Por: Hans Mayer (1907-2001)
Hans Mayer
.2. EL EXPRESIONISMO COMO LUCHA DE GENERACIONES
.En el diario de Georg Heym puede leerse: “Yo hubiese llegado a ser uno de los más grandes poetas de no haber tenido tal cerdo por padre.” Con notable regularidad pueden encontrarse similares arrebatos entre otros expresionistas nacidos entre 1887 y 1890, para quienes, por lo tanto, sería decisiva, en su desarrollo espiritual y artístico, la primera década del siglo XX. Por cierto que el año 1887 no ha sido escogido arbitrariamente, pues es el año en que nacieron Georg Heym y Georg Trakl, Jakob von Hoddis y el dramaturgo ReinhardGoering. Gottfried Benn era un año mayor, Werfel y Hasenclever nacieron en el curso de 1890. Así pues, todos eran jóvenes, y también hijos rebeldes.
Bien es sabido que la oposición de las generaciones fue uno de los motivos fundamentales del Expresionismo. Ello va desde el drama expresionistas ejemplar Der Sohn, 1914 (“El hijo”), de Hasenclever hasta la pieza Vatermord, 1914 (“Parricidio”) de Arnolt Bronnen, la cual tuvo que esperar el fin de la guerra para alcanzar un gran éxito, aunque ya antes de 1914 había sido concebida por un “hijo” imberbe.
Hoy, sin embargo, gracias a tantos documentos ha sido posible comprobar que este esquema de la literatura Padre-Hijo no era sólo un clisé literario. En las familias de esos hijos expresionistas se había presentado el conflicto real. Deben haber vivido en un infierno familiar. Sería un gran error hablar aquí de hipersensibilidad de los jóvenes poetas. Estas vidas comienzan casi en forma de clisé, ya sea en Viena (Bronnen), o en Praga (Kafka), en Munich (Becher), en Greifswald (Hans Fallada, cuyo desarrollo muestra una sorprendente similitud con las biografías típicamente expresionistas, aunque sólo en sus primeras novelas Der JungeGoedeschaly AntonundGerdaadopta la dicción expresionista, que inmediatamente había de abandonar) o en Aquisgrán (Hasenclever). Tenemos hoy estremecedores apuntes de Hasenclever; Becher y Fallada son desesperados hijos de grandes juristas, y pasan por dramas juveniles, con intentos de asesinato y de suicidio, y de encubrimiento por complacientes neurólogos. Bronnen lucha enloquecido contra su padrastro, catedrático de la universidad. La enorme y terrible carta de Franz Kafka a su padre resume todo representativamente.
Dos cosas están por comprobarse: que el hogar burgués debió de ser temible en la Alemania imperial, y que la revolución se limitó a las clases burguesas, por lo que debió carecer de toda la furia de una lucha intersocial. Los poetas alemanes del SturmundDrang habían formado antes de 1789 la revuelta de la juventud burguesa contra la preponderancia de los aristócratas. Más de cincuenta años después, Friedrich Hebbel dramatizaba en la tragedia burguesa María Magdalena la desesperada trayectoria de los pequeños burgueses en su mundo de clase media. Los jóvenes expresionistas de 1910 en un principio siguieron siendo hijos de familia. Aún estaban lejos de pasarse a la posición de enemigos de su clase. No había salida de aquella situación. El parricidio no podía ser una solución, pues padres y burgueses resurgían continuamente. Así, todas estas tragedias individuales parecen al sociólogo un mero inventario de los aparentes problemas que se presentan en el interior de un mundo burgués en desintegración. Un aburguesado partido de los trabajadores no pareció ser una solución. Los conflictos vitales de los verdaderos expresionistas y su literatura: ambos se desarrollan ni más ni menos que en el medio burgués. No sólo se trata de la revuelta de los hijos contra sus padres. También estaba allí la “Lucha de los Sexos”. En el movimiento juvenil burgués, que entre 1907 y 1913 había significado un punto de reunión espiritual de los hijos de burgueses se manifestaron nuevas y notables formas de rebelión: la mocedad contra la vejez; el culto de ser joven; ciertas asociaciones de hombres típicamente alemanas, y formas típicamente alemanas de la huída de las ciudades. Empero, corresponde también a los temas característicos del expresionismo de la preguerra el que por vez primera brote aquí con fuerza una poesía de la gran ciudad. Sin embargo, la gran ciudad de Heym y de Stadler, del joven Becher y del joven Benn muestra rasgos siniestros. Resuena una sofocante añoranza por la vida en el campo, en el pueblo y en el bosque. Lo que esa poesía revelaba se había vivido junto a las fogatas de los excursionistas, en los paseos de los grupos juveniles. Aquí, en las asociaciones de la gente joven se hallaba también un singular ideal de comunidad, idealista y rousseauista. Desde luego, se trataba de una comunidad de los fines de semana, de las vacaciones. Aún no producía ningún contrato social.
Por ello, el estallido de la Guerra Mundial –y ello era de preverse- fue recibido por una buena parte de la juventud como liberación y salida. El delirio del entusiasmo bélico de agosto de 1914 no puede aclararse si sólo se le considera como explosión del nacionalsocialismo. Una forma de vida sin horizontes pareció, por fin, haber sido desechado, mediante una poderosa presión del exterior. El cuartel, la camaradería, el fin de la rutina diaria y de la seguridad burguesa: evidentemente, todo esto terminaba. Creían escapar del mundo del káiser y del burgués, y sólo después de algún tiempo, sin duda hacia 1915, se dieron cuenta de que, en realidad, estaban atendiendo los negocios del káiser y del burgués.
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Traducción de Juan José Utrilla.
De la literatura alemana contemporánea. México. Fondo de Cultura Ecónomica. 1975. Págs. 200-203.
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