POESÍAS
Por: El conde de Lautreámont (1846-1870)
I (FRAGMENTO)
La feroz rebelión de los Troppmann, de los Napoleón I, de los Papavoine, de los Byron, de los Víctor Noir y de las Charlotte Corday será mantenida a distancia de mi severa mirada. Aparto con un ademán a esos grandes criminales, con méritos diversos. ¿A quién creen engañar aquí?, pregunto con una lentitud que se interpone. ¡Oh caballitos de presidio! ¡Pompas de jabón! ¡Fantoches de tripa! ¡Cordones usados! Que se acerquen los Conrado, los Manfredo, los Lara, los marinos parecidos al Corsario, los Mefistófeles, los Werther, los Don Juan, los Fausto, los Yago, los Rodin, los Calígula, los Caín, los Iridion, las arpías al modo de Colomba, los Ahrimán, los manitúes maniqueos que embadurnados de sesos, que cobijan la sangre de sus víctimas en las pagodas sagradas del Indostán, la serpiente, el sapo y el cocodrilo, divinidades del antiguo Egipto consideradas anómalas, los brujos y las potencias demoníacas de la Edad Media, los Prometeos, los Titanes de la mitología fulminados por Júpiter, los Dioses Malignos vomitados por la imaginación primitiva de los pueblos bárbaros, toda la estruendosa cáfila de diablos de cartón. Con la certidumbre de vencerlos empuño el látigo de la indignación y de la concentración que sopea, para esperar a esos monstruos a pie firme como su previsto domador.
LAS PEREGRINACIONES DE CHILDE-HAROLD
Por: Lord Byron (1788-1824)
PREFACIO
La mayor parte del siguiente poema se ha escrito en el lugar mismo de los sucesos que narra. Empezóse en Albania, y los pasajes referentes a España y Portugal han sido escritos en presencia de las notas recogidas en estos países. He aquí lo que quizás era necesario advertir para responder de la exactitud de las descripciones. Los sitios que he intentado bosquejar corresponden a España, Portugal, Epiro, Acarnania y Grecia. El poema queda por ahora interrumpido de la acogida que le dispense el público depende que el autor se aventure o no a conducir a sus lectores a través de la Jonia y de la Frigia hasta la capital del Oriente. Estos dos primeros cantos no son más que un ensayo.
He introducido en el poema un personaje imaginario para el enlace de las partes todas unas con otras, sin que esto quiera decir, sin embargo, que pretenda haber dado cima a una obra regular. Algunos amigos, cuyas opiniones tengo en mucha estima, me han observado que corría el riesgo de que se sospechara que yo había querido pintar un carácter real en el personaje de Childe-Harold. Pido, pues, permiso para decirlo de una vez para siempre: Harold es el hijo de mi imaginación, creado por el motivo que antes he significado; en algunas triviales circunstancias, y en los detalles puramente locales, pudiera ser fundada aquella suposición, pero me atrevo a esperar que no lo será en los puntos principales.
Considero poco menos que superfluo decir que el nombre de Childe, al igual que Childe Waters, Childe Childers, lo he adoptado como más apropiado al metro antiguo, por mí elegido. Los adioses que se encuentran al principio del canto me los han sugerido “las buenas noches” (good night) de lord Maxwell, en las antiguas baldas de las fronteras escocesas (the Border Minstrelsy), publicada por Soctt (1). Se hallarán, tal vez, en el canto primero, algunos pasajes que parecerán reminiscencias de distintos poemas publicados en España; pero esto es sólo efecto de la casualidad, pues, excepción hecha del algunas estrofas, casi todo el Childe-Harold se ha escrito en Levante.
Las estrofas de Spencer permiten, según la opinión de uno de nuestros primeros poetas, una gran variedad de tonos. “No ha mucho –dice el doctor Beattie-, que empecé un poema en el estilo y metro de Spencer; y me he propuesto satisfacer mis aficiones, pasando sucesivamente del tono festivo el patético, del descriptivo al sentimental, y del tierno y delicado al satírico, según el estado de mi ánimo, pues el metro que he adoptado consiente todos los géneros.” Escudado con una tan gran autoridad, y con el ejemplo de algunos poetas italianos de mérito reconocido, no tengo necesidad de justificarme por haber empleado tal variedad de tonos, persuadido como estoy de que si no salgo airoso en mi empresa, la falta deberá buscarse en la ejecución, pero no en el plan consagrado por el ejemplo de Ariosto, de Thomson y de Beattie.
1. Sir Walter Scott (1771-1832)
Selección, edición y notas sobre traducciones clásicas ALBERTO LAURENT
Londres, febrero de 1812.
Obras escogidas. Barcelona. Edicomunicación. 1999. Págs. 23-25.
DIARIOS / LORD BYRON (1788-1824)
PENSAMIENTOS AISLADOS (15 DE OCTUBRE, 1821 – 18 DE MAYO, 1822)
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Volví a visitar la galería de Florencia, etc. Mis primeras impresiones se vieron confirmadas; pero había allí demasiados visitantes como para permitirme sentir algo con propiedad. Cuando todos (unos treinta o cuarenta) nos vimos embutidos en el gabinete de joyas y adornitos varios en una esquina de una de las galerías, le dije a Rogers que «me sentía como si estuviese en el calabozo». Dejé que rindiese homenaje a algunos de sus conocidos y paseé a solas los pocos minutos en que aún podía sustraer algún sentimiento a las obras que me rodeaban. No quiero decir que la culpa la tengan mis conversaciones críticas con Rogers, que posee un gusto excelente y un profundo amor por las Artes (sin duda, mucho más de ambos que yo, pues del primero no tengo gran cosa (1), sino la muchedumbre de arrolladores mirones y charlatanes de paso que me rodeaba. Escuché a un intrépido británico declarar a la mujer que iba asida a su brazo, mientras miraba a la Venus de Tiziano: «Vaya, vaya, este es sin duda muy bonito…». Una observación que, como aquella del tabernero en Joseph Andrews “acerca de la certeza de la muerte”, era como observó la esposa del tabernero) “extremadamente cierta” (2). En el palacio Pitti no olvidé la recomendación de Goldsmith a un connoisseur, a saber, que los cuadros hubieran sido mejores si el pintor hubiera puesto más cuidado, y la otra, elogiar las obras de Pietro Perugino” (3).
1. Tras aquella visita, Samuel Roger comentaría que Byron, al igual que Walter Scott, no apreciaba las bellas artes (Samuel Rogers, Recollections of the Table-Talk [1856], p. 237).
2. Henry Fielding, Joseph Andrews, I, 11: “Señaló entonces que todas esas cosas ya habían tocado a su fin, ya habían pasado, tal y como si nunca hubieran ocurrido; y concluyó con una excelente observación acerca de la certeza de la muerte, a lo cual su mujer repuso que era verdad muy cierta”.
3. Oliver Goldsmith, El vicario de Wakefield, XX.
Diarios. Barcelona. Galaxia Gutenberg. 2018. Págs. 323-324.
LORD BYRON (1788-1824)
[A AUGUSTA LEIGH]
Venecia, 13 de enero de 1817
Mi querida Augusta – entre el mes pasado y lo que va de éste te he escrito dos veces. Tu carta del 4 ha llegado hoy. Veo que ya tienes los poemas. Haz el favor de decirme si Murria ha omitido alguna estrofa en la publicación. Si es así, me enfadaré con él muy seriamente. El número de las que envié era de 118 para el tercer Canto. No mencionas las últimas cuatro dedicadas a mi hija Ada; esperaba que te gustarían al menos a ti. A estas alturas no me importan mucho las opiniones y en mi fuero interno estoy convencidote que este Canto es lo mejor que he escrito; tiene profundidad de pensamiento a lo largo de todo el Canto y la fuerza de una pasión reprimida que es preciso sentir antes encontrarla; pero hay que leerlo más de una vez, porque es algo metafísico, y de un tipo de metafísica que no todo el mundo entenderá. Jamás pensé que fuera a ser popular y si lo fuera no lo tendría en mucho, pero gustará a aquellos a quienes va dirigido. No te olvides de decirme si se ha suprimido algo en la publicación. Los versos sobre Drachenfels, dirigidos a ti, deberían estar (y supongo que están) en el centro del Canto, y el número de estrofas en total es de 118 –más cuatro de diez versos que empiezan por “Drachenfels”, los versos que te envíe entonces desde Coblenza junto con las violetas, querida.
¿Has recibido también Chillón y el Sueño? Y este último, ¿lo has entendido? Si Murray ha mutilado el manuscrito por sus tendencias tories o por sus ideas sobre el respeto a la famili, no se lo perdonaré, y tarde o temprano me enteraré, de eso estoy segur, y de decirle lo que pienso, también.
El otro día te escribí acerca de Ada, si todavía se niegan a responder, tomaré medias legales para obligarles a hacerlo, y he dado órdenes a H [anson] en este sentido. Recuerda que yo no lo he buscado, que no lo deseo y lo lamento, pero exijo una promesa explícita de que Ada no saldrá del país bajo ningún pretexto, tanto si su madre se va como si no y por lo más sagrado que no hay medida que yo no tome para impedirlo si no responden a mi justicia petición. Esto digo y esto haré. Acabarán por volverme loco, y lo que me extraña es que todavía no lo esté.
De Venecia ya te conté cosas en una de mis cartas, no tengo mucho que añadir. Ya te dije que me había enamorado, que probablemente me quedaré aquí hasta la primavera y que estoy estudiando el idioma armenio. Marianna no se encuentra muy bien hoy y esta tarde me quedaré a cuidarla. Es Carnaval, pero las mascaradas aún no están en su apogeo. Catalini llega el día 20, pero ya tenemos música soberbia y una ópera mejor que en Londres y un teatro más bonito llamado la Fenice, donde tengo un palco que me cuesta unas 14 libras esterlinas por toda la temporada, en vez de las cuatrocientas de Londres y el palco es mejor, y la ópera también, además de la música, la puesta en escena es insuperable. También hay un ballet, inferior al canto. La Sociedad es como toda Sociedad extranjera. También hay un Ridotto. Se me acabó el papel.
Siempre tuyo,
B
[A THOMAS MOORE]
Venecia, 2 de febrero de 1818
Hasta hoy no ha llegado tu carta del 8 de diciembre debido a algún retraso común pero inexplicable. Tu tragedia doméstica es horrible (1) y te acompaño con el sentimiento hasta donde yo mismo me atrevo a sentir. Durante toda nuestra vida lo que tú pierdes lo pierdo yo y lo que tú ganas yo lo gano; y aunque se me secara el corazón siempre me quedaría una gota para ti entre los restos.
Puedo imaginar cómo te sientes (el egoísmo es siempre el substrato de nuestra condenable arcilla); yo mismo estoy muy apegado a mis hijos. Además de mi hija legítima, he tenido desde entonces otra ilegítima (por no hablar del anterior) (2), y confío en que uno de ellos sea el báculo de mi vejez, en el supuesto de que llegue (lo que espero que no suceda) ese desolador período. Tengo un gran cariño por mi pequeña Ada, aunque quizá ella me torturé como * * *
*
El prólogo que me propones será tan aceptable como tú desees. No me preocupa mucho lo que piensen de mí los miserables de este mundo – eso ya pasó – pero me importa mucho lo que tú pienses de mí; por lo tanto, di lo que quieras. Tú sabes que no soy hosco y, en cuanto a salvaje, eso depende de las circunstancias. Sin embargo, no tiene ningún mérito estar de buen humor en tu compañía; lo contrario sería difícil, por no decir absurdo.
No sé lo que Murray puede haber estado diciendo o citando. Yo llamé a Crabee y Sam [Rogers] los padres de la poesía actual; y dije que creía que, salvo ellos, todos “nosotros los jóvenes” llevábamos un rumbo equivocado. (3) Pero nunca dije que no supiéramos navegar. Nuestra fama se verá dañada por la admiración y la imitación. Cuando dije nosotros me refería a todos (los Lakistas incluidos), excepto la coletilla de los Augustos. La próxima generación (por la cantidad y facilidad de la imitación) se romperá la crisma al caer de nuestro Pegaso, que se aleja corriendo con nosotros; pero nosotros nos mantenemos sobre la silla porque supimos domar a ese bellaco y sabemos cómo cabalgarlo. Pero aunque fácil de montar, el maldito es difícil de dirigir; y los que vienen detrás tendrá que volver a la escuela de equitación y al picadero y aprender a montar el “gran caballo”.
Hablando de caballos he llevado los míos, cuatro en total, al Lido (que significa eso: playa), una franja de unas diez millas a lo largo del Adriático a una milla o de la ciudad; así que no sólo doy un paseo en mi góndola sino una maravillosa galopada de varias millas cada día a mocco, lo que contribuye considerablemente a mantener mi salud y mi estado de ánimo.
La semana pasada casi no pegué ojo. Estamos en los estertores de los últimos días del Carnaval y tendré que pasarla noche entera en vela, y la de mañana también. Este Carnaval he tenido algunas aventuras enmascaradas curiosas; pero como todavía no han terminado no diré más. Explotaré la mina de mi juventud hasta las últimas vetas de mineral y luego – buenas noches. He vivido y me doy por satisfecho.
Hobhouse se fue antes de que empezara el Carnaval, así que tuvo poca o ninguna diversión. Además, se necesita cierto tiempo para adaptarse a los venecianos; pero de esto te hablaré en otra carta, pronto. * * *
He de vestirme para la velada. Hay una ópera y un Ridottoy no sé qué más, aparte de los bailes; así que quedo siempre y siempre tuyo,
B
P. S. Te envío esta carta sin revisión, disculpa por los errores. Celebro la fama y fortuna detalla, y te felicito una vez más por tu merecido éxito.
1. La muerte de la hija de Moore, Bárbara, en septiembre de 1817.
2. En 1809 Byron había tenido un hijo ilegítimo con una sirvienta de Newstead de nombre Lucy.
3. Ver carta del 15 de septiembre de 1817 a Murray.
[A JOHN MURRAY]
Venecia, 22 de febrero de 1819
Estimado señor – En los últimos dos meses, o más bien tres, le he enviado por carta en varias ocasiones varias adiciones a “Don Juan”, que debían incluirse en los lugares indicados. ¿Ha recibido alguna, o varias, o ninguna? Le escribo con prisas – es el penúltimo día de Carnaval y en los últimos diez días no me he acostado hasta las siete o las ocho de la mañana. Es muy probable que decida publicar Don Juan. Todavía no he empezado a copiar el segundo canto, pero el primero podría salir solo.
Suyo affmo,
B
Le he escrito varias veces – también había una nota de respuesta a Hazlitt (1) que debía acompañar a Mazeppa.
1. La nota, que no se publicó en la primera edición, pero que Murry añadió en posteriores ediciones de las obras de Byron, iba unida a la segunda estrofa del Canto I de Don Juan. Empieza diciendo: “En la octava y última conferencia de los cánones de crítica de Mr. Hazlitt, pronunciada en la Surrye Instituion, se me acusa de haber “ensalzado a Bonaparte hasta las más altas cumbres en el momento de sus éxitos, para descargar luego de mala manera mi decepción sobre el dios de mi idolatría”. Luego continúa refutando esta acusación de inconstancia, alegando que siempre había actuado con “imparcialidad y discernimiento”.
[A DOUGLAS KINNAIRD]
Venecia, 22 de febrero de 1819
Querido Douglas- Hanson cifra el interés de las 66.000 y 200 en 2.525-5-0 y tú en 2.400. ¿Cuál de los dos está en lo cierto? Me gustaría saberlo. No puedo decir que apruebe en absoluto los fondos, en los que no tengo ninguna fe – y quiero poner el dinero en deuda hipotecaria o, si no, en cualquier cosa antes que en unos bienes tan precarios como a mi juicio son los fondos. ¿Y por qué no al 5 por ciento en un lugar de al tres por ahora? No sé nada de estos asuntos, pero me parece que me habéis “recordado la Canción” de la manera más penosa. Dile a Hobhouse que hay que publicar “Don Juan”; la pérdida del copyright me partiría el corazón. Todo lo que dice está muy bien y es muy cierto pero mi “consideración por mi dinero” es la pasión dominante y lo necesito. Le he escrito dándole permiso para omitir los dos “bobs”, alto y seco, a rajatabla, y considero que el resto es muy decente. Mr. Murray no ha contestado, aunque le he escrito a menudo con notas adicionales, etc. Si ese ilustre Caballero no presta atención a los modales, no le molestaré más. Reescribo con prisas, es el penúltimo día de Carnaval y en los diez últimos he estado levantado hasta la ocho de la mañana. El mes pasado estuve enfermo, con el estómago deshecho, la gente dice que por las mujeres pero yo digo que por un resfriado; sea como sea, estuve enfermo e incapaz de retener nada en el estómago – pero ya estoy mejor.
Tuyo,
[trazo sin firma¨]
No olvides que el año en que se efectúe el pago también debe devengar intereses.
Edición, traducción y prólogo de EDUARDO MENDOZA.
Débil es la carne. Correspondencia veneciana (1816-1819).Madrid. Tusquets Editores. 1999. Págs. 71-72 y 171-172.
AURORA (1887)
Por: Friedrich Nietzsche (1844-1900)
549. Huir delante de sí mismo.- Los hombres de las luchas intelectuales, que son impacientes consigo mismos y sombríos como Byron o Alfred de Musset, y que en todo lo que hacen parecen caballos desbocados, esos hombres que no encuentran en su propia obra más que una corta satisfacción y un fuego que casi hace estallar las venas, y en seguida la fría esterilidad y el desencanto, ¿cómo soportarían el profundizar en sí mismos? Tiene ansia de disolverse en algo diferente de su yo: si el que siente esa sed es cristiano, querrá anonadarse en Dios e identificarse con él; si es Shakespeare, se contentará con confundirse en las imágenes de la vida pasional; si Byron, estará siendo de actos, porque éstos nos apartan de nosotros mismos más que los pensamientos, los sentimientos y las obras. ¿Será, pues, en el fondo, la necesidad de la acción equivalente a la necesidad de huir de nosotros mismos? Eso preguntaría Pascal. Y efectivamente, los representantes más nobles de la necesidad de la acción confirmarán esta hipótesis. Bastaría considerar, por de contado, con la ciencia y la experiencia de un alienista, que los cuatro hombres más sedientos de acción de todas las épocas fueron epilépticos (me refiero a Alejandro, César, Mahoma y Napoleón). También lo fue Byron, que padecía la misma enfermedad.
Versión española de PEDRO GONZÁLEZ BLANCO
Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales. Palma de Mallorca. Jose J. Olañeta. 1984. Pág. 199.
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