una linda noche y las estrellas después de haber perdido mucho en el bacará fueron a pescar truchas con farolas de automóviles. Todo eso habría estado muy bien si la gran Duquesa Anastasia no hubiese comido ese día una gran hoja de papel esmerilado. En un tris la gran Duquesa tomando la banca perdió la cabeza. El resto del cuerpo siguió rápidamente y enseguida no quedó más nada que las uñas de los tobillos que se fueron a dibujar una señal luminosa en un rincón sombrío lleno de mandíbulas que se abrían y cerraban, siguiendo el ritmo de: «au clair de la lune a mon ami Pierrot…». Nada más restaba al espectador desolado de esta escena que tragarse una gran taza de tinta bien negra. Él lo hizo sin gran repugnancia, si bien la temperatura muy elevada hizo germinar lapiceras en su tinta. Después de eso, él cerró las persianas de su ventana y se durmió, y durmió como un platillo que se olvidó de embriaguez en una taza de café.

Pero si el café rodea el pescuezo del adormecido estará obligado a gritar fuego para llamar a los bomberos. Ellos llegan como arenques ahumados; ahí están, las armas sobre los hombros, no encontrando donde está el cañón de su fusil y metiendo los cartuchos por la nariz, tirando la oreja de la portera, royendo simiente de papagayo, metiendo chupasangres en la caja fuerte del patrón, comiendo frituras de mosquitos y arrastrando al diablo por la cola para así hacerse conducir rápidamente y barato a la casa de su abuela. La pobre vieja no tiene piel sobre los huevos. De vez en cuando ella vende un pedazo de su piel para hacer un tambor que envía a uno de sus nietitos para su cumpleaños. Es extremadamente conmovedor, pero un poco grosero, porque cuando quede reducida al estado de esqueleto no tendrá más alternativa que la de habitar las casas fantasmales; su propietario detesta el ruido de la osamenta en las escaleras que ya están bastante carcomidas.

El tiempo pasa y la tierra gira, las moscas vuelan, el agua corre bajo los puentes que no saben más qué hacer con sus arcas después que Noé que está muy bien muerto cuyas pulgas que anidaban en sus orejas se refugiaron en los perros, sobre los perros que dan sus pelos a los gatos al cantar del gallo. La fuente de remolachas podría muy bien secarse y el salitre recubrir la nariz del Papa antes de que las hojas de acanto tomen el mes con los dientes. Este no es el caso de las juanitas que las autoridades colocaron en camisas de fuerza con desprecio por la justicia. Pero la justicia apenas trae viejos zapatos humillados por la avaricia y sus balanzas están de tal forma pesadas de papas podridas que ellas marcan el punto de la misma forma que cuco. ¡Cuco! ¡Cuco! Es el soldadito de los pies helados. Hace «uno… dos» y helo ahí que rueda hasta los pies de la escalera metiendo la cabeza en una casilla de correo. Otro cuadrado quebrado, pero el vidriero no podrá hacer nada porque está, en ese instante, muy ocupado cortando unos pantalones en una vieja chimenea de usina. La suya levantó vuelo en ocasión del 14 de julio. Él se tomó por un globo cautivo y quiso liberarse. Hasta que lo consiguió. Yo le deseo buena suerte. El señor vidriero, el propietario, no era interesante. Ponía los ojos en pan de centeno y mugía, los domingos, mirando pasar bicicletas, lo que no era conveniente. A veces las bicicletas se vengaban y del camino libre le disparaban piedras de fusil. Como él no tenía fusila, hacía cocinar las piedras con confites. Así es que él soñaba en abrir un restaurante, y hacer fortuna. Actualmente es ministro de finanzas y rico como un caldo picante. Se viste con hierbas de todas las especies, de las buenas y de las malas, lo que costó la bendición de las viñas y de los viñedos. El vino no es ni mejor, todos los rincones, hasta sobre los tejados de las casas donde, en instantes de lucidez, intercambian tejas y facilitan el escurrimiento de las aguas de lluvia que beben sin hesitar. Haga el tiempo que hiciera pasean y afilian sus dientes en sus puñales o recíprocamente. Los dientes le son útiles, sea para comer manzanas, sea para matar el tiempo. Y las bocas abiertas en corazón tenían todos los días tréboles de cuatro hojas, pero la suerte es relativa y un trébol de cuatro hojas, se protege siempre de la flor del clavel que tenía cinco pétalos como el pot-pourri que recubre un gato amarillo. Si él es amarillo, es que lo hicieron tostar y las cuatro hojas de trébol multiplicadas por las cinco de la flor del clavel no suministrarán nada. Allá está la desgracia. Existe un garfio en la mano izquierda y un par de pinzas en la mano derecha. Y con un giro de la mano, él arranca la nariz de los audaces, o prende con su garfio y lo coloca en el poste restante. La nariz no es inquieta por tan poco. Sabe que su ocasión llegará y las cerezas maduran; mas esperando le es necesario tomar la guardia y arrancar, de una manera o de otra, los largos cabellos que tratan de cubrirlos, sin eso el plagiario del barrio lo tomará por una peluca y lo colocará sobre el cráneo de su esposa calva.

Jorge Schwartz

En:

Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos. Madrid. Ediciones Cátedra. 1991. Págs. 428-430.

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Encontrábamos –en estos juegos- (más allá de su aparente divertimento) argumentos para forjar una expresión nueva.

En una época (en vísperas de la Primera Guerra Mundial) en que nadie parecía tener los ojos abiertos bore la crisis del racionalismo en curso desde las últimas décadas del siglo XIX, únicamente los surrealistas parecían haberse dado cuenta de ello, o, en todo caso, no tenían rival a la hora de proclamar estruendosamente una conmoción semejante del pensamiento.

Fue André Breton, si no me equivoco, quien propuso el título para esta experiencia.

Orden del juego de las preguntas y las respuestas: el primer jugador escribía sobre el primer panel una frase extraña o trivial –daba igual-, doblaba el papel y el compañero de juego escribía otra frase sobre el segundo papel, ignorando todo sobre lo escrito por el precedente jugador. Siempre terminaba obteniéndose un resultado interesante para la expresión poética o para el humor (¡más bien negro!).

Así brotó la famosa divisa:

El cadáver exquisito

beberá el vino

nuevo.

En los primeros años del Movimiento, era bastante raro que una velada entre poetas y artistas no terminara, con un cadáver exquisito. Pasábamos estas veladas (a veces también el mediodía de un día lluvioso) en la casa que André Breton tenía en la rue Fontaine. Menos frecuentemente en la rue de Chateau, donde vivían Jacques Prévert, Yves Tanguy y Marcel Duhamel, y también en casa de Rola y Colette Tual.

Para que el juego diese mejores resultados, era preferible que, al menos, hubiera tres o cuatro jugadores. Una regla, aunque tácita, era ponerse de acuerdo sobre el hecho de que dibujar y colorear la parte correspondiente debería tener –siempre que fuera posible- un carácter impersonal. Lo importante era la llegada de la imagen sorprendente.

En suma, se hacía realidad la predicción de Lautréamont:

La poesía será obra de todos.

(En el catálogo de la exposición, Il Cadavere Squisito, La sua esaltazione, Galería Schwarz, Milán, febrero de 1975).

Comisario JEAN-JACQUES LEBEL

Traducción: JOSÉ LUSI CHECA

Juegos surrealistas. 100 Cadáveres Exquisitos. Madrid. Fundación Thyssen-Bornemisza. 1996.  Pág. 81.

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LA SUPERVIENCIA DE PÍNDARO (FRAGMENTO)

Por: Alfonso Ortega Carmona (1928-2018)

(…)

Un encuentro más profundo con Píndaro comenzó de nuevo en Alemania a partir de Goethe (1). En su carta a Herder, fechada en julio de 1772, le dice: “habito ahora en Píndaro”. Poco antes de esa fecha, Goethe ha leído a Homero, Jenofonte, Platón, Teócrito y Anacreonte y, por último, “algo me ha arrastrado hacia Píndaro, del que todavía estoy pendiente”. Sus palabras le traspasan como espadas el alma. La palabra de Píndaro es, para Goethe, no sólo palabra, sino realidad, un puente para un encuentro. Píndaro entra en su vida como una decisión o crisis, que es para él el sentido del nuevo Humanismo. La palabra viva, el saber por naturaleza, la virtuosidad técnica que simboliza el dominio del auriga sobre su cuadriga, la imagen de la flecha que sale disparada hacia las nubes (Ol. II 86; Nem. III 41; Ol. II 149-160) son, para Goethe, los símbolos que apuntan a su comprensión y definición de Píndaro –que se hace en él palabra viva- y que impresionan su propio quehacer poético. Lo más importante en este encuentro es que una vida pasada habla a la vida, porque Goethe vive la existencia de Píndaro y descubre el parentesco hecho consciente en la palabra del poeta  antiguo (2).

Con la edición de Gottlob Heyne (1773) y las reflexiones de Herder y Lessing, el interés por Píndaro adquiere, además, rango altamente científico. Antes de que apareciese esta obra de Heyne el creador de la arqueología científica, H. J. Winckelman, que a los grandes autores griegos como a profetas, empieza a ver a Píndaro como un espíritu sobre todo religioso. Por vez primera es contemplado este poeta desde un punto de vista cristiano, mientras Lessing lo ve como algo esencialmente académico y convierte en común opinión la idea horaciana del “Píndaro tumultuoso y arrebatado”. Esta misma idea pasa a Herder, para quien Píndaro queda extraordinariamente lejano. Goethe, el poeta, entendió con más profundidad al poeta, Píndaro. Pero Herder habla por vez primera de Píndaro como arquitecto de su retórica, el vuelo sublime, la mal entendida des-mesura horaciana, encuentran al fin una ruptura, entrando en la consideración y análisis de Píndaro la categoría literaria de la disposición interna, del trabajo riguroso, de la precisión técnica. Con esta interpretación, la influencia y el estudio de Píndaro tomaron una dirección nueva en Europa y han tenido como fruto las más importantes interpretaciones de nuestro tiempo.

Desde el punto de vista de la literatura moderna alemana, el encuentro más trascendental con Píndaro, superior al de Goethe, ha sido el de Hölderlin, que comienza el 1800 en Tubinga su traducción de las Píticas (3). Con mayor eficacia que la mostrada por Winckelmann, la poesía de Píndaro se le reveló a Hölderlin en su profunda sustancia religiosa. Punto culminante fue la visión hölderliniana del hombre como una “parusía de lo divino”, conducida por el mismo pensamiento fundamental de Píndaro. Las categorías pindáricas, a las que revierte por Hölderlin sustancia cristalina, encontraron así vida nueva reafirmando la vital solidaridad de la cultura europea.

(…)

1. Cf. ERNST GRUMACH, Goethe un die Antike, vol. I, Berlín, 1949, págs. 226-227. Sobre Herder, véase R. NEUENLIST, Homer, Aristoteles und Pindar in der Sicht Herders (Studien sur Germanistik, Anlistik un Komparatistik 9), Bonn, 1971, pág. 91-112.

2. FARNEL, The Works…, vol. I, pág. 294, sugiere que el estudio de Píndaro inspiró a Goethe el “Canto de los Ángeles”, Preludio del Fausto. Bajo su influencia escribió Goethe: Prometheus, Mahomet, Gränzen der Menschheit, Der Wanderer, Elysium, Pilgers Morgenlied, Felsweihe-gesang an Psyche, Das Göttliche z. Wandress, Sturmlied.

3. Cf. NORBERT von HELLINGRATH, Holderlingsübertragungen des Pindars, tesis doct., Jena, 1911; M. BENN, Hólderlin und Pindar, Gravenhage, 1962.

    Introducción y traducción de ALFONSO ORTEGA

    Olímpicas. Madrid. Editorial Gredos. 2011. Págs. 59-61.

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