Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for 4 de abril de 2024

«La finalidad de la poesía, como la de todo arte, es ayudar a la humanidad a soportar sus males». / Por: Edgar Reichmann (1929-2023)

 

 ¿Qué  lugar ocupa la poesía en la vida de un ser humano? ¿Contribuye a su felicidad?

Escribir sobre lo que le sucede a la gente puede ayudar a vivir mejor. Mi poesía, por ejemplo, me ayudó a superar el paso a la edad adulta. Entre los dieciocho y los veinticinco años atravesé dos guerras, la Segunda Guerra Mundial y la guerra de independencia de Israel. Necesité tiempo para digerir aquello, para entender qué significaba llegar a ser adulto en tiempos de guerra. Utilicé las palabras para estar en paz conmigo mismo.

Creo que el poeta no debe mentir y contar que todo es hermoso. Pero es posible describir el mundo tal cual es de manera positiva. El hecho de cantar lo que no anda bien puede tener un efecto tranquilizador y calmante.

a finalidad de la poesía, como la de todo arte, es ayudar a la humanidad a soportar sus males. Pienso en Guernica de Picasso, esa protesta magistral contra la crueldad de la guerra civil española. Pero un poema podría haber tenido el mismo efecto. ¿Conoce usted esa canción de  cuna yiddish que dice: “Duérmete mi niño, duérmete. Papá se fue a la guerra, el dinero no vale nada, la ciudad está en llamas, el enemigo ya llega y se oye aullar a los lobos, pero duérmete mi niño, duérmete»? Esta mamá judía logra aplacar a niño invocando la más cruda realidad, sin tener que mentir hablando de hadas y mariposas.

Se ha dicho que su primer libro de poemas Ahora y los otros días, transformó la lengua hebrea y dio origen a una nueva escuela de poesía en hebreo.

No me considero jefe de ninguna escuela. Digamos que me puse a escribir porque la generación anterior no era capaz de expresar lo que yo sentía. Uno puede ir a un restaurante muy bueno y decir que después de todo prefiere su propia cocina. Es en cierto modo lo que me ocurrió.

La novedad es que yo abordaba temas que prácticamente eran tabú. Por ejemplo, Nathan Alterman, un gran poeta de la generación anterior, logró escribir magníficos poemas sin emplear la palabra «fusil». Sólo hablaba de espadas y de flechas.

¿Puede afirmar que usted introdujo en una poesía tradicionalmente «unanimista» una expresión más individualista?

Algo hay de eso. Nuestros maestros dicen «nosotros» y en mi generación decimos «yo». Incluso estando en guerra, cuando el peligro crea una unión sagrada, incluso en las guerras justas, como las que viví al salir de la adolescencia, los soldados se preguntan forzosamente si la guerra es buena o no, si el enemigo es realmente la encarnación del mal. Así como cada soldado tiene una manera única de vivir la guerra, no escribimos poemas de amor sobre el amor en general, sino sobre nuestra propia experiencia amorosa.

Debo añadir que al principio yo no pretendía modificar la poesía hebrea, sino solamente hacer oír mi voz. Digo esto porque algunos poetas de mi generación eran, en cambio, mucho más lúcidos.

¿Es realmente necesaria la poesía?

Creo que es la forma más antigua de expresión literaria. La oración es una expresión de poesía y por eso no cambia. La lengua y las imágenes evolucionan, pero la sustancia sigue siendo la misma: las emociones humanas -el amor, la muerte, la pena, la desesperación, la esperanza, la exaltación o la añoranza del hombre, de la mujer, del amor. Hasta cierto punto, la poesía es la columna vertebral de la experiencia humana del lenguaje, desde la Biblia y los demás poemas fundadores.

A la guerra no vamos a llevar una novela de Tolstoi. Abulta demasiado. Pero siempre es posible llevar algunos poemas, aunque más no sea en la memoria. Por eso creo en la supervivencia de la poesía. Los novelistas deben adaptarse constantemente a las exigencias del cine o de la televisión. Pero la poesía es inmutable.

Dije en una ocasión que los poetas son los soldados del ejército literario. Se exponen en primera fila, solos o en un pequeño pelotón. Los novelistas me hacen pensar más bien en los generales que planifican las operaciones desde la retaguardia sin correr grandes riesgos. En cuanto a los especialistas en literatura, son como los historiadores que escriben sobre las guerras del pasado con la absoluta seguridad de no recibir ninguna bala perdida.

¿Ha evolucionado la poesía hebrea desde el punto de vista de la métrica? ¿Tiene usted, por ejemplo, una mayor libertad rítmica?

ay un tipo muy formal de poesía con metros muy regulares, el de los sonetos y estrofas rimadas. Y luego el estilo mucho más libre de las oraciones y los versículos bíblicos, que tienen una especie de ritmo interno. Por mi parte, utilizo los dos. He escrito unos sesenta rubaiyyat, género poético medieval  conocido en Europa gracias a Omar Khayyam, que consiste en cuatro versos con la misma rima. Es un género tan estricto como el soneto. Los míos reflejan la influencia de Judah Halevi, uno de nuestros grandes poetas medievales que escribía  en España en la época en que florecían allí las culturas judía y musulmana, antes de ser expulsadas.

Traducidas a veinte idiomas, sus obras tienen un público potencial muy numeroso…

Sí. Es una especie de consagración. Antes un poeta se conformaba con llegar a algunas decenas o centenas de personas. Hoy día hay otros medios de acceso a la gente y eso me parece importante. Es como encender un fuego. Se empieza con unas pocas ramitas. Tal vez sople el viento y se abrasen los leños, pero siempre será necesaria una llama inicial. Un día me preguntaron: «¿Su poesía no pierde cuando se la traduce?» Contesté: «Sin duda, pero después de todo siempre estamos perdiendo algo. Y si se pierde peso, por ejemplo, no es necesariamente malo». Mala suerte si la poesía tiene que sacrificar algo para sobrevivir.

¿Cómo una poesía como la suya, tan profundamente arraigada en su experiencia personal y situada con tanta precisión en el tiempo y en el espacio, puede ser comprendida y apreciada por personas tan distintas de usted?

Creo que basta que uno hable de su propia vida y de sus sentimientos para llegar a los demás. Actualmente ocurre en el mundo algo muy interesante. A la vez que se avanza hacia la integración económica, se advierte una reafirmación de las lenguas y las culturas locales. Cuanto más arraigada en su contexto está una obra de arte, más auténtica es. Para mí no hay arte universal, lo que por lo demás explica el fracaso del esperanto.

Usted ha dicho que sus raíces arrancan de la realidad pasada y presente de su tierra y de su pueblo y que rechaza todo nacionalismo chovinista. ¿Pero cómo ser nacionalista sin ser xenófobo?

Ese es el gran problema de nuestro tiempo. Amar a su país, su cultura, su clima, su historia, está muy bien. Pero si el patriotismo trae consigo la negación del otro y de su cultura, hay entonces algo que no marcha. Tomar partido contra los suyos, si se piensa que están equivocados, es también una muestra de patriotismo. Es incluso una prueba superior de patriotismo, pues todo verdadero patriota debe ser crítico en ciertas circunstancias.

Eso nos lleva a hablar de los palestinos.

Es muy importante. No vivimos en un mundo abstracto y sólo los pobres de espíritu imaginan que son ellos los únicos que cuenta. Hay que aprender a mirar a los demás, aunque sean nuestros adversarios y pensemos que han actuado mal en el pasado. Debemos procurar que entiendan y que acepten nuestro patriotismo y también debemos esforzarnos por entender el suyo.

¿Podría usted cooperar con un poeta palestino, como Mahmoud Darweesh por ejemplo, para tratar de superar los malentendidos entre israelíes y palestinos?

¿Por qué no? Somos buenos amigos, aunque no nos vemos a menudo, y no olvido que tradujo al árabe e hizo publicar en Damasco y en El Cairo numerosos poemas míos antes de la firma del tratado israelo-egipcio. Aunque no estemos de acuerdo con todo, lo considero un gran poeta.

La poesía es menos espectacular que la política o el periodismo, pero va más al fondo de las cosas. Esa es la dirección en que Mahmoud y yo podríamos actuar. Su poesía, como la mía, habla de seres humanos arraigados en su tierra. Y ése es el nivel en el que la gente puede coincidir.

¿Piensa usted que vayamos hacia un conflicto, un estallido o un enfrentamiento a escala planetaria?

Siempre hay gente que piensa que se aproxima el fin del mundo. Mi padre estaba convencido de que sólo la religión podía salvar al mundo del desastre. Otros piensan que es el socialismo. Pero siempre habrá cosas como el amor para que triunfe la vida.

Sin embargo, hoy día incluso los jóvenes se sienten desamparados.

Cuando tenía quince años, en 1939, en Jerusalén, en vísperas de la guerra, recuerdo que mis padres y sus amigos estaban agobiados por la gravedad de la situación y los peligros que entrañaba. Pero yo no. Cuando uno es joven, es diferente. Yo no tenía la impresión de que la guerra significaba el fin del mundo, sino por el contrario me parecía que nos batíamos por un mundo mejor.

¿Piensa, como tantos, que los grandes ideales colectivos se han derrumbado?

stoy seguro de que el siglo XXI sabrá inventar sus propios motivos de esperanza. Después de la guerra del catorce muchos pensaron que era el fin de la civilización, pues por primera vez los muertos se contaban por millones. Y luego se produjo la Segunda Guerra Mundial y la humanidad sobrevivió al holocausto. Creo que era Theodor Adorno el que decía que ya no se podía hablar de Dios después Auschwitz y, sin embargo, la gente sigue hablando de Dios como antes.

Tal vez pensar: «Si he logrado sobrevivir a todas esas guerras es porque el mundo no es tan malo» sea un optimismo ingenuo y primario. Pero ese optimismo no es necesariamente injustificado. Es también el deseo de vivir, de perpetuarse, de no dejarse encerrar en una visión demasiado  negativa. Si siempre se tiene miedo de lo que va a suceder, más vale renunciar a la vida y esperar la muerte.

La situación actual del conflicto israeloárabe muestra que ese optimismo está justificado. Aunque mantengo una actitud prudente, sigo pensando que en nuestro mundo, incluso en los conflictos más graves, nunca hay que perder la esperanza de llegar a una solución.

Revista Correo de la Unesco. París. Año XLVII. 1994. Págs. 5-7.

Read Full Post »