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Archive for 7 de agosto de 2013

POEMAS

Por: Jamshid Moshkani (1958-)

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Jamshid Moshkani

Jamshid Moshkani

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CANCIÓN DE LA CABELLERA

De hebra a hebra su pelo

lleva una imagen mía,

rumoroso café

que en brillantes candongas

convida a la amistad.

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Oh momento feliz

estrechar los deseos

evadir sus enaguas

hasta un ah desmayado.

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En el claro silencio

temo ajar con mi aliento

su hombro

tan lozano.

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OTOÑO

Huero de besos el verano

es una belleza enferma.

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En el arce de quemadas estrellas

abren sus postigos el viento;

su párpado el otoño.

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La sonrisa del hielo

se avecina.

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ALMUECÍN

Pregunté a la mañana

¿Dónde está tu marco de oro,

tu alfabeto?

–   En la vecindad de Jayyam, hacen nacer un niño; (idrás)

y no le traerán los ojos

la boca abierta

la mirada fija,

el rostro del amor.

Le enseñan El Corán-

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Temen diamantes,

rubíes,

frenesí a mi frente.

Penden Borges y Marx.

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Oficio de alfarero,

Restauro minaretes

creciente de turquesa,

círculo de ónix,

espiral de zafiro,

antigua y mellada cúpula a mis pies.

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A veces me acerco a la conciencia,

aunque lo evito.

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HIBERNAL

Una veintena de cortinas rojas,

un hombre rasga su violín,

su corazón.

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Un leopardo ha bebido ásperamente

la copa rebosante de la luna,

me digo.

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Y por la ventana roja

contemplo a Moshkani

tendido en el camino

a la vera del pino congelado.

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Jamshid Moshkani. Teherán. Curso estudios de psicología en la Universidad de Shiraz. Forzado a abandonar su país por la llegada al poder del fundamentalismo islámico (1979), emprende una larga peregrinación por países de América Latina, a los que se sentía ligado por Borges y Cortázar. En 1986 se radica en Suecia, donde estudia Lenguas y Literaturas Españolas. Sus libros, Cartas devueltas (1989) y Petrogramas de la carestía (1993), publicados en persa, tocan temas proscritos por el fundamentalismo islámico como el erotismo, la represión psicológica y la crítica social. A su paso por Colombia, el poeta nos ha dejado una pequeña muestra de su obra, vertida al español, con complicidad de Samuel Serrano.

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Magazín Dominical. El Espectador. Bogotá. Nro 602. 13 de noviembre de 1994. Pág. 21.

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AUBADE

Por: Philip Larkin (1922-1985)

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Philip Larkin

Philip Larkin

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Trabajo todo el día y por la noche me emborracho un poco. Despierto a las cuatro frente a la silenciosa oscuridad, y me pongo a mirar. A su tiempo se iluminarán las cortinas. Entretanto veo lo que en realidad siempre está ahí, la muerte incansable, un día entero que se aproxima y que hace imposible pensar en nada salvo cómo y cuándo habré yo de morir. Árido interrogante: pero el terror de morir, y de estar muerto centellea de nuevo, dominador y horripilante.

La mente en blanco ante la claridad. No con remordimiento –el bien que no se hizo, el amor negado, el tiempo rasgado antes de estrenarlo- ni miserablemente porque una sola vida pueda durar tanto en dejar atrás su mal comienzo, y acaso no lo logré jamás; sino el vacío total perpetuo, la cierta extinción hacia donde viajamos y en donde nos perderemos para siempre. No estar aquí, no estar en parte alguna, y dentro de poco; nada más terrible, nada más veradero.

Hay una manera especial de tener miedo que no exorcisa treta alguna. La religión lo intentaba, ese vasto brocado musical comido por las polillas, creado para fingir que no morimos jamás, materia especiosa que dice ningún ser racional puede temer lo que no percibe, sin darse cuenta de que eso es lo que tememos –sin vista, sin sonido, sin tacto, gusto ni olfato, sin nada con que pensar, nada que amar, nada a que atarse, el anestésico del que nadie despierta.

Y así se mantiene, al borde del campo de visión, una pequeña mancha desenfocada, un permanente escalofrío que retrasó todo impulso hasta volverlo indecisión. La mayoría de las cosas quizás no sucederán nunca: esta sí, y su certidumbre hierve con pavor de alto horno cuando nos quedamos sin gente o sin licor. El coraje no vale: significa no atemorizar a los demás. El ser valiente no le permite a nadie salirse de la tumba. La muerte es igual si se gimotea o si se la mira de frente.

Poco a poco la luz se robustece y el cuarto toma forma. Simple como un ropero aparece lo que sabemos, hemos sabido siempre, lo que sabemos no podremos rehuir, pero tampoco podemos aceptar. Un lado tiene que partir. Entretanto los teléfonos se agazapan, preparándose para repicar en oficinas cerradas, y todo el indiferente, intrincado, agrietado mundo comienza a levantarse. El cielo es blanco como yeso, sin sol. Hay trabajo que hacer. Los carteros como los médicos van de casa en casa.

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TLS

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Traducción: HERNANDO VALENCIA GOELKEL.

ECO. Revista de la Cultura de Occidente. Bogotá. Nro 206. Diciembre. 1978. Págs. 215-216.

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LO INFRAREALISTA

Por: Eugene Ionesco (1909-1994)

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Eugene Ionesco

Eugene Ionesco

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Sin embargo, el espacio es inmenso en el interior de nosotros mismos. ¿Quién se atreve a aventurarse? Necesitamos exploradores, descubridores de mundos desconocidos que están en nosotros, que están por descubrirse en nosotros.

Las brigadas de derecha, de izquierda, quieren que nos sintamos culpables por jugar; a ellos corresponde, en cambio, sentirse culpables por matar el espíritu por medio del aburrimiento. Todo es político, se nos dice. En cierto sentido, sí. Pero no todo es política. La política profesional destruye las relaciones normales entre las personas, enajena; el compromiso amputa al hombre. Los Sartre son verdaderos enajenadores del espíritu.

Solamente para los débiles de espíritu la Historia tiene siempre razón. En cuanto una ideología se vuelve dominante es porque está errada.

La vanguardia no puede gustar ni a la derecha ni a la izquierda, puesto que es antiburguesa. Las sociedades estacionarias o por estacionarse no pueden admitirlo. El teatro de Brecht es un teatro que acaba de instalar los mitos de una religión dominante defendida por los inquisidores y que está en pleno período de fijación.

Hay que ir al teatro como se va a un partido de fútbol, al box o al tenis. El partido nos da, en efecto, la idea más exacta de lo que es el teatro al estado puro: antagonismos que se enfrentan, oposiciones dinámicas, choques sin motivo de voluntades contrarias.

Tesis abstracta contra tesis abstracta, sin síntesis: uno de los adversarios ha destruido íntegramente al otro, una de las fuerzas ha arrojado a la otra o bien coexisten sin reunirse.

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Traducción de EDUARDO PAZ LESTON.

Notas y contranotas. Estudios sobre el teatro. Buenos Aires. Editorial Losada. 1965.Págs. 195-196.

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PROLÓGO

Por: Erwin Schrödinger (1887-1961)

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Erwin Schrödinger

Erwin Schrödinger

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A mi compañera

a lo largo de treinta años

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Estas páginas son una recopilación de cuatro conferencias pronunciadas bajo el patrocinio del Dublín Institute de Estudios Superiores en el University College de Dublín en febrero de 1950, dentro del ciclo “La ciencia como elemento del humanismo”. Ni el ciclo ni el título abreviado de este volumen cubren debidamente el tema, sino tan sólo las primeras secciones. En las páginas restantes, y a partir de la número 21, he intentado exponer la situación actual de la física siguiendo su desarrollo en este siglo y ateniéndome a la descripción desde el punto de vista que expresan el título y la primera parte, dando así una especie de ejemplo de mi modo de interpretar el esfuerzo científico como parte del esfuerzo humano por comprender la situación del hombre.

Quedo muy agradecido a Cambridge University Press por la rápida edición del librito y a Mis Mary Houston del Dublín Institute por la elaboración de las figuras y la lectura de las pruebas de imprenta.

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E. S., marzo de 1951

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No puede negarse que el nuevo aspecto físico de la naturaleza, del que he intentado darle una idea con el ejemplo anterior, es mucho más complicado que el esquema antiguo que denominé “la idea clásica de la descripción continua, ininterrumpida”. La cuestión crucial se plantea de modo natural: ¿es este modo nuevo y poco habitual de contemplar las cosas, en contraste con los hábitos cotidianos de reflexión y está de hecho profundamente arraigado en los datos de la observación que ha prevalecido y nunca podremos prescindir de él?, o ¿es quizás este nuevo aspecto al exponente, no de la naturaleza objetiva, sino del esquema de la mente humana, del nivel que nuestra comprensión de la naturaleza ha alcanzado por ahora?

Es una pregunta de muy difícil respuesta, porque ni siquiera está del todo claro qué significa esta antítesis: naturaleza objetiva/mente humana. Por un lado formamos indefectiblemente parte de la naturaleza y, por otro, aprehendemos la naturaleza objetiva como un fenómeno exclusivo de la mente. Otro aspecto que no debemos olvidar al examinar esta pregunta es el de la suma facilidad con la que podemos ser llevados a engaño si consideramos el hábito de reflexión adquirido como un postulado taxativo impuesto por nuestra mente a cualquier teoría del mundo físico. Un célebre ejemplo lo constituye Kant, quien, como saben, definió el espacio y el tiempo, tal como él los conocía, como la forma de nuestra intuición mental (Anschauung) siendo el espacio la forma externa y el tiempo, la forma interna de la intuición. A lo largo del siglo XIX, la mayoría de los filósofos le siguieron en esta teoría. No diré que la idea de Kant era totalmente errónea, pero sí sin duda excesivamente rígida, y exigía ser modificada a la luz de nuevas posibilidades, como, por ejemplo, la de que el espacio puede ser (y probablemente es) cerrado sobre sí mismo, aunque sin límites, y la de que dos acontecimientos pueden suceder de tal modo que cualquiera de ellos cabe ser considerado como previo (ésta es la faceta más novedosa de la Teoría “Restringida” de la Relatividad de Einstein).

Pero volvamos a la pregunta, por muy pobremente que haya sido formulada: ¿está la imposibilidad de descripción continua, sin lagunas e ininterrumpida en el espacio y en el tiempo, basada en hechos irrebatibles? Los físicos opinan en general que así es. Bohr y Heisenberg han propuesto una teoría sumamente ingeniosa al respecto, y que tiene una explicación tan simple que ha pasado a la mayoría de libros de texto sobre el tema, lamentablemente en mi opinión, ya que su implicación filosófica suele ser mal interpretada. Argumentaré contra ella, pero primero la expondré suscintamente.

Va como sigue. No podemos hacer afirmación factual alguna sobre un determinado objeto natural (o sistema físico) sin “entrar en contacto” con él. Este “contacto” es una interacción física real. Incluso si consiste tan sólo en “mirar el objeto”, éste recibe inevitablemente rayos luminosos y los refleja en el ojo, o cualquier otro instrumento de observación. Esto significa que el objeto queda intervenido por el hecho de ser observado. No puede obtenerse ningún conocimiento sobre un objeto absolutamente aislado. Prosigue la teoría afirmando que esta alteración no es ni irrelevante ni del todo detectable. Por lo tanto, al cabo de una serie de laboriosas observaciones, el objeto queda en un estado del que conocemos ciertas características (las últimas observadas), pero desconocemos otras (las intervenidas por la última observación), o las conocemos con poca exactitud. Este estado de cosas es la explicación viable de la imposibilidad de descripción completa y sin lagunas de todo objeto físico.

Pero, evidentemente, estas intervenciones, aun cuando se dan, nos indican tan sólo que no puede llevarse a cabo semejante descripción, pero no nos convencen de que seamos incapaces de formarnos en la mente un modelo completo, sin lagunas, a partir del cual todo lo observable pueda aprehenderse o preverse correctamente hasta el grado de certeza que permite la inexactitud de la observación. La situación sería igual a la que se da al principio del juego del whist, según cuyas reglas, sólo conocemos una cuarta parte de las 52 cartas, aunque sepamos que los otros jugadores tienen otros tantos lotes de 13 cartas que no cambian durante el juego y que nadie más tiene la reina de corazones (porque la tengo yo), que hay exactamente seis tréboles entre las cartas que no veo (porque yo tengo 7) y así en adelante.

Esta interpretación sugiere por sí sola que hay un objeto físico del todo determinado, pero que nunca podré saberlo sobre todo sobre él. Sin embargo, esto equivaldría a un total equívoco acerca de lo que proponen Bohr y Heisenberg, así como sus seguidores contemporáneos. Lo que quieren decir ellos es que el objeto no tiene una existencia independiente del sujeto que observa. Quieren decir que los recientes descubrimientos en física han puesto de relieve la misteriosa barrera entre sujeto y objeto y, en consecuencia, se ha visto que ésta no resulta ser una barrera del todo definida. Hay que entender que nunca observamos un objeto sin que éste se modifique o se impregne de nuestra propia actividad de observación. Hay que entender que bajo el impacto de nuestros refinados métodos de observación y de la reflexión sobre los resultados de nuestros experimentos, se ha roto esa misteriosa barrera entre sujeto y objeto.

La opinión de quienes podemos considerar como los dos representantes teóricos más eminentes de la teoría cuántica merece, qué duda cabe, gran atención; y el hecho de que otros tantos eminentes científicos no rechacen su opinión, sino más bien parezcan aceptarla, no hace sino aumentar la necesidad de examinarla. Pero, al hacerlo, no puedo por menos que expresar ciertas objeciones.

No creo tener prejuicios contra la importancia que tiene la ciencia desde el punto de vista puramente humano. Creo que el título de estas conferencias es suficientemente expresivo, y he explicado ya en la introducción que considero la ciencia parte de nuestro esfuerzo por dar una respuesta a la pregunta filosófica esencial que resume todas las demás, aquélla que planteaba escuetamente Plotino mediante su breve (¿qué somos?). Aun más: considero que esto no una de las tareas de la ciencia, sino la tarea, la única que cuenta realmente.

Pero, aún así, no puedo creer (y ésa es mi primera objeción) que la profunda exploración filosófica de la relación entre sujeto y objeto y del verdadero significado de la distinción entre ambos depende de los resultados cuantitativos de mediciones físicas y químicas realizadas con balanzas, espectroscopios, microscopios, telescopios, detectores de Geiger-Müller, cámaras Wilson, emulsiones fotográficas, dispositivos para determinar la vida media radiactiva y todo el resto. No es muy fácil explicar por qué no lo creo. Presiento cierta incongruencia entre los medios empleados y el problema a resolver. No siento tanta desconfianza con respecto a otras ciencias, la biología en particular, y de modo especial la genética y los hechos sobre la evolución. Pero no es el momento de hablar de ello.

Por otra parte (y ésta es la segunda objeción), la premisa de que toda observación depende tanto del sujeto como del objeto, que están inextricablemente interrelacionados, no es una premisa nada nueva, es más bien tan antigua como la propia ciencia. Aunque, en los veinticuatro siglos que nos separan de ellos, nos hayan llegado pocos datos y citas de los grandes hombres de Abdera, Protágoras y Demócrito, sabemos que, a su manera, ambos sostenían que todas nuestras sensaciones, percepciones y observaciones llevan una fuerte huella personal y subjetiva, y que no expresan la naturaleza auténtica del objeto (la diferencia entre ellos consiste en que Protágoras hacía caso omiso del objeto, ya que para él sólo eran verdaderas nuestras sensaciones, mientras que Demócrito pensaba de otra manera). Desde entonces la pregunta no ha cesado de plantearse siempre que de ciencia se ha tratado; podemos seguir su desarrollo a través de los siglos y citar la actitud de Descartes, Leibniz o Kant frente a ella. Pero debo mencionar algo con el fin de que no se me tache de injusto para con los físicos cuánticos contemporáneos. Dije que su afirmación de que, en la percepción y la observación, sujeto y objeto están inextricablemente interrelacionados no era en absoluto nueva. Ellos podrían alegar que algo hay en ella que sí es nuevo. Creo que es cierto que, en siglos anteriores, al debatir el tema, se tenía primordialmente en cuenta dos cosas: a) una impresión física directa causada por el objeto en el sujeto, y b) el estado del sujeto que recibe la impresión. Frente a esto, en el actual orden de ideas, la influencia física y causal entre ambos se considera recíproca. Se dice también que existe una impresión inevitable e incontrolable por parte del sujeto sobre el objeto. Este matiz es nuevo y, diría yo, más adecuado en todo caso, ya que la acción física siempre es inter-acción, siempre es recíproca. Lo que para mí sigue siendo dudoso es si es adecuado emplear la palabra “sujeto” para uno de los dos sistemas de interacción física. Como la mente del observador no es un sistema físico, no puede interactuar con ningún sistema físico. Por lo que sería mejor reservar la palabra “sujeto” para la mente que observa.

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Traducción de FRANCISMO MARTÍN.

Ciencia y Humanismo. Barcelona. Tusquets Editores. 1985. Págs. 61-67.

Sin título

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¿OTRO LIBRO?

Por: Monserrat Ordóñez (1941-2001)

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Monserrat Ordóñez

Monserrat Ordóñez

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Lo miro y parece casi desvalido, cabe entre las manos, un insignificante objeto sólido controlable, lleno de promesas. Me lo llevo abrazado sin sospechar que al abrirlo se vuelve agua entre los dedos, cascada que me empapa, río que arrastre. Cuando lo pierdo de vista se transforma en gaseoso, invade los resquicios que creía libres, crece, se multiplica, se esfuma, reaparece enmascarado imitando gestos, y sólo se convierte en una maldición de roca cuando vuelvo a cargarlo o, peor, cuando intento viajar con él o me atrevo a enviarlo sólo por correo. También se transmite por contagio y varios de ellos juntos pueden generar todas las pasiones y todos los rencores. ¿Otro libro? ¿Quién quiere este pánico de olvido y memoria? Y sin embargo, no puedo recordarme sin un libro pegado a la piel, nunca más allá de un radio de once metros. Cuando huyo, huyo con él, silencioso y líquido.

Armamos espacios secretos, cómplices en la resistencia, protegiéndonos mutuamente. Tal vez por ese pacto implícito no me puedo despegar de él. Lo rayo, lo presto, lo cito, intento regalarlo y reaparece fijo, arrastrando tercas redes de más libros o esperando un rechazo final que nunca se produce. Representa todos los diálogos interrumpidos, los esfuerzos truncos, las libertades posibles. Con frecuencia hablo de él, lo muestro, hasta lo dejo tocar. Pero con cautela, porque puede ser tan próximo que compartirlo es delatarse. Aceptarlo supone enormes riesgos, como el de convertir una pasión en trabajo y terminar viviendo con, de, entre, por, según él. O como el fatal peligro de traicionar el acto erótico de la lectura y tratar de remplazarlo con la propia escritura, con notas para lentos libros paralelos, diminutos puntos del mismo mapa en donde nos cruzamos y perdemos, insoportables algarabías de textos que bailan mientras dormimos. Al llegar a esa orilla ya no hay retorno. Sólo el círculo de fuego, el miedo, el cero. Y a pesar de todo, ¿otro libro?

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Con-Textos. Revista de Semiótica Literaria. Universidad de Medellín. Medellín. Vol III. Nro 27. Junio. 2001. Págs. 92-93.

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