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Archive for 4 de May de 2011

Por: Carlos Bedoya Correa (1951-   )

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Carlos Bedoya Correa

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“El azar es el mayor novelista del mundo: para ser fecundo basta con estudiarlo”

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No es del todo improbable que otros seres como nosotros, considerados desde la perspectiva fascinante de tantos años bajo el encanto de los fantasmas, se extrañen, en tanto conservan viva la voluntad de asombro, por mi aparente audacia al evocar más allá de una festividad cultural (léase efemérides, o celebración de los doscientos años de su nacimiento en Turena, “la alegre patria de Rabelais”), un texto a propósito, sí, de uno de los creadores de la novela realista, como suelen llamarla algunos.

Y creo aludir aquí no sólo a Balzac, o a su fervoroso lector conocido con el seudónimo de Alain (Emile Auguste Chartier 1868-1951), el socrático autor de Las Vigilias del Espíritu), sino y para ir al grano, a un aspecto imprescindible para quien guste reflexionar en torno al arte y su fuente, la vida.

Si bien el escritor colombiano Oscar Collazos, en las cuidadosas notas que acompañan aquel bello libro acerca de Leopoldo Richter, pintor, ceramista y antropólogo alemán, atribuye a otro autor la máxima de Bufón según la cual “el estilo es el hombre”, también sabemos, por otra parte, que esta peculiar definición ha hecho lo que suele denominarse carrera en la historia académica.

Honorato de Balzac, hombre de mundo, gran bebedor de café, de quien se dice solía escribir de pie  enfundado en una sotana, tal vez por ejercer literalmente lo que Roland Barthes denominó el “artesanado del estilo”, tan característico de la sociedad burguesa, también pasó hambres, escribió por entregas, amó y fue amado y, cuenta Charles Baudelaire, fumó opio.

Sin embargo, más allá de cualquier especie de paraíso artificial o de la más trascendental e ínfima comedia humana, a más de hacer huella en pensadores como Carlos Marx, a la par que él mismo se hizo, en buena medida, imagen de genio como Stendhal, dio (y ese es el grano), pie a las siguientes líneas, de las cuales bien valdría no olvidarse, más allá de si gustamos o no, por ejemplo, de Papá Goriot o Serafita, o si incluso y, por azar, algunos prefieren no leerlo o, hasta de pronto, aunque fieles lectores de García Márquez no lo haya siquiera oído mentar.

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El Imaginario. El Mundo. Medellín. 23 Octubre 1999. Pág. 10.

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Por: Jorge Alberto Naranjo (1949-2019)

Jorge Alberto Naranjo por Ángela Ospina

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UN BIEN IMPONDERABLE, PRECIOSO Y ABUNDANTE

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La riqueza mayor, el recurso más inmediato y abundante, es el Tiempo. Pero es también, y habitualmente, lo que más se despilfarra. Muchos hombres viven como si les faltara siempre, y tiempo. Y pierden el “ahora” anhelado, el “después” y el “antes”. Como si, colectivamente, se hiciera caso omiso de la sentencia del rey sabio: “Todo tiene su tiempo”, se ha ido convirtiendo al tiempo en bestia que acosa a los hombres, y que los posee. Pero el Tiempo tiene dos rostros, y si, por su faz bestial, es acaso y es premura, por su otra faz el tiempo es preservación y constancia, pausa y contemplación. El tiempo es pasajes y laberintos, pero es también jardines y estaciones. El Tiempo de mucho hombres no pasa de ser caravana de segundo a galope. Conocen el Tiempo que transita, el pasado y el futuro, pero no el presente. Del presente sólo conocen el “ir”. Llevados por el Tiempo, poseídos por el tiempo, viven para siempre en el tiempo del proyecto. Y es que si no se tiene la conciencia del ahora, de su vastedad y su abundancia, se vivirá en “futuro anterior”, buscando más allá lo que se tiene a mano. Se vivirá, como dice el filósofo, “un sueño a ojos abiertos.”

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LA FAZ MERCANTIL DEL TIEMPO

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Se sigue creyendo que el tiempo es oro. Esta consigna,  no más vieja que el capitalismo, es el invento de los que tienen el oro como pasatiempo, el tiempo reducido a su valor mercantil, y no dice nada sobre el valor de uso del tiempo. Si se mira bien, se trata de un Tiempo-Bestia, transmutando en oro una manera de vivir y de pensar. El suplicio de Tántalo elevado a la categoría del principio de vida. Otro modo de Cronos devorar a sus hijos. La lógica burguesa sólo conoce la faz mercantil del Tiempo, el valor en oro del tiempo “gastado”, “consumido”, “empleado”. Es el imperio del “producir por producir”, y no importa que, en rigor se produzca menos de lo que podría hacerse, y que se produzca tan deficientemente, no importa que el mundo se llene de basura, que incluso la alegría se encarezca. Se vive en “la ebriedad del tiempo”, como diría Platón. Se huye del ahora, se lo distorsiona, convirtiéndolo en instante o en momento del proyecto, en escalón hacia el porvenir. Muchos hombres, por no decir el prototipo del los hombres que quiere formar la máquina del capitalismo, no tienen tiempo para explorar otras maneras de residir en el tiempo. Se les escapa el presente como el agua entre los dedos. Y uno se acuerda del anciano que, sentado en la parte oscura de la taberna, hace memoria de los poemas que no escribió, de las novelas que no compuso, de músicas que no entonó cuando podía porque pensaba, lo haría mejor después, “mañana”. Vivía el presente como inagotable aprendizaje, convencido de estar aprendiendo, sin saber, al aplazar así el encuentro con el ahora, que se escapaba el tiempo de la creación.

Se comienza por huir del ahora, y el ahora termina por perderse. Entonces ya se ha perdido la posibilidad de ser dueño del tiempo, de habitarlo creativamente, de nutrirse del ahora como de una fuente de eterna juventud. En efecto: producir no significa, necesariamente, crear. Producir es, lo más a menudo, reproducir y recrear. Producir no se da en ningún presente particular, producir va por el presente, la única manera de aparecer allí el presente es como traza del proceder: es el momento de prender, de aliviar válvulas, de cerrar circuitos, es el momento de llenar, verter, pesar, etc., etc. De allí que el presente de muchos hombres sea rutina. Están presos de las pesadas cadenas del tiempo, aunque se les pague en oro. No puede haber una mayor pérdida de la libertad, no puede haber una peor renuncia de sí mismo, que la que sobreviene cuando se acepta que el “tiempo es oro”. Si los hombres aprendieran a concebir su relación con el tiempo como amos y no como siervos, si supieran dominar el tiempo, se descubriría el absoluto sin sentido de la consigna. Pues en verdad decimos: si se aprende a dominar el tiempo, hasta el oro llegará “por añadidura”, y, en todo caso no será lo esencial, ni como principio, ni como medio, ni como fin. Si se aprende a llegar al presente, a percibirlo en toda su intensidad y singularidad; si se capta el temblor y el sonido de las cosas en su propio tiempo, en su Eterno Presente; si se aprende cómo ponerse en presencia de las cosas, se hará claro que la existencia es una creación perpetua, una transformación que no se agota, un proceso agobiador y tenaz. Se comprenderá que el suplicio de Tántalo no es ajeno a la Naturaleza, que cada producto es arrastrado en un nuevo producir; que, pues, el dolor, el deje triste, la insaciabilidad, son inmanentes a la naturaleza de las cosas. Este espectáculo quizá anonade: alguno verá cómo el ahora, ese “ahora” del cual había huido hasta entonces, se expande hasta abrazar la existencia, hasta reducir a proyecto nunca resuelto cada una de sus obras; hasta arrastrarlas, en movimiento solidario con la lógica más terrible a nada, a materia para nuevas creaciones, a restos indescifrables. Las ruinas de sí mismo, de una vez y para siempre. Este ahora, sin embargo, sólo es un fantasma del verdadero ahora. Este ahora bestial es apenas el modo como a la conciencia irrumpe el río de las abdicaciones y renuncias hechas a nombre de la vida como proyecto. Son las obras no hechas, mal hechas, son las promesas incumplidas, las cuotas de sí mismo que se han ido entregando cotidianamente en el despilfarro del presente. Es todo lo que no disimula el oro por venir, lo que justamente, llega “ahora”. Y puesto que siempre se adiestró en huir de ese encuentro, ese hombre tal vez logre huir, por última vez, y se refugiará, como un obseso, en el trabajo, en el proyecto, en el olvido de sí mismo. Pero sí, ante esa imagen de su existencia actual, ofrecida por la naturaleza a él como un espejo, ese hombre supiera reírse de sus proyectos, supiera burlarse de esa pretendida evasión que realizaba proyectándose siempre, ese hombre ya no retornará jamás al tiempo, y al uso del tiempo, como un esclavo crónico. Habrá renovado su alianza con el tiempo Creador. Nunca más le faltará tiempo, dispondrá del ahora como de un depósito inagotable de tiempo.

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EL DOBLE ROSTRO DEL TIEMPO

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El capitalismo es una gigantesca empresa de desposesión del ahora, un rapto del presente a todos los hombres. La moral de la Tierra Prometida es un consuelo para los que viven en un futro anterior: esa Tierra Prometida no llega nunca, es un presente más allá de todo porvenir. Pero el tiempo surge aquí, ahora. Sí, ¡ahora, ahora!: como un abanico de preguntas, como un tapiz de móviles figuras. Puedo jugar con él, acelerarlo o retrasarlo, puedo seguir sus pliegues, hundirme en su flujo inagotable, avanzar río abajo y río arriba, estacionarme, o dejarme arrastrar. ¡Es tan generoso el ahora! ¿A qué apresurarse a regresar? Y, de hecho, muchos no regresan. Se quedan en la contemplación de ese presente vasto como un mar, se quedan quietos, anonadados esta vez por el volumen del tiempo presente; inactivos, desinteresados por las obras, conformes con el ver el vahído de la Naturaleza, la pululación interminable de productos siempre arrastrados, siempre arruinados por el paso del Tiempo. Extasiados por el presente, esos hombres se vuelven “los parásitos de lo viviente”, los que San Juan de la Cruz llamaba “tontos de Dios”. Nuestra cultura se ha venido poblando de estas víctimas del tiempo presente. Hay quienes pagan por permanecer en esa dimensión del tiempo. Hay que venden supuesto pasaportes al ahora. El capitalismo trafica con el presente de esos pobres desposeídos, el mundo mercantil les inventa un ahora siempre más oneroso.

Se comienza pues por acercarse al presente, y se corre el peligro de querer permanecer, para siempre, en él. Otra manera de decir lo mismo: de huida del tiempo que pasa, se cae el presente duradero como una estación: Los paraísos artificiales. Y si a esta vocación nihilista se le pide regresar al tiempo de la Acción, sólo podrá hacerlo bajo señuelos del presente. El círculo vicioso de los desposeídos del dominio del tiempo es que son esclavos del tiempo en el trabajo y en la ociosidad, en el tiempo que pasa y en el tiempo que dura, en el pasado y el porvenir como en el ahora. Viven en un polo del tiempo, viven al tiempo como disyuntivamente: o es una aprensión, bestia que acosa, deber apremiante, o bien es relajación, distensión, parasitismo. O es acción obsesiva, o inacción nihilista. Trabajos forzados, fiestas por fuerza. El mundo está lleno de seres desposeídos del dominio del tiempo. Quieren hacer del tiempo un ser de una faz, o pasaje o jardín; pero el tiempo así tratado, así concebido y vivido, es Cronos devorador.

Debo pues, regresar del ahora. No basta con la burla al tiempo del proyecto, no basta con la huida del tiempo del trabajo. Incluso en el ocio, como dice en alguna parte Séneca, es preciso tener conciencia del ocio. El círculo debe elevarnos del tiempo que pasa al tiempo que dura, pero de ésta, nuevamente, a aquél: Sólo es verdadera la acción que emite la contemplación. Este principio Kafkiano es fundamental para aprender a dominar el tiempo, y para escapar al nihilismo. Solamente así la inacción se transmuta en obras. El culto del ahora, por sí solo, nos libera. Vivir en el ahora es tan destructivo como vivir en el proyecto. Es preciso aprender a residir en las dos caras del tiempo. Aprender una manera diferente de ingresar en los circuitos de la acción y del proyecto. Dar un contenido creador a nuestras relaciones con los hombres, relaciones que se construyen en la dimensión del tiempo del proyecto. Es inútil querer dar algo a los demás si vamos a su encuentro con las manos vacías, si no podemos ofrecerles ningún fruto de nosotros mismos. Pero si a ese encuentro vamos preñados de pensamientos y contemplaciones, si a ese encuentro con los hombres llevamos las emisiones de nuestro propio yo, todo se transmuta, y hasta el tiempo, se vuelve oro, brillantez, fulgor, lucidez. El tiempo del proyecto se vivifica desde el tiempo presente. Es una verdad predicada por hombres y mujeres de muy diversas culturas. El hombre puede hacerse dueño del tiempo hasta erradicar toda aprensión. El trabajo puede hacerse, y debe hacerse, la mayor fuente de alegría. El deber, la responsabilidad, existen de dos maneras, según esta residencia en el tiempo, sea polar o bipolar. Para los esclavos del tiempo el trabajo será un mal crónico; el deber será un “tú no debes”, una prohibición sempiterna, una coerción ineludible, aunque insensata, para los que dominan el tiempo, el trabajo será un “tú puedes”, equivalente a un “tú debes” que ya no apremia, puesto que está en la lógica de las cosas que el verdadero querer sea el deber. Sucede como en esos “artistas” de Kafka, el del hambre, el del trapecio: La clave de su arte radica en que no podrían querer otra cosa que lo que les acontece.

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EL USO DEL TIEMPO

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La mayoría de los hombres desconoce el uso creativo del tiempo. Dejan que en sus vidas penetre el miedo al presente desde muy pequeños. Delegan en las costumbres sociales que les digan como emplear, cada vez, el tiempo. Despilfarran su tiempo propio esperando las noticias del tiempo ajeno. Considera, por ejemplo, a ese hombre actualizad, que lee noticias en cuanto periódico cruza por su camino. A menudo esta actualización cotidiana no es sino el disimulo de su fuga ante el presente: Incapaz de encontrarse solo con un tiempo en floración, con un mundo que se ofrece extasiado para su contemplación, este sujeto pasivo interpone las redes de la información entre sí mismo y el depósito de la libertad que le ha sido dado. Pero quizá sea más importante detenerse en la descripción de una calle que estar al día sobre los avatares de Afganistán. Nuestro mundo es una X desconocida para los que buscan el conocimiento. El grave problema de la existencia de la mayoría de los hombres es que aceptan vivir en un mundo ajeno, en un tiempo prestado. Es el presente, es el aquí lo que se nos ofrece, el recurso más abundante de que disponemos. Ese es el tiempo que despilfarramos, para vender el otro a los que tienen necesidad de él. Si a cada instante supiéramos asistir con la conciencia de su sentido en la doble dimensión del tiempo, siempre sabríamos estar presentes en los lugares de nuestro encuentro con los demás, esto es los circuitos de la acción. Daríamos a la vida de los otros amor y alegría, descubrimientos y conocimientos, y sabríamos captar, en cada uno, otra fuente, al menos potencial, de la misma existencia. Lograríamos eso que el príncipe Hamlet llamaba escuchar la música de cada uno.

Y sabríamos retirarnos a tiempo de los circuitos de la acción, para renovarnos y repensarnos. Así volveríamos a estar solos, presentes ante nosotros mismos. Este es un derecho inalienable de los seres humanos; pero si no se cultiva el sí mismo ¿quién reclamará ese derecho? “Si tuviera que esperar a palabras de fuera, a estímulos y alientos de fuera, donde estaría yo, que sería y!”, decía Nietzsche. Pero la lógica de nuestro mundo quiere que los hombres dejen voluntariamente sin explorar zonas de sí mismos, con el alma represada y la pasión contenida. Una existencia operativa, es todo lo que se pide. Pero los hombres están cada vez más lejos de la existencia creadora:¡cuán extraño es para ellos el presente, cuán difícil alcanzar ese ahora donde arte, ecuánime y sereno, el fuego creador! Y sin embargo, en los hombres está la posibilidad de vivir permanentemente en la esfera de la existencia creadora. La vida misteriosa, cargada de enigmas; el esplendor de la vida, están, como dice Kafka, “constantemente al acecho de todos, en toda su plenitud, pero, velados, en la profundidad, invisibles, muy lejos. Pero allí están, en nada hostiles, en nada desgarrados ni sordos.” Los hombres no sufren tanto por carecer de los instrumentos esencial de la humanización como por no saber usar instrumentos de que disponen, aquí, y ahora.

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Cantidad Hechizada. Medellín. Año 1. Nro 2. Abril 1986. Págs. 70-75.

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