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Archive for 1 de abril de 2024

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Soñé con un amigo que llevaba años sin verlo. No recuerdo la historia del sueño de aquella noche. Todo sueño cuenta una historia, a veces realista, muchas veces surrealista y absurda. Los sueños suelen ser literatura del absurdo. Pero a medida que uno va ampliando su consciencia y logra saber un poco más de su propia historia –que es la historia de deseos y frustraciones, triunfos y fracasos, amores y duelos, alegrías y tristezas, y todo cúmulo de sus pasiones-, en esa misma medida sus sueños se van volviendo más transparentes y realistas. Se parecen a los sueños que tienen con frecuencia los niños: Juanito sueña que está chupando el helado que su madre no quiso comprarle durante el día.

Al despertar vino a mi mente el rostro del amigo, pero no su nombre. Recordé los nombres de amigos, pero no podía recordar el nombre del profesor costeño que cantaba vallentos.

Ya vendrá a mi mente su nombre, ya vendrá, pensé al tiempo que me disponía a levantarme. Lo tengo en la punta de la lengua. ¿Cómo es que se llama?

Si me esforzaba demasiado, no iba a recordarlo. Me pareció extraño rememorar los nombres de sus amigos, pero no el suyo. Era preciso serenarme y desasir las amarras racionales que ataban el cerebro, y el nombre vendría mi consciencia.

-Gregorio, claro, Gregorio –dije en voz alta y solo yo lo escuché en la habitación compartida con Filiberto.

Gregorio Samsa se vino a mi cabeza. Mi mente quería borrar el nombre del personaje de Kafka que, cuando despertó, se vio convertido en un horrible insecto. Tal vez Gregorio Samsa aquella mañana era una cucaracha como las que maté por decenas en esos días. Y mi consciencia, por los efectos de alguna culpa desconocida, quería borrar de mi cabeza el exterminio de las cucarachas de la finca. Ese, quizás, habría sido el señalamiento de algún psicoanalista si yo, tendido en su diván, hubiera hablado de mi sueño y otras sandeces.

Hace muchos años, aquí en Miramar, yo estuve leyendo a Kafka con Emma, la amiga que se fue a vivir a París. Ahora recuerdo La colonia penitenciaria, La metamorfosis, La condena. Yo no la amaba. Era agradable entrar en su cuerpo varias veces en la misma noche mientras ella gemía de placer. A la luz del sol nos echábamos debajo de un pino frondoso a leer literatura. En una semana santa ella y yo leíamos aquí varis obras de Kafka. Aunque era historiadora, llevaba varios años asistiendo a grupos de estudio del psicoanálisis y pretendía hacer interpretaciones psicoanalíticas de los personajes de Kafka. Yo la escuchaba en silencio cuando ella quería fungir de psicoanalista de personajes de ficción. Y cuando Emma lograba zafarse de sus ataduras, de sus obsesiones con la obra de Freud y Lacan, tejíamos amenos diálogos sobre literatura y otros asuntos de la vida.

El profesor Gregorio empezó siendo cliente de mi taberna y después nos hicimos amigos. Algunos viernes yo encargaba a una muchacha del manejo de la taberna y me iba de rumba con Gregorio por los bares del centro de la ciudad. Una vez me habló con alegría de uno de sus profesores de lengua Castellana en Cereté, su pueblo natal, que lo motivó a leer literatura y a estudiarla después en la universidad. Esa noche recitó con entusiasmo varios poemas de su paisano Raúl Gómez Jattin que se sabía de memoria. Y le conté que Gómez Jattin era uno de mis poetas de cabecera. Le dije que yo lo consideraba uno de los grandes del siglo XX en Colombia, al lado de Silva, Barba Jacob, Aurelio Arturo y José Manuel Arango.

Otra noche, Gregorio me contó que se había presentado a un concurso aspirando a un cargo como profesor del Estado y pasó todas las pruebas. Entonces renunció a su empleo de un colegio privado de mi ciudad para vincularse a un colegio de Montería. Allí se fue a vivir con su esposa y su pequeña hija. Desde entonces yo no había visto a Gregorio ni nos habíamos comunicado de ninguna manera. El sueño quizá era el anuncio de que ya era el momento de volver a hablar con él. Otros amigos que llevaba años sin verlos ni escucharlos también habían aparecido en mis sueños. Llegó un momento del encierro en que empezaron a hacerme falta los viejos amigos.

Cuando termine esta guerra, bien podría contactar a viejos amigos y proponerles que nos encontremos: Pablo, Lorena, Juan, Alejandra, Gregorio…, me dije. Llevo años sin verlos.

Y pensé que un encuentro con cada uno de ellos por separado iba a ser reconfortante. Y que ellos propusieran el lugar. Sabía muy bien, hermano mío, que los lugares de encuentro que ellos amaban eran los mismos que yo amaba.

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Momentos, a veces muchos, en que otros manejaban mi tiempo. Y yo lo permitía. Era de manera sutil, casi imperceptible. Los contactos de whatsapp estaban en la pantalla: tentadores los mensajes sin abrir, los abría y pasaba a responder algunos. Ahí se me iban las horas. Y de pronto, el timbre del teléfono, yo respondía en actitud cortés, sin prisas, para sumarle minutos a las horas que se iban. A veces el mensaje era para pedirme un favor. Y yo, haciendo el favor, seguía sumando tiempo al tiempo al tiempo perdido. Ellas, mi novia y mi hija, también se tragaban el tiempo  sin que yo pudiera evitarlo. La convivencia con otras personas solo es posible si uno permite que ellas le quiten tiempo y lo administren muchas veces. Sin que Elvira me lo solicitara, en casa yo hacía muchas cosas por ella, sobre todo algunos oficios domésticos cuando la empleada estaba ausente. Además íbamos juntos a la mesa a comer y a conversar. Después veíamos televisión o una película para seguir hablando con palabras, con gestos, con el cuerpo…

¿Cuántas horas se iban ahí? Muchas, sin duda. El amor se roba el tiempo, hermanito. A solas en mi buhardilla el tiempo era mío. ¿Y yo para qué necesitaba tiempo? Ahora recuerdo uno de los sueños en que he hablado contigo, Fiquito.

-¿Deseas que nadie se te lleve el tiempo? –me preguntaste y tu voz era de hombre adulto. Entonces comprendí que en escenario de los sueños los niños difuntos siguen creciendo y se hacen adultos y piensan como adultos.

-Sí. Te escucho, Fiqui.

-Es muy sencillo, hermano: vive solo, no contestes todas las llamadas telefónicas, responde dos o tres llamadas al día y no dediques más de cinco minutos a cada una, los demás que te dejen mensaje, destina solo media hora, antes de acostarte, a revisar menajes y a responder dos o tres, no recibas visitas que no estén anunciadas con anticipación, máximo recibe una visita al mes y que sea una hora en que hayas terminado tus actividades del día. Que la noche del viernes sea el único espacio que destines para hacer vida social con amigos y familiares.

-Hombre, Fiquito. A restricciones como éstas algunos artistas les dan el nombre de disciplina. Lucho insiste con frecuencia para que yo me discipline.

-No tengo problemas con la palabra disciplina. Entonces podemos decir que éste es mi recetario para que se discipline un artista.

-Pero yo no soy un artista.

-Me dijiste una noche que te gustaría pintar o sacarle notas a un violín. Es mejor que vaya afinando tu disciplina para cuando llegue ese momento.

-No te tomes muy en serio todo lo que te digo, hermano mío.

Las azules tan lejanas. Medellín. Octámbulos Ediciones. 2024. Págs. 103-106, 144-147.

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