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Archive for 15 de abril de 2024

Ahí no hay vida. Hasta las palmeras son de cartón piedra. La música de los países fríos prevalece sobre la de tierra caliente. No nos sentimos en el trópico, sino en un salón de Viena. Nuestro patriarca de las letras pasó su otoño en el Danubio. El Caribe ya no le concernía. Hasta el mar es una sucursal del Mar Muerto. No se puede negar que el maestro tenía un exquisito gusto musical. Pero tantas notas de otras partes borran el color local de su última ocurrencia.  Hasta el billete de veinte dólares es falso. No nos convence su participación en un guion huero que carece de trama. Por todos sus diálogos circula sangre de telenovela. La frase del remate, que tiene pretensiones de acertijo de mago gitano, es un broche de oropel. No quiere decir nada. Los hijos de G.G.M., para tratar de resucitar a su padre, desenterraron un cadáver, y lo único que cobró vida fue el mercado. Más, más, dicen los ejecutivos de Random House. Más, más, dicen los bolsillos de Rodriguito y Gonzalito. Esos sí, muy vivos, Buendías con mentalidad de ejecutivo del año. En agosto nos vemos con los restos de un naufragio literario. Sorprende que ningún crítico se haya atrevido a cuestionar el valor de una novela que no es una novela. Si no llevara la firma de G.G.M. no estaríamos hablando de ella. ¿No se tratará de una creación de la I.A.? A la tecnología se le confió un reguero de notas mal pergeñadas y salió con una historieta que nos recuerda a Corín Tellado e Isabel Allende. Pero los críticos independientes se extinguieron. En su lugar, se impusieron los mercachifles de las grandes editoriales. “Gran obra”, dícese de cualquier bodrio que ostenta el sello de una empresa multinacional. Hasta los amantes de la protagonista son meros maniquíes. Tienen más verdad los amigos de Barbie.  “Novela magnifica”. “Nos atrapa desde el principio”. “El García Márquez que todos amamos”. “Los hijos del genio tomaron una sabia decisión”. “Habría sido imperdonable que una obra maestra hubiese quedado a merced del olvido”. Habría sido imperdonable privar a la sociedad de consumo de una mercancía milagrosa. Corran, corran, que se agota. Lo peor que le puede pasar a la inteligencia es la idolatría. Gabólatros somos y cada año peregrinamos a Macondo y nos postramos ante la sombra de un fabricante compulsivo de luces de Bengala. La crítica fue remplazada por el incienso. Y, como bien se sabe, el incienso embota los sentidos. Dejamos de pensar por nuestra propia cuenta. ¿Cómo va a progresar la literatura en un mundo de almas áulicas?  Estamos a merced de la dictadura literaria que impusieron las editoriales monstruosas. Esos tiburones son los que deciden qué libros debemos comprar y cómo juzgarlos. Para llevar adelante sus campañas mercantiles, se valen de los “grandes autores” que ellos editan y promocionan. Sin ningún pudor, “los grandes autores” se pasan a la publicidad. Y lo hacen tan bien, que nos preguntamos si no se habrán equivocado de destino. No hay vida en la isla que queda en un lugar improbable del Danubio. La novela póstuma de G.G.M. respira tanta vida como la madre de su protagonista. Al final, como si fuera necesario, el autor nos arroja a la cara un puñado de cenizas. Lo que hizo a lo largo de su folletín. Huesos, muerte, nada. De milagro, ese librito no se nos deshace entre las manos. Rodriguito y Gonzalito, felicitaciones: desenterraron ustedes una guaca.

Mecáncia Celeste. Medellín. Marzo 2024. Nro 14. Pág. 7.

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